miércoles, 23 de marzo de 2011

¿Y ahora qué hacer...?

¿Qué sujeto pondré (pondremos, y no es plural mayestático) a ese verbo hacer? ¿Quién tiene que hacer?

Porque lo cierto es que hay mucho que hacer. Por hacer.

Sin duda se hacen a diario muchísimas cosas. Con seguridad, demasiadas cosas. Cosas que seguramente no habría que hacer.

Y otras muchas cosas se están dejando de hacer. Que seguramente habría que hacer.

Y la gran cuestión irresuelta es ¿quién las hará?

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Para vivir (para dejarse vivir) basta con dejar transcurrir el tiempo, procurando en primer lugar que nos dure. A ello dedicamos casi todos la mayor parte de nuestra energía. Alimento y cobijo son lo primero. Satisfacerlos es ya mucho, es sobrevivir. Somos animales sociales y ambos nos son procurados desde el principio dentro de una organización. El niño desvalido sale del útero materno sólo para ingresar en un útero social. En el que permanecerá, pese a sus ilusiones de independencia, toda la vida.

Sin duda, la mayor parte de nuestra conducta está marcada por el medio social. Una lengua, unas costumbres, unas querencias, un fondo común de ideas compartidas, son cosas de las que no carece ningún ser humano normal. Y que desde luego se dan dentro de un modo de producir los bienes necesarios y de un modo de reproducir la propia sociedad.

Todas las sociedades que mutatis mutandis han perdurado eran viables. En el sentido de que se pudieron reproducir a lo largo del tiempo. Porque en todas se han establecido normas de comportamiento.

Dentro de ellas, los individuos han oscilado entre dos formas de comportamiento.

Unos consideran que deben respetar las normas sociales, buscando el mayor provecho de la comunidad. Considerando que sin ella su propia vida ni siquiera sería posible.

Otros tratan más bien de aprovechar las normas que consideran favorables para ellos mismos, o directamente prescindir de normas cuando les parece conveniente, confiando en que quienes las respetan van a mantener el tejido social en que ellos se moverán a su albedrío, sin el menor escrúpulo.

Naturalmente, esto es un simple esquema, porque un mismo individuo puede adoptar en según qué circunstancia comportamientos sociales o asociales, mejores o peores.
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Y tampoco esas normas son fijas, porque las sociedades no son totalidades compactas, aisladas unas de otras, impermeables a influencias y cambios en su medio. Y tampoco son socialmente homogéneas, porque en todas las que han tenido un cierto desarrollo hay clases sociales.

Los principios:

Las sociedades, en su evolución, llegan a situaciones que amenazan su propio desarrollo y aún su existencia, porque acumulan contradicciones que sólo cambiando su estructura y condiciones de vida pueden resolver. Los cambios lentos se producen con pocas fricciones, incluso con poca conciencia de que la sociedad va cambiando. Pero hay momentos en que, por la razón que sea, un cambio más rápido es percibido. Y en función de la posición de los individuos y de las clases, unos lo ven esperanzados y otros como un peligro.

No hay que pensar que es el crudo interés lo único que determina estas percepciones diferentes. Si el ser de los individuos (todas las circunstancias en que se soporta su vida) determina de algún modo su conciencia, también la conciencia (su modo de entender y valorar) es determinante para su llegar a ser.

Dicho de otra forma: los hombres hacen su historia, a pesar de haber sido ellos mismos conformados por ella. Mirando hacia el pasado, somos su producto. Hacia el futuro, somos sus productores.

El simple hecho de saber, nos hace responsables de lo que hacemos y de lo que dejamos de hacer. Pero también seremos responsables de lo que dejamos de hacer por no querer saber.

Hagamos, pues, conciencia, que es suma de conocimiento y principios. Es lo único que puede salvar nuestra especie (y otras muchas). Como sus normas de comportamiento salvaron a otras sociedades, hasta que  formas de comportamiento asociales acabaron con ellas.

Pero ahora el problema es más a lo bestia.

Estos son mis principios:

El imperativo categórico de Kant:
«Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal».
Y la archirrepetida undécima tesis de Marx sobre Feuerbach:
«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».
Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros

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