Rubén Darío (1905)[1]: “Lo fatal”
A René Pérez[2]
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
Y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
Pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
Ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
Y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
Y sufrir por la vida y por la sombra y por
Lo que no conocemos y apenas sospechamos,
Y la carne que tienta con sus frescos racimos,
Y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
Y no saber adónde vamos,
Ni de dónde venimos...!
[1] Cfr. Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza [1905], Madrid. Cátedra, 1998, pág. 466. Edición de José María Martínez.
[2] Músico sudamericano, amigo de Rubén en París.
Como en otros ejemplos comentados, lo que hace sufrir no es el presente, sino el conocimiento del futuro. Por eso el poeta envidia, por este orden, a la piedra y al árbol. Malo es sentir, peor el sentimiento consciente.
La paradoja es que ese sufrimiento surja de conocer que hay algo desconocido. Así como el estoicismo de Borges suponía saber lo esencial del destino inexorable, la rebelión vitalista de Rubén Darío es contra el no saber nada. Esa incertidumbre, a mi entender, tiene el trasfondo religioso del deseo de trascender, como recoge el final: “no saber adónde vamos, ni de donde venimos...”
Borges, en cambio, lo sabe todo y ha asumido que el par dialéctico vida-muerte necesita de la presencia de ambos términos para que cobre fuerza cualquiera de ellos. Por eso El inmortal de su relato siente alegría por volver a ser mortal. No hay metafísica religiosa en esta actitud.
El no saber nada de Rubén, como el de Sócrates, es un truco retórico, porque es también una contradicción asumida: él, en el fondo, sabe qué es lo que no sabe, y sabe apreciar lo que tiene. Con perfecto paralelismo, a “la carne que tienta con sus frescos racimos”, opone “la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”; sin el hedonismo de la primera parte no le parecería tan horrible la segunda.
En la película Tierras de penumbra, una mujer feliz que sabe que morirá pronto dice a su compañero: “cuando yo desaparezca recuerda que tu sufrimiento de entonces forma parte de tu felicidad de ahora”. Si esto es exacto, sólo por un instante puede imaginar el poeta que un árbol o una piedra puedan ser más dichosos que él.
Rubén Darío, los predicadores de la Semana Santa, los pecadores que se flagelan de vez en cuando, los que se aburren el domingo por la tarde, las viudas inconsolables, todos sufren por lo fatal de la muerte inoxidable precisamente porque comen, beben, duermen, gozan y van al cine de vez en cuando.
La paradoja es que ese sufrimiento surja de conocer que hay algo desconocido. Así como el estoicismo de Borges suponía saber lo esencial del destino inexorable, la rebelión vitalista de Rubén Darío es contra el no saber nada. Esa incertidumbre, a mi entender, tiene el trasfondo religioso del deseo de trascender, como recoge el final: “no saber adónde vamos, ni de donde venimos...”
Borges, en cambio, lo sabe todo y ha asumido que el par dialéctico vida-muerte necesita de la presencia de ambos términos para que cobre fuerza cualquiera de ellos. Por eso El inmortal de su relato siente alegría por volver a ser mortal. No hay metafísica religiosa en esta actitud.
El no saber nada de Rubén, como el de Sócrates, es un truco retórico, porque es también una contradicción asumida: él, en el fondo, sabe qué es lo que no sabe, y sabe apreciar lo que tiene. Con perfecto paralelismo, a “la carne que tienta con sus frescos racimos”, opone “la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”; sin el hedonismo de la primera parte no le parecería tan horrible la segunda.
En la película Tierras de penumbra, una mujer feliz que sabe que morirá pronto dice a su compañero: “cuando yo desaparezca recuerda que tu sufrimiento de entonces forma parte de tu felicidad de ahora”. Si esto es exacto, sólo por un instante puede imaginar el poeta que un árbol o una piedra puedan ser más dichosos que él.
Rubén Darío, los predicadores de la Semana Santa, los pecadores que se flagelan de vez en cuando, los que se aburren el domingo por la tarde, las viudas inconsolables, todos sufren por lo fatal de la muerte inoxidable precisamente porque comen, beben, duermen, gozan y van al cine de vez en cuando.
Un hedonista que sabe que todo tiene fin, hasta el curso
Juan José Guirado
Junio de 2003
Tierras de penumbra |
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