Neoliberalismo, más que una doctrina económica
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Representación humorística de la manipulación televisiva. Autor: Tumisu. Fuente: Pixabay |
Tras los fracasos neoliberales, el lector o lectora podría pensar que sería, pues,
el momento de cambiar el rumbo y probar con otras políticas macroeconómicas. Nada más lejos de la realidad. La principal causa de la supervivencia de estas tesis es que la influencia del neoliberalismo no fue solo económica, sino también social. Del
colectivismo y la
solidaridad, se ha pasado a una
individualización exacerbada y una nueva concepción de los problemas sociales, tales como la pobreza o la desigualdad, en la que
se responsabiliza a cada persona exclusivamente de los mismos.
Este fenómeno ha sido ampliamente estudiado por intelectuales como el periodista inglés Owen Jones, que en su libro Chavs: The Demonization of the Working Class, analiza la situación de la clase obrera en la sociedad británica post-tatcher. Jones explica las consecuencias del legado de Thatcher en la sociedad británica. Esta negaba la existencia de una sociedad y calificaba el concepto de ‘’clase’’ como un término marxista. Bajo estas ideas, reside la concepción de que el individuo es totalmente responsable de su devenir y se materializa en idearios como la cultura del esfuerzo o la meritocracia.
Así pues, se ha ejecutado un proceso de demonización de la clase obrera en el que se la juzga de vaga y zafia, en el que los
medios de comunicación hegemónicos han jugado un papel decisivo, mostrando como representativos a los chavs, en español chonis o canis, de toda una clase social. De esta forma, alrededor del 80% de la población se clasifica como clase media, cuando en realidad este porcentaje es de apenas el 50%, lo que demuestra un
estigma hacia la clase obrera y la
sobreestimación de su capacidad para ascender socialmente, pues una sociedad meritocrática es más un anhelo que una realidad.
Asimismo, la transformación de la doctrina neoliberal de heterodoxa a ortodoxa ha cerrado las puertas a teorías alternativas en la ciencia económica y ha permitido la predominancia de economistas neoliberales en la disciplina. En las últimas décadas, la mayoría de los famosos premios Nobel han sido otorgados a este tipo de economistas (o, como poco, liberales), demostrando la convivencia entre el capital y las altas instancias académicas.
En el
ámbito social, algunos economistas, en su mayoría hombres con trajes caros, han ido
aumentando su presencia en las tertulias televisivas a dibujar curvas perfectas para ejemplifiar su éxito y
difundir las tesis neoliberales. De esta manera, se han extendido premisas económicas falsas entre la sociedad, como que la reducción de impuestos aumenta la recaudación estatal o que las empresas privadas son más eficientes que las públicas, las cuales se han convertido en
verdades incontestables, a través de estos
pseudocientíficos, que responden a intereses económicos y personales muy concretos.
Últimamente, tratan de pronosticar el aumento del paro con la subida del salario mínimo o el desabastecimiento de mascarillas con la fijación de un precio máximo. Y, aunque no paran de equivocarse, parece que no se consigue quitar el chicle, que representan sus falacias neoliberales, de la suela del zapato. Sin esta revolución social y sin la difusión encubierta y continuada de sus tesis en los medios de comunicación, el neoliberalismo no podría haber repetido receta en 2008.
Con el poder de los sindicatos aniquilado, una izquierda carente de proyecto alternativo tras el shock de la caída de la URSS (1991) y una sociedad descolectivizada, los neoliberales tenían vía libre para aplicar sus medidas de ‘’austeridad’’. De nuevo, una desvirtuación de otro término, cuya crítica ha liderado Pepe Mujica (ex-presidente uruguayo) como ejemplo de la austeridad personal, en la que se han enmascarado como austeridad las políticas neoliberales, que han provocado un nuevo aumento de la desigualdad en los últimos años.
En este caso, el ex-presdiente estadounidense Barack Obama efectuó políticas relativamente keynesianas tras la caída del conglomerado Lehman Brothers en 2008, pero la Unión Europea (UE), bajo el férreo liderazgo de la canciller alemana Angela Merkel, aplicó la receta neoliberal (de la que ahora parece haberse olvidado), mostrándose en extremo preocupada por la deuda de países como Portugal, España o Grecia, pero muy poco por la realidad social de las clases populares en los mismos. Estas políticas, además de nefastas consecuencias económicas, han desencadenado un aumento generalizado del euroescepticismo.
Reacción social y lucha colectiva
Ante este panorama, la crisis del
coronavirus representa otro desafío para la clase política. En países como EEUU o Brasil, parece que las tesis neoliberales van a seguir representando un papel central, al amparo de ultraderechistas como
Donald Trump o
Jair Bolsonaro, respectivamente. Por otro lado, hay razones para ser optimistas, ya que la UE muestra síntomas de haber aprendido al fin de sus errores y ha manifestado su intención de
inyectar dinero en las economías de los países europeos más castigados por el coronavirus y hasta el
Fondo Monetario Internacional (FMI) apuesta por ‘’gastar, gastar, gastar’’, lo que seguramente le causaría urticaria a Milton Friedman y se la debe estar causando a
Juan Ramón Rallo.
Aun así, como se ha venido señalando a lo largo del artículo, la influencia del neoliberalismo no es solamente económica, sino también social y política. Una sociedad despolitizada y que no es capaz de emprender proyectos y luchas colectivas, representa una presa fácil para estas doctrinas y, por tanto, favorecerá el enriquecimiento de las clases altas, a costa del empobrecimiento de la clase obrera.
El neoliberalismo ha resucitado en el imaginario colectivo las ideas proyectadas por teorías pseudocientíficas como el
darwinismo social, con la premisa de que las personas si se esfuerzan pueden conseguir lo que deseen, el que es pobre lo es
porque no ha hecho lo suficiente y los problemas mentales se solucionan haciendo ejercicio y teniendo pensamientos positivos.
Un imaginario en el que, cuando hay una crisis provocada por la negligencia de las élites económicas y políticas, se vende a la gente de a pie que
«ha vivido por encima de sus posibilidades» y que hay que «apretarse el cinturón». Al mismo tiempo, la inmensa mayoría de las personas ricas ya nacieron ricas o con privilegios de clase y usan su influencia política y la ingeniería fiscal para conseguir amplios dividendos. De hecho,
el número de ricos aumentó durante la pasada crisis económica.
Solamente desde el activismo social y desde la concienciación colectiva se puede hacer frente a los ataques del neoliberalismo al Estado del Bienestar y a la desigualdad creciente en todo el globo, como se demostró durante las movilizaciones extendidas por casi todo el mundo entre 2011 y 2014 (el 15-M en España, YoSoy132 en México o OccupyWallStreet en Estados Unidos).
Cuanto más se demore el cambio necesario, más violenta y traumática será su aplicación.
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