"La gente no lo quiere pensar, pero estamos ante el último verano", pronostica Santiago Niño Becerra sobre el futuro inmediato de la economía española.
El título de la obra de Tennessee Williams, que Mankiewicz llevó a los cines hace seis décadas, le sirve para indicarnos el fin de una época. Cierto es que seguirá habiendo tórridos veranos, pero se nos acaban los placenteros veraneos.
De repente: aunque se esté esperando que algo ocurra, no esperamos la súbita llegada.
No es solo ni especialmente un problema de nuestro país: un aviso parecido lo lanza el presidente francés Emmanuel Macron, el primer gobernante que habla abiertamente del "fin de la abundancia". No será el único; nos están preparando para sufrir, pero no para cambiar el sistema económico, porque eso les parece imposible.
La ética que necesitamos: imposible
Imagen: Fan Ho |
La ética que necesitamos: imposible
La política que necesitamos: imposible
La economía que necesitamos: imposible
De manera que ¡manos a la obra!
Jorge Riechmann. Z. Huerga y Fierro, 2021.
Artículo de Jorge Riechmann:
Hemos de agradecer a Macron que rompiese parcialmente el consenso discursivo negador de la realidad que hasta hoy siguen defendiendo las élites económicas, políticas y mediáticas: la abundancia energética y la plétora mercantil son cosa del pasado
El Presidente de la República Francesa habló del fin de la abundancia, y se produjo una gran conmoción.
La primera reacción se dio casi como reflejo condicionado: ¿cómo hablar de abundancia en sociedades donde la desigualdad cronificada se intensifica aún más, donde el 1% en la cima de la pirámide acapara ingresos y riqueza, donde la inflación carcome los salarios, donde la precariedad degrada y deshace tantas existencias vulnerables? Y por añadidura ¿vincular esa llamada a aceptar sacrificios con una guerra insensata que podía y debía haberse evitado, incluso in extremis, en la cuesta abajo geopolítica del pasado invierno?
Y, no obstante, quienes somos conscientes de la tragedia ecosocial que estamos viviendo, y de los tiempos durísimos que vienen, hemos de agradecer a Emmanuel Macron que el 24 de agosto rompiese parcialmente el consenso discursivo denegador de la realidad que hasta hoy siguen defendiendo las elites económicas, políticas y mediáticas. En efecto, la abundancia energética y la plétora mercantil que nos decían seguiría siempre adelante son cosa del pasado. Y cuanto antes nos hagamos cargo de la realidad, más opciones tendremos para evitar los peores escenarios (diversas combinaciones de fascismo, genocidio y ecocidio) que hoy por hoy son los más probables.
Hay dos verdades básicas que, más que incómodas (sobre an inconvenient truth nos explicaba Al Gore), resultan inaceptables para la visión del mundo que prevalece. La primera es que el calentamiento global es más bien nuestra tragedia climática, y no significa solamente algunas molestias más para nuestra vida cotidiana (un poco más de calor en verano, algún río fuera de madre de vez en cuando, algo menos de agua para tierras y gargantas un poco más sedientas): lo que está en juego son sociedades inviables en una Tierra inhabitable.
Y una segunda verdad es que la crisis energética ni es coyuntural ni tiene ninguna solución que no implique vivir usando mucha menos energía –lo que significa empobrecimiento de algún tipo. La mayor parte de lo que hemos llamado “progreso” y “desarrollo” a lo largo de los dos últimos siglos se debe a la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles y a la inconcebible sobreabundancia energética que proporcionaron (que ya acaba y no es sustituible). Y, en sociedades como la francesa o la española, la parte de esa riqueza energética que toca incluso a quienes malviven en la base de la pirámide social está por encima de lo generalizable para más de ocho mil millones de seres humanos que quieran durar en el tiempo.
No cabe seguir pensando en una “buena” transición a una sociedad industrial sustentable que pudiera, por ejemplo, conservar (no digamos ya ampliar) los enormes consumos de energía del capitalismo actual en los países centrales del sistema. El ahorro energético que hoy proponen Francia o Alemania, y que parece inasumible a tantos, está de hecho por detrás de lo que necesitaríamos: y eso apunta, claro, a la necesidad de cambio sistémico.
¿Hablamos entonces de asumir la realidad y de la necesidad de superar el capitalismo?
El pronóstico de Santiago Niño Becerra
“Se está entrando en una zona borrosa”. Es el aviso del economista Santiago Niño Becerra sobre el futuro a corto plazo de la economía española. Esta semana la prima de riesgo en los países del sur de Europa, entre ellos España, se disparaba después de que el Banco Central Europeo (BCE) anunciara que dejaría de comprar deuda. ¿Qué significa este indicador?
El autor de ‘Futuro, ¿qué futuro?’ explica que la prima de riesgo es la diferencia que existe entre “lo que se ha de pagar porque te compren deuda y lo que paga Alemania por lo que te compran de deuda a 10 años”. Niño recuerda que el bono del país germano se alza como “referente” porque es una potencia económica “sólida, potente y estable”. Países del sur de la eurozona como España y Portugal, donde ha llegado a un 3%, “tienen que pagar más por deudas que se les compre”, añade.
“¿Tiene que ver con los tipos de interés, que están subiendo y se esperan que suban? Sí, evidentemente”, se contesta a sí mismo Becerra. Aunque añade que, especialmente, guarda relación con la confianza en la economía del país. “Los inversores, teniendo en cuenta que el BCE va a dejar de comprar deuda, le dicen a España que no confían en cómo están, tampoco en la bajada de déficit ni en su situación económica” ilustra el economista, que explica que el indicador debe bajar para que los inversores se arriesguen.
Esta situación es “complicada”. Para nuestro teórico de cabecera, una de las claves está en el gasto de intereses, que solo se emplea en ese cometido. Por otro lado, considera que la imagen económica del país empeora, más aún en España: “Recordemos también que en el 2020 prácticamente toda la deuda de España la compró el BCE".
“No estamos en 2007, pero…”
Sobre la economía familiar durante este verano, Niño define la situación como un “carpe diem”. “En otoño todo apunta a que va a ser complicado, es una cosa psicológica, por eso que vivamos el momento y ya luego veamos lo que sucede”, aclara. Asimismo, señala que “gran parte de la población no quiere pensar en lo que ocurrirá en tres meses, estamos ante el último verano, como la película”. Las familias, dice, están destinando sus ahorros durante la pandemia al incremento de precios y a llenar “bares, restaurantes, carreteras y playas”, una situación que va, argumenta, en contra de la rebaja de la inflación.
“Sería bueno que todos dejáramos de consumir de todo”, justifica Niño, quien cree que de esta forma se estabilizaría la producción. En torno a este desajuste de la oferta, el economista aclara que “no estamos en 2007, cuando nadie sabía por dónde ir” aunque avisa de que “las decisiones que se deben tomar no son políticamente correctas, pero en 2023 hay elecciones y eso juega en contra de la economía”. Sobre la bajada de la inflación apunta que será “lenta”, como señala el Banco de España, que la cifra en torno al 5% para el próximo año.
Sociología y economía
Cuestionado por la entrevista de El País con el sociólogo estadounidense Richard Senett, el economista cree que nunca le dan el Nobel “porque habla de cosas feas y las cosas feas no le dan premios”. Desde los 90 analiza el debilitamiento de las relaciones sociales: “Lo que deduce es que no hay nada ideológico, el capitalismo inventó la clase media porque la necesitaba y el neoliberalismo la está dejando morir porque no la necesita”, culmina Niño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario