Hace muchos años que leí Le piccole virtù, Las pequeñas virtudes. Este libro de Natalia Ginzburg reúne apuntes autobiográficos, semblanzas y reflexiones sobre la vocación de escritor, pero su título corresponde a un breve ensayo sobre educación incluido en él.
Contrapone en este ensayo las pequeñas virtudes de la moral a las grandes virtudes de la ética. Si las primeras nos ayudan a adaptarnos a la sociedad existente, y por lo tanto a sobrevivir, las segundas pueden incluso ser peligrosas, porque chocan frecuentemente con lo establecido:
Las pequeñas virtudes fue escrito por Ginzburg a comienzo de los años 60 y parte de su propia experiencia como madre. La autora tuvo tres hijos de su primer marido, el intelectual antifascista Leone Ginzburg, que fue asesinado por los nazis; y otros dos más de su segundo marido, un profesor de literatura.
El ideal educativo que propone la autora tiene que ver con la exigencia y la excelencia, ya desde las primeras líneas:
“Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes”. Y sintetiza cuáles son estas:
- no el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero;
- no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro;
- no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad;
- no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación;
- no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber”.
Explica que padres y educadores tienden a lo contrario: “elegimos el camino más cómodo, porque las pequeñas virtudes no encierran ningún peligro material, es más, nos protegen de los golpes de la suerte”.
¿Son excluyentes ambas líneas educativas? Difícil decisión. En realidad, existe un frágil equilibrio entre las dos. Sin la posibilidad de sobrevivir, para lo que hace falta cierta dosis de las primeras, difícilmente pueden llegar a practicarse las segundas.
Por desgracia, en esta sociedad la contraposición suele ser absoluta, a costa de que el desprecio por las grandes virtudes, relegadas al limbo de un ideal imposible, llegue a convertir la supervivencia individual en suicidio colectivo.
Por esta misma razón, el posibilismo de la pequeña política destierra la gran política, la más necesaria, al país de nunca jamás, la TINA en que podríamos ahogarnos todos.
Renunciando a los grandes objetivos, la pequeña política se encuentra cómoda con la filantropía. Las políticas sociales son relegadas, mientras florecen ONGs y fundaciones que en vano pretenden aliviar los peores resultados de esa otra política imposible.
Esta solución no es nueva. Las clases dominantes de otros tiempos también buscaron válvulas de escape para la presión social. La caridad cristiana es un ejemplo, pero antes la república romana había inventado los tribunos de la plebe para canalizar la rebeldía de los más pobres. Naturalmente, estos representantes del pueblo no podían subvertir el orden establecido. Tampoco pueden hacerlo hoy los partidos de izquierda asentados en la alternancia que no permite tocar lo intocable.
Porque «No es posible pretender hablar o actuar por la “plebe” estando a sueldo de los nuevos “patricios”». Estos magnánimos patricios de ahora suelen ser grandes filántropos. Naturalmente, lo que "dan" con su mano izquierda es una pequeña fracción de lo que se apropian con la otra mano:
Desde hace varias décadas, fundaciones como la Open Society (de George Soros), la Fundación Bill y Melinda Gates, y las Fundaciones Rockefeller, Ford, Kellogg, y otras, destinan cuantiosos fondos a causas habitualmente consideradas "liberales", "progresistas", e incluso "de izquierda". Y los resultados están a la vista.
Usando parte de las fortunas acumuladas por sus creadores en áreas más tradicionales, como las finanzas, el petróleo, la industria química, la agroindustria, la genética o la informática, esas Fundaciones han invertido mucho dinero en las siguientes causas: los derechos humanos, la enseñanza universitaria, el periodismo, el feminismo "de género" y los derechos de las minorías LGTB (y las políticas de discriminación positiva respecto a esas dos causas), la legalización de la marihuana, el ambientalismo, las campañas por el calentamiento global, la promoción de las "tecnologías verdes", la investigación, producción y aplicación de nuevas vacunas, la financiación de la OMS (especialidad en que se destaca Bill Gates) y el apoyo a las políticas recomendadas por la OMS respecto al coronavirus (sepan disculpar si olvido alguna causa, son tantas…).
Lo importante, a mi modo de ver, no es contraponer lo grande y lo pequeño, sino evitar que lo pequeño se utilice para ocultar lo grande.
Ahora que ha decaído el estado de alarma, los sesudos jueces se devanan esos sesos para decidir si las medidas que puedan sustituirlas vulneran derechos fundamentales establecidos por la Constitución. Se refieren a derechos, sin duda importantísimos, como el de reunión o el de libre circulación. Ni se os ocurra pensar que para mí se trate de "pequeños derechos". Pero sin duda, en ocasiones como esta, hay otros derechos más grandes, como el derecho a la vida.
¿Por qué entre los derechos fundamentales hay algunos que son papel mojado, como el derecho a la vivienda, y otros, como el de la alimentación, que es derecho a la vida, se abandonan a la beneficencia?
Harto os he dicho: miradlo.
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