Vuelvo otra vez a Grandes granjas, grandes gripes, la recopilación de artículos de Rob Wallace que ha editado en España Capitán Swing. Ya he señalado en la anterior entrada intimidades que la intención que gobierna el funcionamiento de las grandes empresas trasnacionales es la externalización. Dicho en términos llanos, se trata de que en la medida de lo posible los costes los pague otro.
En términos generales, el pagano es la humanidad entera, pero en distancias más cortas son los competidores en el mismo negocio. Mediante la práctica del dumping se va eliminado a los menos resistentes. Esta práctica comercial consiste en vender un producto por debajo de su precio normal, o incluso por debajo de su precio de producción, con el fin inmediato de ir eliminando las empresas competidoras y apoderarse finalmente del mercado. En teoría está prohibido por el "Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio".
La actual batalla de las comunidades autónomas por rebajar impuestos y atraer contribuyentes ricos nos ha familiarizado con el dumping fiscal. Si esto puede ocurrir en el seno de un único Estado, a escala internacional la soberanía de quienes pueden permitirse tenerla, o la usufructúan por delegación (los paraísos fiscales), permite toda clase de movimientos a las grandes empresas.
Dos circunstancias aprovechan en su fluir constante de una a otra parte. Por una parte, las diferencias de nivel de vida de las poblaciones, que les permite moverse siempre a la procura de mano de obra sumisa y barata. Ligada a ella, la diversidad de las legislaciones laborales y medioambientales. Siempre se trasladarán a las que favorezcan sus intereses.
Para mantener esta situación, la potencia hegemónica extorsiona a los Estados débiles con medidas arancelarias o lo que eufemísticamente llama "sanciones". Así funciona el orden internacional "basado en reglas".
Cuando lo que es ilegal en Estados Unidos es perfectamente legal en otro sitio, traslado mis operaciones al exterior. En muchos países del Sur global, existen pocas normas laborales y regulaciones ambientales, y su aplicación es laxa o puede ser objeto de soborno. Por otro lado, cuando lo que es legal en Estados Unidos está prohibido en otro sitio, se exportan las normas de Estados Unidos. Se someten las operaciones domésticas de otros países al tipo de disciplina de la mano invisible que las propias multinacionales evitan como la peste. Se impone un proteccionismo a la inversa.
Así están las cosas. Copio de la edición citada, parte segunda, el dumping y los virus, pág. 159.
Un foco de la enfermedad de Newcastle en una explotación de Huércal-Overa |
El dumping y los virus
El dumping de productos básicos significa algo más que una ventaja competitiva, Otorga un punto de apoyo en el territorio. Smithfield Foods, con sede en Virginia, cuya filial Granjas Carroll sigue siendo una de las principales sospechosas de la aparición del virus H1N1 (2009), fue una de las empresas extranjeras que contrataron o compraron sus explotaciones a agricultores mexicanos debilitados por el aluvión de importaciones. Los agricultores locales que eludieron la embestida lo hicieron únicamente adquiriendo las parcelas de los vecinos desbancados y creando explotaciones de tamaño medio que pudieran hacer frente a la competencia extranjera.
Esas tácticas forman parte de una estrategia destinada a hacer de la legalidad una cuestión más de conveniencia que de principios, aunque hay quien podría considerar eso una especie de principio. Una consideración dudosa, como mínimo.
Cuando lo que es ilegal en Estados Unidos es perfectamente legal en otro sitio, traslado mis operaciones al exterior. En muchos países del Sur global, existen pocas normas laborales y regulaciones ambientales, y su aplicación es laxa o puede ser objeto de soborno. Por otro lado, cuando lo que es legal en Estados Unidos está prohibido en otro sitio, se exportan las normas de Estados Unidos. Se someten las operaciones domésticas de otros países al tipo de disciplina de la mano invisible que las propias multinacionales evitan como la peste. Se impone un proteccionismo a la inversa.
Roberto Saviano escribe en términos similares sobre la duplicidad de la mafia napolitana, la Camorra:
Podría parecer que los clanes, una vez acumulado un capital sustancial, detendrían sus actividades criminales, se desharían de algún modo de su código genético y pasarían a la legalidad. Lo mismo que la familia Kennedy, que había ganado enormes cantidades vendiendo licor durante la Prohibición y se había desvinculado luego de la delincuencia. Pero la fuerza de los negocios criminales italianos reside precisamente en mantener una doble vía, en no renunciar nunca a sus orígenes [...].
Varias investigaciones de la Fiscalía Antimafia de Nápoles revelaron que cuando [...] la vía legal resultaba problemática, se activaba inmediatamente la criminal. Si el dinero en efectivo era escaso, se hacían imprimir billetes falsos. Se aniquilaba a la competencia a través de extorsiones y de la importación de mercancías libres de impuestos [...]. La economía legal significa que los clientes consiguen precios estables, los créditos bancarios se respetan siempre, el dinero sigue circulando y los productos siguen consumiéndose [...], reduciéndose la separación entre la ley y el imperativo económico, entre lo que las regulaciones prohíben y lo que el dinero exige.
En otras palabras, haz funcionar aquello que funcione, sea cual sea la ley de la tierra. En un marco así, hasta los grandes fracasos no son más que nuevas oportunidades.
La agroindustria, en una especie de guerra bioeconómica, puede prosperar cuando cepas mortíferas de gripe originadas en sus propias explotaciones se propagan a su competencia más pequeña.
No hay por qué aplicar ninguna teoría de la conspiración. No hay ningún virus diseñado en un laboratorio. No hay actos conscientes de espionaje o sabotaje. Lo que tenemos aquí es más bien una negligencia que emerge del riesgo moral que se deriva de la externalización de los costes de la agricultura intensiva.
El coste financiero de estos brotes corre a cargo rutinariamente de Gobiernos y contribuyentes de todo el mundo. ¿Por qué debería de molestarse entonces la agroindustria en poner fin a prácticas que paralizan repetidamente las economías y que producirán algún día un virus que mate a cientos de millones de personas? Las empresas suelen verse obligadas a invertir en la vacunación del ganado y en la bioseguridad ─aunque sea insuficiente─, pero si los costes totales de los brotes se incluyeran en sus balances dejarían de existir sus operaciones más voluminosas tal como las conocemos.
Las granjas de las grandes empresa también pueden eludir los castigos económicos de los brotes que causan por su integración horizontal. Pueden capear la mala publicidad resultante y las interrupciones intermitentes en sus cadenas de productos básicos mediante el aumento de la producción en las filiales de otros lugares.
(Farming Pathogens, 11 de noviembre de 2010)
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