José Steinsleger. La Jornada.
La eugenesia al servicio del “libre comercio” y la industria bélica
Cuando en 1993, con base en expedientes secretos desclasificados, la periodista Eileen Welsome documentó la historia de casos de radiación en niños huérfanos y mujeres pobres indefensas durante la llamada “Guerra Fría”, la secretaria de Energía Hazle 0’Leary quedó vivamente impresionada.
Entonces, el gobierno de William Clinton formó una comisión para investigar los casos denunciados por Welsome: 18 adultos irradiados con plutonio, 73 niños de una escuela de Massachussets que ingirieron radioisótopos radioactivos en la avena del desayuno, una mujer inyectada con plutonio por los médicos del Proyecto Manhattan (el de la bomba atómica, 1945), 829 mujeres negras embarazadas de una clínica de Tennessee que bebieron cócteles vitamínicos con hierro radioactivo, etcétera (The Plutonium files, Dialy Press, 1999).
Simultáneamente, la profesora Susan Reverby (Wellesley Collage, Massachussets), descubría los archivos del cirujano John Charles Cutler (1915-2003), responsable de los experimentos médicos en más de 1.500 personas entre soldados, reos, pacientes psiquiátricos, prostitutas y niños de Tuskegee, localidad Alabama (1932-72). Y de los archivos de Tuskegee, saltaron los experimentos sobre sífilis y gonorrea en 1.500 guatemaltecos (1946-48), en el marco de un programa patrocinado y ejecutado por el Departamento de Defensa durante el gobierno de Harry Truman.
Alvaro Colom, presidente de Guatemala, calificó de “espeluznantes” y de “crímenes de lesa humanidad” los experimentos realizados por médicos del servicio de salud pública estadunidense, y en octubre pasado la secretaria de Estado Hillary Clinton pidió perdón en nombre de su gobierno. El presidente Barak Obama, inclusive, se puso en contacto telefónico con Colom, expresando su “profundo pesar” por lo sucedido.
Los casos de Tuskgee y Guatemala guardaban antecedentes en el empleo de ciudadanos estadunidenses y extranjeros para investigaciones similares con el virus de la malaria, el VIH, el ébola, radiaciones nucleares y drogas alucinógenas como el LSD y otras. Un caso famoso y muy comentado tuvo lugar en 1919, en la prisión de San Quintín, donde el médico residente Ll. Stanley experimentaba con los presos más ancianos.
En pleno apogeo del llamado “movimiento eugenésico”, Stanley quería demostrar que se podía devolver a los viejos el vigor sexual, y para ello realizaba trasplantes de testículos provenientes de ganado o de presos más jóvenes recientemente ejecutados. En noviembre de aquel año, el Washington Post publicó un informe alabando los progresos realizados por Stanley para “…restaurar la juventud primaveral, el rejuvenecimiento del cerebro, el vigor de los músculos y la ambición del espíritu”.
En 1935, el servicio de salud pública decidió actuar contra el pelagra (una deficiencia de niacina) después de observar durante 20 años los estragos mortales del mal en la población negra azotada por la pobreza. En 1940, 400 presos de Chicago fueron infectados con malaria para probar los efectos de nuevas drogas contra esa enfermedad.
A finales del decenio de 1940, el gobierno estadunidense prohibió los experimentos radioactivos con humanos, y a mediados de los años 70 excluyó a los presos y enfermos mentales de cualquier experimento médico… oficial. Pero la cosa queda en mera denuncia si los experimentos son impulsados por fundaciones y laboratorios privados. Así se explica la inusual petición de perdón a los afroamericanos y guatemaltecos, víctimas del servicio público de salud y la Oficina Sanitaria Panamericana, hoy conocida como Oficina Panamericana de la Salud.
El comunicado oficial de Washington dice así: “A medida que avanzamos para comprender mejor este atroz suceso, reiteramos la importancia de nuestra relación con Guatemala y nuestro respeto por su pueblo, así como nuestro compromiso con las normas éticas más exigentes en la investigación médica”.
Sin embargo, a las mujeres de Uganda y Nigeria embarazadas que fueron infectadas por el laboratorio estadunidense Pfizer con el virus del VIH, se les negó el fármaco AZT contra el SIDA, mientras que a 11 niños con meningitis de Uganda se les hizo probar el antibiótico “Trovan”, cuando no se tenía conocimiento de su eficacia. Fallecieron 11 niños y Pfizer se limitó a indemnizar a Nigeria con 75 millones de dólares. Pero en ningún momento reconoció haber cometido irregularidad alguna.
A los puertorriqueños les ha ido peor. Según la investigadora Marta Villaizán Montalvo, el primer experimento humano se realizó en la colonia yanqui en 1904, con un total de 1.158 casos que aparecen citados en la página oficial del Instituto Nacional de la Salud. El más famoso fue el del líder independentista Pedro Albizú Campos (1891-1965), sometido a radiaciones en la cárcel La Princesa de San Juan.
Los experimentos médicos y no médicos con humanos continúan realizándose día tras día en el mundo, y a pesar de los cuatro delitos capitales imputados por el tribunal de Nüremberg a los nazis (1945-46).
Tales delitos son: 1) crímenes de guerra (asesinatos, torturas y violaciones); 2) crímenes contra la humanidad (exterminio y muerte en masa); 3) genocidio (contra grupos étnicos determinados), y 4) de agresión premeditada para alterar la paz y la seguridad de los estados soberanos.
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