lunes, 26 de abril de 2021

Desequilibrios

El importante libro Trabajo, del antropólogo James Suzman, está lleno de evidencias. Muchas de las ideas expuestas son hoy lugares comunes, aunque negacionistas de varios tipos prefieran ignorarlas. Pero lo importante es concatenarlas adecuadamente, y eso lo hace magníficamente el autor.

Podemos empezar, con él, por el concepto físico de "trabajo". Tal es cualquier actividad que, empleando energía, aplique una fuerza para producir el desplazamiento de una masa. El trabajo, por lo tanto, se opone al reposo. La energía utilizable es siempre producto de un desequilibrio. El ejemplo clásico es el de la energía térmica, que pasa de un cuerpo caliente a otro frío, hasta que se iguala la temperatura de ambos y cesa el flujo. Esta energía puede producir trabajo solamente mientras exista ese desequilibrio.

Este ejemplo ilustra la tendencia universal a que el flujo contribuya a su propio final, y por eso se piensa que nuestro universo tendrá una "muerte térmica" cuando cesen por completo los flujos de energía. Claro que eso nos queda muy lejos.

La magnitud física que muestra el grado de desequilibrio es la entropía. Para entendernos sin entrar en profundidades, podemos decir que es la medida del desorden, entendiendo que un sistema está "ordenado" mientras parte de él tiene mucha energía que puede transmitir a otra parte, y que se va "desordenando", enredando ambas partes ordenadas, hasta que llega al equilibrio y cesa el flujo, y con él la actividad.

De este modo, la tendencia de cualquier sistema aislado es el aumento continuo de la entropía, y en algún momento, para mantenerse activo, necesita que le llegue energía desde el exterior.

El surgimiento de la vida, desde sus formas más primitivas, altera la ciega tendencia universal al incremento inexorable de la entropía. Un fenómeno extraordinario se produce cuando, en el seno de ese flujo universal de energía, una porción de esa materia que se recombina aleatoriamente adquiere casualmente la capacidad de "exportar entropía", y se ordena interiormente de cierta manera, a costa de aumentar el desorden del exterior. Si además esa porción, ese "individuo", alcanza la posibilidad de ordenar otras partes de ese exterior a su propia imagen, "reproduciéndose", el conjunto de individuos resultante será una "especie", iniciándose un proceso en cadena que modifica el medio. La especie medra exponencialmente. Para completar el proceso, si por accidente se altera el resultado del proceso reproductivo, la especie "muta", y ya está en marcha el "imparable" mecanismo evolutivo de la vida, en su inmensa variedad.

Es "imparable" mientras no desordene demasiado ese medio externo del que se nutre, agotándolo, y tenderá a hacerlo sin remedio, expansionándose hasta ocuparlo por completo. Entonces, mientras le sea posible, buscará ampliar ese medio, ocupando nuevos territorios aún no esquilmados.

Así que, en cualquiera de sus formas, los seres vivos trabajan para mantenerse. Obtienen la energía necesaria del medio, desordenándolo para reordenar continuamente su propia estructura.

La progresiva complejidad ordenada que produjo los seres vivos más simples continúa trabajando a niveles más altos. De la célula al organismo pluricelular, y de este a la necesaria relación, competitiva o colaborativa, entre organismos. La energía necesaria puede extraerse del medio inerte pero es mucho más fácil aprovechar el trabajo acumulado por otros organismos. La depredación aparece como un mecanismo que facilita la vida (desde luego, la del depredador). Siempre a costa de un desperdicio de energía irrecuperable, tanto mayor cuanto más alto es el ascenso en la escala de la depredación.

En resumen, cuanto mayor es la ordenación de la parte "viva", mayor es el desorden añadido al resto, y a mayor eficacia ordenadora, mayor desorden exterior.

La especie humana no es una excepción, pero a la evolución biológica añade la evolución cultural. En sentido amplio, podríamos llamar cultura a todo comportamiento colaborativo en el seno de una especie, pero más propiamente debemos aplicar el término si es fruto del aprendizaje y se transmite por la educación. La investigación moderna descubre culturas en otras especies, aparte de la humana, porque no todo se transmite por herencia, aunque sea hereditaria la capacidad de aprender.

En nuestro caso, el trabajo original, como en otras especies animales, era la recolección, y luego la caza. Los cazadores-recolectores no han traspasado el umbral que conduce a otras fases, encerrados en nichos ecológicos estables, y sus culturas no permiten un alto grado de acumulación, y por lo tanto de desigualdad entre sus miembros.

La inestabilidad del medio, causada por las mismas sociedades o por factores externos, como los cambios en el clima, obligaron a algunos de estos grupos a expansionar su territorio. Luego, a perfeccionar sus técnicas de caza, y posteriormente a mejoras en la recolección que desembocaron en la agricultura, al tiempo que la incierta caza era sustituida por la mucho más segura ganadería. Ese cambio trascendental fue la revolución neolítica. Permitió la acumulación de bienes y condujo a la división del trabajo y la estratificación social. El acaparamiento por una parte de la sociedad condujo a una desigualdad creciente, que no era posible en la anterior fase cultural.

