Pontevedra. Santuario de la Virgen Peregrina. Detrás de la cruz está el diablo |
Parece que a la vuelta del verano son ya muchos los que han caído en la cuenta de la necesidad de un nuevo Plan General, y la propia Corporación Municipal comienza a pensar en la revisión del planeamiento vigente, y aun en redactar uno nuevo. Nuestra enhorabuena por esta sensata idea; aún estamos a tiempo de hacer las cosas mejor.
De manera que, libres de la obligación de convencer a los que pueden hacerlo (aunque quizá todavía no a todos los que pueden exigirlo), dedicaremos esta columna, no ya al porqué del Plan General, sino al cómo.
Hemos leído que el propio Alcalde ha comentado en este periódico (lamentándolo, cosa que le honra) que los promotores se han lanzado sobre aquellas zonas ya congestionadas en las que el planeamiento actual les permitía edificar "abriendo calles de seis metros", mientras que no hay prisa por hacer lo mismo en las zonas nuevas más abiertas y con posibilidades de hacer mejor ciudad (es decir, donde la especulación obtendrá menos beneficio).
Pues bien, ¿de qué se extraña el señor Alcalde? ¿de que quienes dedican su actividad a crear riqueza (para sí mismos, ante todo) no sacrifiquen sus mejores oportunidades en aras del bien público? A mí me extrañaría más lo contrario. ¿No será lo extraño que el planeamiento actual lo permita? La primero que debieron hacer los planificadores es detectar las áreas congestionadas, limitando en ellas decididamente la posibilidad de nuevas construcciones.
La idea de limitar la edificación en terrenos potencialmente muy valiosos siempre es vista con espanto por los interesados, que ven en ella la pérdida de un derecho que han tenido los que se les adelantaron. Empecemos por aclarar, a los implicados directamente y a los mucho más numerosos que tienen en ello un interés vicario, que desde hace tiempo todos los propietarios de terrenos tienen derecho a un aprovechamiento medio no ligado a una parcela concreta, y que las técnicas del urbanismo permiten que ninguno pierda ese derecho. Los sistemas de actuación (cooperación, compensación) prevén las reparcelaciones necesarias, y, cuando ello no es posible, como ocurre en las zonas altamente consolidadas, siempre son posibles las transferencias de aprovechamiento urbanístico a otras zonas. Y si se objeta que los mismos metros cuadrados de edificación no valen lo mismo en otro lugar, siempre podrá valorarse cuánto menos valen y compensar la calidad con la cantidad.
Cierto es que esto obliga a que el protagonismo de la gestión y la iniciativa pasen a los ayuntamientos, que deben abandonar su papel tradicionalmente pasivo y asumir tal responsabilidad. Si se logra concitar una amplia colaboración ciudadana, ello será posible.
Las leyes urbanísticas y sus reglamentos definen con claridad los módulos mínimos de reserva para dotaciones en el suelo residencial, incluyendo el sistema de espacios libres de dominio y uso público (jardines, áreas de juego y recreo de niños), centros docentes (guarderías infantiles, enseñanza primaria y secundaria), servicios de interés público y social (parques deportivos, equipamiento comercial y social, plazas de aparcamiento). Todas estas dotaciones son obligadas, al menos en teoría, en las zonas de nueva urbanización, pero se obvian demasiado fácilmente en las consolidadas, tal vez por considerar utópico dotarlas de modo adecuado. Pues bien, comencemos por conocer, en términos cuantitativos, la magnitud del problema. Conozcamos las dotaciones que faltan y dónde faltan; sepamos en qué medida las densidades admisibles de población y viviendas están sobrepasadas en relación con el viario. En función de esto puede que lleguemos a la conclusión de que en algunos lugares no puede edificarse ni un solo metro cuadrado residencial más.
Seguramente no bastará con un Plan General para corregir las muchas cosas mal hechas heredadas de ayer mismo. Los Planes Especiales de Reforma Interior vienen siendo una medicina relativamente bien aceptada para los cascos históricos; posiblemente sean también necesarios en otras zonas de ensanche, incluso de reciente ensanche, que han nacido ya enfermos, pero no debemos pensar que irremediablemente.
Desde luego, digamos ¡nunca más! a la "manzana cuajada", a los fondos edificables de veinticinco metros, a las alturas de vez y media el ancho de la calle (luego, con los volúmenes volados y los áticos resulta más del doble de ese ancho), a los patios de luces de tres metros de anchura, a las "viviendas exteriores" en que lo es una sola habitación, a la luz encendida todo el día; a las aceras transitadísimas de menos de dos metros, o de uno, a las vueltas kilométricas buscando aparcamiento (y el consiguiente "falso tráfico" generado, y la preciosa gasolina tirada "al ozono"). Pensemos que buena parte de los edificios nuevos (y con viviendas carísimas) se siguen construyendo en sitios así.
Es evidente que el Plan General debe hacer muchas otras cosas: no simplemente deshacer entuertos, sino también señalar líneas de desarrollo sostenible (¡nunca confundirlo con "crecimiento sostenido"!), comprometiendo para ello espacios físicos reales cuyo destino sellará, con toda la cautela necesaria para no destrozar sin remedio lo preexistente que merezca ser conservado, y con la audacia precisa para imponerse a los intereses particulares donde sea obligado.
La capacidad para hacerlo, la fuerza necesaria, no la tiene nadie si no la asumen mayoritariamente los ciudadanos.
Juan José Guirado
ant. 2003
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