J. L. Borges (1964), “A quien está leyéndome”[1]
Eres invulnerable. ¿No te han dado
Los númenes que rigen tu destino
Certidumbre de polvo? ¿No es acaso
Tu irreversible tiempo el de aquel río
En cuyo espejo Heráclito vio el símbolo
De su fugacidad? Te espera el mármol
Que no leerás. En él ya están escritos
La fecha, la ciudad y el epitafio.
Sueños del tiempo son también los otros,
No firme bronce ni acendrado oro;
El universo es, como tú, Proteo.
Sombra, irás a la sombra que te aguarda
Fatal en el confín de tu jornada;
Piensa que de algún modo ya estás muerto.
[1] Cfr. Borges, J.L. (1923-1985), El otro, el mismo [1964], Obras completas, Barcelona, Emecé Editores, 1989, vol. II, pág. 302.
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“Eres invulnerable... [porque] ...de algún modo ya estás muerto”. El contenido entero del soneto se presenta como prueba de relación causal entre las palabras iniciales y el último verso. El título señala al destinatario: todo posible lector está condenado por igual al mismo destino. Volvemos a encontrar el estoico fatalismo de Borges.
Porque la actitud estoica surge cabalmente de ese fatalismo: no se puede hacer daño a alguien destinado al daño máximo de no existir. El hombre, que ocupa por su conocimiento el lugar de un Dios, es capaz de percibir la eternidad como un presente absoluto, y para él lo que ocurrirá necesariamente ya ha ocurrido. Como no existo, no hay nada que temer. El temor existe para evitar lo evitable, y no hay nada que hacer.
Las interrogaciones del principio son retóricas porque no hay negación posible. “Los númenes que rigen tu destino te han dado certidumbre de polvo”. Tenemos el justo grado de divinidad necesario para saber que no somos dioses. El tiempo es irreversible y fugaz como el río de Heráclito. A partir de aquí ya estamos convencidos y desaparecen los interrogantes. Fecha, ciudad y epitafio están escritos. Todos (tú y los otros) somos por igual sueños del tiempo, sombras hacia la sombra. A la imagen de estabilidad del bronce y del oro opone un mundo contingente, en la imagen de continua transformación de Proteo.
“La muerte es inoxidable”, dijo John Balan, poeta de Seixo (Marín)
Juan José Guirado
Mayo de 2003
Borges y Sábato |
Ayer murió Ernesto Sábato, a pocos días de cumplirse su siglo. Borges y John Balan, hace ya tiempo...
Del gato nada he sabido. Pero de aquí no se escapa ni el gato...
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