viernes, 22 de mayo de 2015

No lo saben pero lo hacen


El fetichismo de la mercancía y su secreto





















La cantidad de movimiento es una magnitud física que relaciona la velocidad de un móvil con su masa. Para lograr que adquiera la tal cantidad de movimiento se necesita aplicar una fuerza de modo más o menos constante. Parar una gran masa lanzada a gran velocidad requiere oponer otra fuerza durante cierto tiempo. Si la fuerza no es grande, el tiempo ha de ser largo. Si además se quiere invertir la marcha, hay que emplear más tiempo. O más fuerza. Sin que se den estas condiciones, dar marcha atrás es muy, muy difícil, y si aparece un obstáculo imprevisto el frenazo no podrá evitar el golpe.

La inercia es también una característica de la conducta humana, y especialmente de los comportamientos sociales. El sentido común arrastra a los individuos dentro de la gran masa que constituye la corriente de opinión compartida. Comprender cómo las relaciones sociales ensamblan ese sentir colectivo es primordial si se aspira a cambiarlo. Cambiar el sentir para cambiar la conducta social. Eso es especialmente importante cuando los obstáculos en el camino hacen urgente detener una marcha equivocada.

¿Cuál es el principal equívoco en la conducta colectiva de los hombres? ¿Qué confusión es tan difícil de invertir?

La frase de Marx que encabeza esta entrada aparece en el primer capítulo de El Capital, y el enigma que supone ese hacer cosas fuera de la conciencia fue tal vez el principal motor de su trabajo. ¿Qué aísla el hacer de la percepción de hacerlo? ¿Por qué se invierte la interpretación de los hechos y tantas veces se toman las causas por efectos, y al revés?

Del intento de responder a estos enigmas surge la idea de fetichismo. Fetichismo es fabricar ídolos y adorarlos luego: crear primero al creador y creer después que lo es. Es así como los dioses creados por los hombres son presentados como creadores del mundo y de los mismos hombres.

Invirtiendo causa y efecto, se invierten igualmente las relaciones entre seres humanos, que se aparecen como relaciones entre los objetos creados por ellos. Las cosas se personifican al tiempo que las personas se cosifican.

Mucho se ha escrito sobre este enigmático fenómeno. Ofrezco una pequeña antología, concluyendo con el texto de partida, en el primer capítulo de El Capital. 

La editorial Pepitas de Calabaza ha publicado un volumen con fragmentos del comienzo de El Capital, concretamente el apartado cuatro del capítulo I (“El carácter de fetiche de la mercancía y su secreto”) y el capítulo II (“El proceso de intercambio”). Son piezas clave de la obra de Marx sobre las que pivota gran parte de la crítica social contemporánea. El texto va precedido de una introducción de Anselm Jappe (“De lo que es el fetichismo de la mercancía y sobre si podemos librarnos de él”).

Transcribo, de la presentación de la obra:

El fetichismo de la mercancía (y su secreto)

[…] La crisis ya no es, ni mucho menos, sinónimo de emancipación. Saber lo que está en juego se convierte en algo fundamental y disponer de una visión global, en algo vital. Por eso, una teoría social centrada en la crítica de las categorías básicas de la sociedad mercantil no es un lujo teórico que esté alejado de las preocupaciones reales y prácticas de los seres humanos en lucha, sino que constituye una condición necesaria para cualquier proyecto de emancipación. De ahí que la obra de Marx —y muy en particular, el primer capítulo de El Capital— siga siendo indispensable para comprender lo que nos ocurre cotidianamente. Esperemos que un día se estudie solamente para disfrutar de su brillantez intelectual. […]
Y de la revista digital Herramienta:
Toda sociedad formada por una pluralidad de individuos constituye una red que llega a ser efectiva por medio de sus acciones. Para esta red, lo que los hombres hacen tiene una importancia primaria, y lo que piensan, una importancia secundaria.

(...)

...la sociedad como totalidad es el resultado de un hacer que no supone consciencia; o como lo expresa la genial fórmula marxiana: “No lo saben, pero lo hacen” (Marx, El Capital, cap. I). Específicamente en las sociedades basadas en la producción de mercancías, es decir, en que se produce para intercambiar, el hacer sintético corresponde a la “acción de intercambio”, y su resultado es el mercado como “segunda naturaleza(zweite Natur), una realidad social que acusa una densidad ontológica equivalente a la realidad natural. Así, el aparente encuentro fortuito de voluntades asume una fuerza similar a la ley de gravedad; se convierte en “la compulsiva necesidad de una ley social objetiva”.
Enmascarada la realidad por las apariencias, erramos la conducta. Interrogándose sobre las causas comienza Nicolás Lichtmaier su opúsculo  "El fetichismo de la mercancía. Teorías Sociológicas del Estado":
¿Por qué la gente no hace lo que le conviene? Podría decirse que esa es, expresada en palabras simples, una de las grandes preguntas que recorre la obra de Marx. Las primeras obras explican esto con el concepto de ideología, es así como en “La ideología alemana” ésta es descripta como un engaño, un velo que podría ser corrido. La pregunta se responde entonces con “porque hay algo que los mantiene engañados”, y la ideología es el interés de pocos que se disfraza del interés común. La ideología es un sueño del que se puede despertar.
Con el tiempo fue perdiendo ese optimismo inicial. En “El Capital” la pregunta es respondida de otra manera. En esta obra, Marx utiliza el concepto de fetichismo de la mercancía para describir un “embrujo” que rodea a los bienes producidos bajo el sistema de producción capitalista. Los productores producen en privado bienes y luego se vinculan con otros seres humanos a través de esos bienes. Según el fetichismo de la mercancía, los bienes se le aparecen al productor como una cosa, el valor de éstos preexiste. Es anterior y determinante del productor y de su proceso de producción. El productor se convierte entonces en un atributo del objeto producido, y éste último se vuelve sujeto. Y este objeto devenido “sujeto” es el que entabla relaciones “humanas” con otros objetos, al intercambiarse en el mercado. Este mundo “fetichizado” del capitalismo es un mundo que transforma lo cualitativo en cuantitativo, iguala todo y compara todo.
No se puede despertar del fetichismo de la mercancía, a diferencia de lo que pasaba con la ideología. Las formas de pensar signadas por este efecto no son un engaño. Marx señala que son objetivas, socialmente válidas, y que caracterizan al modo de producción. Esta operación de traslado, de comparación de trabajos humanos homogeneizados mediante la forma mercancía, no necesita que los actores participen de ella conscientemente.
He aquí ahora el texto original de Marx:
Es en el acto de cambio donde los productos del trabajo cobran una materialidad de valor socialmente igual e independiente de su múltiple y diversa materialidad física de objetos útiles. Este desdoblamiento del producto del trabajo en objeto útil y materialización de valor sólo se presenta prácticamente allí donde el cambio adquiere la extensión e importancia suficientes para que se produzcan objetos útiles con vistas al cambio, donde, por tanto, el carácter de valor de los objetos se acusa ya en el momento de ser producidos. A partir de este instante, los trabajos privados de los productores asumen, de hecho, un doble carácter social. De una parte, considerados como trabajos útiles concretos, tienen necesariamente que satisfacer una determinada necesidad social y encajar, por tanto, dentro del trabajo colectivo de la sociedad, dentro del sistema elemental de la división social del trabajo. Mas, por otra parte, sólo serán aptos para satisfacer las múltiples necesidades de sus propios productores en la medida en que cada uno de esos trabajos privados y útiles concretos sea susceptible de ser cambiado por cualquier otro trabajo privado útil, o lo que es lo mismo, en la medida en que represente un equivalente suyo. Para encontrar la igualdad toto cœlo (1) de diversos trabajos, hay que hacer forzosamente abstracción de su desigualdad real, reducirlos al carácter común a todos ellos como desgaste de fuerza humana de trabajo, como trabajo humano abstracto. El cerebro de los productores privados se limita a reflejar este doble carácter social de sus trabajos privados en aquellas formas que revela en la práctica el mercado, el cambio de productos: el carácter socialmente útil de sus trabajos privados, bajo la forma de que el producto del trabajo ha de ser útil, y útil para otros; el carácter social de la igualdad de los distintos trabajos, bajo la forma del carácter de valor común a todos esos objetos materialmente diversos que son los productos del trabajo.
Por tanto, los hombres no relacionan entre sí los productos de su trabajo como valores porque estos objetos les parezcan envolturas simplemente materiales de un trabajo humano igual. Es al revés. Al equiparar unos con otros en el cambio, como valores, sus diversos productos, lo que hacen es equiparar entre sí sus diversos trabajos, como modalidades de trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen. Por tanto, el valor no lleva escrito en la frente lo que es. Lejos de ello, convierte a todos los productos del trabajo en jeroglíficos sociales. Luego, vienen los hombres y se esfuerzan por descifrar el sentido de estos jeroglíficos, por descubrir el secreto de su propio producto social, pues es evidente que el concebir los objetos útiles como valores es obra social suya, ni más ni menos que el lenguaje. El descubrimiento científico tardío de que los productos del trabajo, considerados como valores, no son más que expresiones materiales del trabajo humano invertido en su producción, es un descubrimiento que hace época en la historia del progreso humano, pero que no disipa ni mucho menos la sombra material que acompaña al carácter social del trabajo. Y lo que sólo tiene razón de ser en esta forma concreta de producción, en la producción de mercancías, a saber: que el carácter específicamente social de los trabajos privados independientes los unos de los otros reside en lo que tienen de igual como modalidades que son de trabajo humano, revistiendo la forma del carácter de valor de los productos del trabajo, sigue siendo para los espíritus cautivos en las redes de la producción de mercancías, aun después de hecho aquel descubrimiento, algo tan perenne y definitivo como la tesis de que la descomposición científica del aire en sus elementos deja intangible la forma del aire como forma física material.
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(1) "Por todo el cielo"; es tanto como decir universal.

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