A la explotación de la naturaleza se añadía ahora la del trabajo de los animales y de otros seres humanos. Y el trabajo humano aparece como motor de la sociedad. Este proceso nunca ha cesado. Los cambios sucesivos, necesarios cada vez que la expansión se acercaba a sus límites, condujo a distintas revoluciones productivas, siempre superando limitaciones. El trabajo es el motor, pero no todos los individuos tienen la necesidad de trabajar: medra una clase ociosa.

Las sociedades primitivas trabajaban para vivir, pero en las posteriores hay quien vive para trabajar. Las sociedades esclavistas no diferenciaban el trabajo forzado de hombres y animales. Más adelante, la ficción de la voluntariedad del trabajo logra, mal que bien, que el trabajador interiorice su actividad como algo positivo, obtenga o no satisfacción con lo que realiza. Trabaja para la acumulación, aunque con frecuencia él mismo no acumule. La ética del trabajo se añade a la natural propensión a ocupar el tiempo.

El tiempo libre solamente satisface si es ocupado. Cuando supera la necesidad de reposición del esfuerzo gastado, lo llenamos de actividades a las que ya no llamamos trabajo, porque no son remuneradas. Los hobbies, las aficiones, los deportes, no son trabajo si no obtienen un beneficio económico. Un deportista profesional "trabaja", uno aficionado, no. La clase ociosa, aunque no solo ella, practica la caza como placer, pero no vive de cazar.

Son muchos los "adictos al trabajo", los que no saben hacer otra cosa para llenar el tiempo. Muchos jubilados caen en la depresión, incapaces de adaptarse a "no trabajar".

Se une a ello una aspiración moral a "ser útil". También son muchos los que quedan insatisfechos si consideran que lo que hacen "no es productivo". Haría falta una cultura del "no trabajo", pero no es compatible con un sistema económico que prima la productividad, aunque sea excesiva y produzca mucho más de lo necesario para la vida.

Esa cultura del ocio que practica en parte la clase ociosa no es generalizable. La desigualdad social se manifiesta en el reparto de la riqueza, pero también del trabajo y del ocio.

La no únicamente capitalista cultura de la eficiencia es inseparable de la cultura del trabajo, como esta lo es de la cultura del crecimiento. Aunque la dichosa eficiencia se escape por numerosos poros. El de la escasez creciente de los recursos, comenzando por los energéticos, no es el único. Para producir algunos bienes se necesita materia prima que se agota, pero dentro de esta no todo es aprovechable, y es inevitable la cultura del desperdicio.

Los factores limitantes del crecimiento los señaló Liebig a partir con sus experimentos con fertilizantes que tanto impresionaron al Marx más ecologistaFormuló entonces la Ley del Mínimo, que indica que el desarrollo de una planta se ve limitado por el mineral esencial relativamente más escaso. Ya podemos aumentar el resto de los factores, que no por eso vamos a obtener crecimiento. Lo que vale para las plantas o los animales vale también para cualquier otro organismo, y nuestra sociedad es el más grande que haya existido jamás, al menos en este planeta.

Si un factor limitante impide el desarrollo, otros factores quedarán ociosos. Su abundancia no podrá aprovecharse. De este modo, a la escasez de unos acompañará el exceso de otros, incluso a niveles que se traduzcan en almacenamiento inútil o en desecho nocivo. El abono en cantidad adecuada fertiliza los campos, pero el vertido de purines con los que no se sabe qué hacer daña gravemente los acuíferos.

El siempre imprescindible Antonio Turiel observa esto en su artículo El fin del plástico y los chips baratos. Copio algunos párrafos, comenzando por el imposible aprovechamiento "total" del petróleo:

