La evolución, como mecanismo general de la marcha del mundo, puede explicar el origen de los astros, de las montañas, de los seres vivientes.
Y también de las sociedades humanas, de sus civilizaciones, sus modos de producirse y reproducirse.
En sí misma no contiene ningun elemento moral. No es buena ni mala.
Por eso la selección natural ha podido servir de modelo a la ideología del nefasto darwinismo social (mejor llamado spencerismo), pero también a la formación de la conciencia de los hombres (el buen entendedor no necesitará que añada "y de las mujeres") que se modela y perfecciona por un mecanismo de concurrencia selectiva.
La selección no afecta sólo a la genética, para la que supone un mecanismo bastante lento. También a la evolución cultural, de un modo más rápido. Que se acelera considerablemente a través de la fecundación mutua que suponen los contactos instantáneos y múltiples de las redes sociales.
Esto es lo que explica Carlo Frabetti en un artículo aparecido en InSurGente y que muestra esos procesos felizmente acelerados que producen saltos cualitativos que sorprendentes.
Se refiere a las dos últimas ocasiones (la actual me parece de mayor calado) en que la movilización en red ha irrumpido en las campañas electorales de este país.
Así empieza el artículo:
La Revolución ha comenzado
Tras su derrota electoral de 2004, Rajoy declaró en una entrevista que sabía quién había convocado la manifestación del 13 de marzo pero no quería decirlo. Por una vez, dijo la verdad. El Gobierno sabía perfectamente quién puso en marcha la movilización social que le dio el golpe de gracia, y tenía buenos motivos para no decirlo. Porque la metamanifestación (si se me permite el término un tanto pedante, que luego intentaré justificar) de la víspera de las elecciones fue un maravilloso ejemplo -y, para el poder, un alarmante precedente- de movilización “autopropulsada”.
¿Quién inventa los chistes? Algunos tienen autor, conocido o no, pero muchos -los mejores, seguramente- son fruto de un proceso de decantación parecido a la selección natural. Alguien hace un comentario ocurrente, cuenta una anécdota divertida o tiene un lapsus gracioso. Empiezan a circular diversas versiones (mutaciones) del comentario, la anécdota o el lapsus, y una de esas versiones, especialmente feliz, sintética, oportuna, se consolida y se propaga de boca en boca (se reproduce) hasta hacerse un hueco en el complejo ecosistema de la cultura oral. Lo interesante del proceso (y la clave de su potencia) es que cada persona que oye un chiste decide automáticamente si merece ser transmitido o no. Si el chiste es “bueno” (es decir, si cumple eficazmente su mínima función subversiva) se difunde con extraordinaria rapidez, y cada vez que alguien lo cuenta está eligiéndolo entre muchos candidatos a ser contados, está “votando” por él.
Con los mensajes que circulan por internet y a través de los teléfonos móviles ocurre algo similar. Constantemente llegan propuestas, peticiones y convocatorias de toda índole. La mayoría no tienen ningún éxito. Algunas consiguen una atención moderada. Y unas pocas logran poner en marcha el incontenible mecanismo de las progresiones geométricas y obtienen una respuesta masiva: eso es, sencillamente, lo que ocurrió el 13 de marzo de 2004.
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