Thomas Hardy (1840-1928), “Old Forniture”, en El gamo ante la casa solitaria[1]
Old Furniture I know not how it may be with others Who sit amid relics of householdry That date from the days of their mothers’ mothers, But well I know how it is with me Continually. I see the hands of the generations That owned each shiny familiar thing In play on its knobs and indentations, And with its ancient fashioning Still dallying: Hands behind hands, growing paler and paler, As in a mirror a candle-flame Shows images of itself, each frailer As it recedes, though the eye may frame Its shape the same. On the clock’s dull dial a foggy finger, Moving to set the minutes right With tentative touches that lift and linger In the wont of a moth on a summer night, Creeps to my sight. On this old viol, too, fingers are dancing -As whilom- just over the strings by the nut, The tip of a bow receding, advancing In airy quivers, as if it would cut The plaintive gut. And I see a face by that box for tinder, Glowing forth in fits from the dark, And fading again, as the linten cinder Kindles to red at the flinty spark, Or goes out stark. Well, well. It is best to be up and doing, The world has no use for one to-day Who eyes things thus-no aim pursuing! He should not continue in this stay, But sink away. | Muebles viejos Ignoro lo que sienten aquellos que sentados se hallan entre las viejas reliquias de su casa que datan de los tiempos de sus antepasados, pero yo sé muy bien lo que me pasa cuando estoy en mi casa. Veo todas las manos de las generaciones que poseyeron cada objeto familiar y palparon sus nudos y sus imperfecciones y por ellos, a su manera peculiar, dejáronse encantar. Mano tras mano fueron todos palideciendo, igual que en un espejo la llama de la vela muestra su propia imagen decreciendo, como si se alejase, aunque al ojo revela esa misma candela. Sobre la esfera mate veo dos dedos de nieve tratando de ajustar a una hora borrosa el reloj con un gesto que se asemeja al leve batir de las alas de una mariposa que ante mí se posa. En la antigua viola, como antaño, entre las cuerdas del mástil, danzan infinitos dedos, y de un arco el filo en su vientre con leves rasgueos les arranca gritos dulces a sus cuerdas y también contritos. Veo un rostro en una cajita de yesca cuyos rasgos brillan en la oscuridad, se asoma y se eclipsa en danza burlesca cada vez que salta la chispa fugaz, ¡veleidosa faz! Bueno, bueno, creo que es ya es suficiente, hoy en día nadie se suele fijar en estos fantasmas de no ser demente, será mejor, pues, no continuar y dejarlo estar. |
Aquí está otra vez el tema: la presencia de las personas percibida en las cosas.
La primera estrofa enfoca nuestra atención hacia el poeta. Enfatiza que habla sólo en su nombre; no le interesa saber si su percepción se puede extender a otros. El lector, introducido en su mente, sabe que esa experiencia íntima es universal. Es él (soy yo, somos todos) quien “ve” a sus antepasados en esas cosas heredadas.
A una percepción tan interior corresponde un punto de vista muy cercano. Desde él vemos como permanece cada nudo y cada muesca en los objetos, pero sucesivas manos fantasmales que los acarician se van apagando “como la llama de una vela”. Dedos borrosos se deslizan por la esfera deslustrada del reloj, danzan fugazmente sobre las cuerdas de la viola. Al fin vemos un rostro: brilla un instante en la oscuridad cada vez que, al contemplar la caja de yesca, evocamos la chispa que el eslabón hace saltar. La misma imagen: las personas pasan fugazmente, permanecen las cosas...
El poeta evita pararse en estos pensamientos, aventa los fantasmas y contrapone a esas visiones del pasado un mundo actual en que a nadie interesan. No quiere ponerse trascendente. Pasa a otra cosa.
Acepta el mundo por encima de imágenes pasadas. Son ideas perturbadoras que sacude de su mente. La estructura del poema refleja la idea de ruptura con un final brusco. Igualmente cada estrofa es cortada por un verso roto, como el golpe de caja en la banda de música interrumpe la melodía en una procesión. La ironía ahoga la trascendencia.
El músico
Antonio Durán Capel, el rincón de mis aficiones |
Juan José Guirado
Mayo de 2003
[1] Cfr. Th. Hardy (1952), The Collected Poems of Thomas Hardy, Mac Millan and Co., London. Ed. ing. utilizada para la ed. y trad. esp. de Francisco M. López Serrano: El gamo ante la casa solitaria, Valencia, Pre-Textos, 1999, págs. 178-181.
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