El clásico "largo me lo fiáis" de Don Juan Tenorio es el argumento principal de los negacionistas a medias ante problemas que no ven en el horizonte más inmediato.
La historia modula las previsiones, pero no hace que se vuelvan más exactas. En 1972, el llamamiento fue a evitar la translimitación. Y la fecha preferida para fijar plazos era entonces el año 2000. En 2012, se reclama actuar a fin de eludir el colapso. Y la fecha de referencia es frecuentemente 2050. La retórica ama las cifras redondas.
En un libro colectivo reciente, Como si hubiera un mañana. Ensayos para una transición ecosocialista, donde yo mismo he aportado una contribución, Jaime Vindel señala tres «ángulos ciegos» del «colapsismo» en un ejercicio de diálogo que sin embargo, en mi opinión, deja de lado el asunto de verdad importante en el debate sobre colapsos ecosociales. Dado que según Jaime yo soy responsable de la «articulación más sólida en el contexto español» de la posición «marxista colapsista» (p. 40), no estará de más una breve respuesta.
El asunto de verdad importante, en mi opinión, es el de la inevitabilidad o no del colapso. Jaime Vindel, en esas p. 50-51 del libro (y en otros momentos de su valioso capítulo («Imágenes (dialécticas) de la historia: la filosofía política del ecosocialismo»), oscila entre sugerir un colapso inevitable o sólo un «contexto tendencialmente catastrófico» (p. 51) pero aún recuperable. Ahora bien, las consecuencias que se siguen de ambas posiciones (para las estrategias de cambio, las tácticas y hasta las orientaciones personales de vida) son tan diferentes que orillar esta cuestión es, de alguna forma, también sesgar demasiado el debate.
Veamos los tres ángulos ciegos. El primero tiene que ver con el aventurar fechas: Jaime Vindel sigue a Emilio Santiago Muíño en su recomendación de «no fijar plazos concretos para el desencadenamiento de fenómenos como la abrupta contracción energética derivada del pico de los combustibles fósiles» (p. 51; véase Futuro pospuesto: notas sobre el problema de los plazos en la divulgación del Peak Oil). Podemos estar de acuerdo, pero esta cuestión es irrelevante en cuanto al asunto central que antes señalé: inevitabilidad o no del colapso. Se trata si acaso de una «estrategia comunicativa errada», pero si estamos discutiendo la filosofía política del ecosocialismo las estrategias comunicativas son un asunto secundario (en este nivel).
Segundo aspecto, relacionado con el anterior: «la temporalidad del colapso civilizacional está expuesta a cambios que pueden acelerar o demorar sus efectos» (p. 51). Nada que objetar: sólo quizá señalar que el ejemplo que aduce Jaime (el fracking) no modifica otra cosa que precios de mercado y plazos en cuanto a la dinámica de colapso metabólico de nuestras sociedades. La objeción importante es que «el colapsismo tiende a minusvalorar la capacidad de reinvención del capitalismo» (ibid.), y aquí es donde yo pediría un poco más de concreción. ¿Piensa nuestro autor que el capitalismo puede «reinventarse» como un capitalismo verde inclusivo, esquivando eficazmente el colapso? ¿Un capitalismo viable para 8.000 o 10.000 millones de seres humanos? Porque si lo que se sugiere sólo es que «unas partes de la sociedad mundial se libren del colapso a costa de hacer colapsar más a otras, o incluso a costa de exterminarlas» (como posibilidad que apuntaba Emilio Santiago Muíño en su artículo antes citado), yo a eso desde luego lo llamo también colapso, y de hecho es una de las vías que prospectivamente señalo en mi contribución al mismo libro, Como si hubiera un mañana: el genocidio de una parte sustancial de la población humana para de esa forma ganar espacio ambiental para los sobrevivientes (p. 230). Si está apuntando a ese horror ecofascista como «reinvención del capitalismo», habría que explicitarlo. (Sobre la banalización del término «ecofascismo» en ciertos ambientes de nuestras izquierdas habría que hablar otro día. Si Roger Hallam de Extinction Rebellion es ecofascista en vez de, digamos, Elon Musk, yo diría que hemos perdido completamente el norte.)
Tercer aspecto que señala Vindel: lo que se podría llamar «optimismo colapsista», vale decir «la ilusión según la cual el colapso permitirá reconstruir desde cero los cimientos de la civilización» (p. 51). Se puede debatir bastante sobre si en las crisis encadenadas que vienen se abrirán, o no, ventanas de oportunidad para según qué cambios sociales. Pero muy poca gente en el campo «colapsista» se ajustaría, creo, al adanismo que denuncia (con razón) Jaime Vindel. En lo que a mí me toca personalmente, hace muchos años que me orienta más bien el aforismo o «pensamiento despeinado» de Stanislaw Jerzy Lec: no esperemos demasiado del fin del mundo (no tengamos demasiada prisa).
Yo comparo el colapso con el lento y destructor avance ponzoñoso provocado por la mordedura de un animal venenoso. El colapso comienza su proceso en el mismo instante que se produce dicha mordedura. Una precisa lectura e interpretación de los síntomas permite administrar a la víctima el suero necesario para evitar un fatal desenlace. De no ser así...
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