¿Qué está pasando? 
Está pasando que la industria química está dejando de ser rentable. Las empresas químicas están dejando de tener fe en su sector, a causa de dos problemas estructurales.
El primer problema es semejante al del diésel: nos estan quedando cada vez menos hidrocarburos líquidos aptos para la producción de ciertas sustancias. Empieza a faltar materia prima. La crisis de la CoVid, con la caída global de la demanda, ha camuflado el problema, pero debido a la caída acelerada de la producción de petróleo que comentábamos en el último post, empieza a haber ya tirantez en el suministro. No es que nadie esté acaparando materia prima: es que ya no llega para todos. 
El segundo problema es lo que yo denomino la Ley de Liebig de las refinerías. Cuando se introduce petróleo es una refinería, se obtiene un porcentaje de cada tipo de producto refinado, según el tipo de petróleo o mezcla que se procese y según la refinería. Por pintar un cuadro simplista, digamos que puede ser un 50% de gasolina, un 20% de diésel, un 20% de destilados medios y un 10% de alquitranes. Con pequeños ajustes en la mezcla de entrada y en el propio proceso de refinado podemos disminuir un poco al gasolina y aumentar el diésel. Haciendo ya algunas inversiones en la refinería podemos apurar un poco más los márgenes, de modo que aumentemos más algunos de los productos refinados a expensas de los otros. Pero, al final, hay siempre un límite mínimo de cada categoría de producto que se tiene que producir. Aunque no te haga tanta falta, sacarás siempre un cierto porcentaje de gasolina. Aunque no lo quieras para nada, tendrás siempre una cierta fracción de chapapote con alto contenido de azufre. Aunque no sepas qué hacer con ello, tendrás una mínimo de alquitrán como producto residual. Antes de la CoVid, se había conseguido un (precario) equilibrio entre lo que se extraía y lo que se demandaba para los diversos usos. Ahora ese equilibrio se ha roto porque no todos los sectores económicos han sido golpeados igual y porque no hay la misma necesidad de unas cosas que de otras. Las refinerías, operando con normalidad, se encuentran que tienen que almacenar gasolinas y/o fuel oils y/o alquitranes que nadie quiere. La necesidad obliga a agudizar el ingenio, y así últimamente se está mezclando ese keroseno que no queman los aviones con el diésel, en la proporción justa para no causar problemas. Pero, como todo lo demás, tiene un recorrido limitado. Y aunque las refinerías pueden tirar un tiempo acumulando los productos sobrantes, al final se ven obligadas a ir reduciendo su actividad para equilibrar su producción con la del producto del que tienen menos demanda. Ésta es la ley de Liebig de las refinerías. Y como el sector de las refinerías también está sufriendo una falta crónica de inversión, al final la producción de las refinerías está cayendo, aunque sea por debajo de lo necesario para abastecer ciertos productos más demandados. Por eso faltan diésel y ciertos productos necesarios para la industria química.

Sobre los microchips:

El proceso de fabricación de los chips requiere enormes cantidades de energía y de agua. Con el agravante de que la concentración de la fabricación en pocas factorías aumenta la fragilidad global: un incendio en una fábrica de chips de Renesas puede parar las líneas de producción de muchas fábricas de coches en todo el mundo. Ése es el mundo donde vivimos. 
Los microchips son estratégicos para el mantenimiento de las estructuras de datos y de control de nuestro complejo y complejificado mundo. Por eso Europa y los EE.UU. se están planteando ahora recuperar la soberanía en la fabricación de esta componente fundamental del mundo moderno, pero pronto comprobarán que no tienen una manera asequible de producir chips de alta tecnología. Solo puede haber unas pocas fábricas y tienen que ser enormes, y solo puede haber unos pocos proveedores de los materiales intermedios; si no, el proceso no sale a cuenta económicamente. Si no fuera así, mediante esta concentración masiva del capital, no se podrían vender móviles por unos pocos centenares de euros: tendrían que valer entre 10 y 100 veces más, pero eso mataría el mercado. La concentración y la grandiosidad de estas fábricas es un simple reflejo de que lo que se produce está en el límite de la rentabilidad. 
Las empresas de microchips lo saben y se han ido retirando del mercado. Intel ya no fabrica sus microchips. AMD encarga una parte de su producción a esas empresas monstruo. No queda negocio y las empresas se van alejando discretamente de él, sin hacer ruido

Finaliza este artículo:

Es un fenómeno global y, por lo que vemos, multisectorial. Es la Gran Retirada del Capital. La Gran Desinversión. El final de tantas décadas expansivas. El inicio del repliegue antes del batacazo final. Un movimiento que podría parecer paradójico con el Gran Despilfarro, pero no lo es: ambos pretenden preservar (y aumentar) el capital. 

Todo esto solo anticipa otras escaseces. Por ejemplo, la de alimentos, que ya comienza a asomar. 

Plásticos y chips. Unidos en la escasez y también en su degradación. Como saben, los chips se fabrican a partir de obleas de silicio, que es el elemento que junto con el oxígeno forma la arena (óxido de silicio), aunque en realidad los chips se fabrican a partir de cuarzo porque es más puro en silicio (fabricar chips a partir de arena sería energéticamente prohibitivo). Hoy en día, si Vd. va a cualquier playa, aunque la arena le parezca blanca impoluta, lo más normal es que tenga una gran cantidad de impurezas plásticas en su interior. El polipropileno forma unas bolitas que a primera vista y a segunda le pasarán desapercibidas, pero no son arena: son plástico. Incluso las playas más recónditas del planeta están contaminadas con gran cantidad de plásticos. Dentro de unos siglos, eso quedará de los plásticos y chips que hoy consumimos en cantidades ingentes: arena y polipropileno mezclados en la playa, quizá a partes iguales. Habremos cumplido nuestra función de degradar este planeta, sin ningún otro objetivo identificable más que la degradación por sí misma. Solo somos siervos de entropía.

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