lunes, 21 de marzo de 2011

Miguel de Unamuno

Miguel de Unamuno (1907)[1]

    Es de noche, en mi estudio.                           
Profunda soledad; oigo el latido
de mi pecho agitado
—es que se siente solo,
y es que se siente blanco de mi mente—
y oigo a la sangre
cuyo leve susurro
llena el silencio.
Diríase que cae el hilo líquido
de la clepsidra al fondo.
Aquí, de noche, sólo, este es mi estudio;
los libros callan;
mi lámpara de aceite
baña en lumbre de paz estas cuartillas,
lumbre cual de sagrario;
los libros callan;
de los poetas, pensadores, doctos,
los espíritus duermen;
y ello es como si en torno me rondase
cautelosa la muerte.
Me vuelvo a ratos para ver si acecha,
escudriño lo oscuro,
trato de descubrir entre las sombras
su sombra vaga,
pienso en la angina;
pienso en mi edad viril; de los cuarenta
pasé ha dos años.
Es una tentación dominadora
que aquí, en la soledad, es el silencio
quien me asesta;
el silencio y las sombras.
Y me digo: “Tal vez cuando muy pronto
vengan para anunciarme
que me espera la cena,
encuentren aquí un cuerpo
pálido y frío
—la cosa que fui yo, éste que espera—,
como esos libros silencioso y yerto,
parada ya la sangre,
yeldándose en las venas,
bajo la dulce luz del blando aceite,
lámpara funeraria”.
Tiemblo de terminar estos renglones
que no parezcan
extraño testamento,
más bien presentimiento misterioso
del allende sombrío,
dictados por el ansia
de vida eterna.
Los terminé y aún vivo.


[1] Poesías (1907) de Unamuno, en A. Suárez Miramón (ed.), Madrid, Alianza, 1987, vol. 1, pp. 209-210.


Unamuno el contingente, que se siente morir a cada instante.


La conciencia de la propia muerte es quizá (no estoy seguro) exclusiva de los seres humanos, para quienes el tiempo es más que presente. Los antropólogos explican la religión como una respuesta compensadora. La angustia ante la muerte, normal en los jóvenes y con seguridad en los agonizantes, es acallada en la mayoría por el fluir de la vida y la necesidad de responder a sus exigencias inmediatas. Ocasionalmente vuelve a atormentarnos la idea de no sobrevivir, que hace estoicos a unos, desesperados a otros.

En Unamuno es un componente inevitable de su propia fuerza vital, y vive el presente como un escapársele la vida. Este poema parece un autorrealizativo, hecho en tiempo real. Podría el poema ser la propia historia del poema, que se va relatando a sí mismo. Leyéndolo, yo soy Unamuno. Estoy solo en mi estudio, con sus libros y su pobre luz, el silencio es la soledad, y barrunto que la muerte me acecha. Oigo mi corazón, la sangre que corre. Mi hipocondría me amenaza con morir súbitamente.

El poema avanza, lo voy escribiendo al ritmo que lo voy pensando. Ya me veo muerto. La  lámpara de aceite se vuelve funeraria. Si muero ahora, ¿qué raro testamento será lo que ya he escrito?

Salgamos del alma de Unamuno. La confesión de su ansia de vida eterna remata el poema. Se ha librado, por ahora.


Otro contingente, menos preocupado
                    Juan José Guirado
Mayo de 2003

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