Aunque no sea lo único que se necesita para
salvar a la humanidad del desastre, parece evidente que la transformación
radical de la cultura que nos anega es indispensable.
Sobre el triunfo del pensamiento neoliberal,
que no solamente ejerce el poder, sino que dicta un sentido común que ha
invadido las conciencias, incluyendo en buena medida las de quienes lo
pretenden combatir, Fernando Escalante ha escrito “Historia
mínima del neoliberalismo”. En una entrevista realizada por Andrés Villena Oliver, en CTXT, afirma
categóricamente “la
revolución neoliberal fue un éxito rotundo. El mundo es neoliberal”. Muy claro es este párrafo:
El éxito cultural del neoliberalismo ha sido categórico, general, abrumador. No es una exageración decir que el neoliberalismo constituye nuestro sentido común. Las mismas ideas, las mismas convicciones aparecen en trabajos académicos, en informes de consultoría, artículos de opinión, en las tertulias televisivas: racionalidad, mercado, competencia, incentivos, maximización... En ese lenguaje nos entendemos, en ese lenguaje explicamos la experiencia humana en todos los campos, y así la educación es formación de capital humano, la conversación pública es el mercado de las ideas, por ejemplo. De modo que es muy difícil argumentar contra una política económica cuando se basa en las ideas de nuestro sentido común, que nos parecen absolutamente obvias.
Pero contra este sentido común ciego hay otro
discurso, basado en evidencias ocultas para la mayoría de la gente. Discurso
lúcido, que considera la necesidad de superar las ideas dominantes, que,
pretendiendo la salvación personal de cada uno ("que soy yo") nos condena a todos.
Continúo con los extractos que Alejandro Arizkun ha hecho de textos de Jorge Riechmann, selección que comencé a publicar aquí.
Por bien que nades, tú solo no te salvarás |
Riechmann, Jorge (2016): Peces fuera del agua, Baile del sol ed.
Estas reflexiones se sitúan en la vecindad del libro: Jorge Riechmann (2013): Fracasar mejor, El Olifante, Tarazona.
“El Titanic ya estaba técnicamente hundido algo antes de que
nadie viera el iceberg e intentara, infructuosamente, bordearlo. Dada
su posición y velocidad, su masa, su capacidad máxima de frenada, su
radio máximo de giro, la resistencia mecánica de los laterales, la
configuración interna del buque, etc., hubo un momento en que era ya
imposible evitar el hundimiento, mientras pasaje y tripulación seguían
de fiesta. (Ferrán Puig Villar)” (p. 12)
“En vez de la lucha política y la conciencia de clase, debemos
recordarle a la gente qué es la belleza. (Santiago Alba Rico citando a
Peppino)” (p. 20) (y la bondad entendida como florecimiento de la vida.
(mio))
“No explico. No discurso. No intento convencerte. / No me mido con
otros. No lucho contra nadie. / No quiero ser distinto –ser más, ser,
ser matando-. / No insisto. Pongo solo delante de tus ojos / mis restos
de alegría salvados del desastre. Gabriel Celaya” (p. 21)
No construir la ciudad perfecta, ni realizar cabalmente la justica
social, ni hacer encarnar la razón en el Estado, ni deconstruir el
heteropatriarcado, ni lograr una democracia feminista, ni organizar un
sistema productivo del que mane leche y miel: solo evitar el desastre.
(p. 29)
“Quiero una vida mejor”, dice la frase que sin dificultad reconocemos
como expresión de la aspiración básica de los seres humanos (…) Pero,
al mismo tiempo, esa sencilla oración encapsula la trampa mortal en la
que estamos encerrados: porque “quiero una vida buena” es una aspiración
con límites, pero “una vida mejor” es potencialmente ilimitada. (p. 31)
No es que no sepamos, sino que no nos creemos –de verdad, vital, existencialmente- lo que sabemos. (p. 33)
La humanidad está actuando como una gran reunión de gente que operase
del siguiente modo: “Señores y señoras, nos hallamos ante el fin del
mundo…, Bien pasemos al siguiente punto del orden del día”. (p. 34)
¿Por qué avanzamos ciegamente hacia el abismo sin cambiar de rumbo?
(…) Hay que distinguir tres factores causales operando en diferentes
planos, y retroalimentándose:
El primero son los automatismos de la Megamáquina -especialmente el proceso ciego de valorización del valor.
El segundo es la impresionante hegemonía cultural que el neoliberalismo ha construido en los últimos decenios.El tercer factor, en el plano de las subjetividades, es la desconexión creciente entre los seres humanos y la naturaleza. (p. 35)
Uno diría que tres entornos donde cada vez más gente vive tramos cada
vez más amplios de su vida son especialmente importantes en la
inducción de la ignorancia sobre nuestra ecodependencia (e
interdependencia):
1º La ciudad, el entorno urbano dependiente de un vasto territorio circundante para el abastecimiento de recursos y la absorción de residuos, pero cuyos habitantes tienden a desconocer esos nexos…2º El dinero, la economía crematística que se imagina poder reducir todos los valores, cualidades, bienes y males a la cuantificación dineraria…3º El ciberespacio y la realidad virtual, donde nos imaginamos deligados de toda realidad física”. (Jorge autocita Interdependientes y ecodependientes) (p. 36)
Mueren las culturas, las civilizaciones, incluso la entera especie
humana igual que mueren los individuos: afróntalo con serenidad, se nos
dice. Pero precisamente lo que permite afrontar con serenidad la muerte
individual a la gente desprovista de creencias de ultratumba es la
esperanza en la comunidad humana (…) Si esta esperanza se esfuma, la
angustia del sinsentido se abate sobre nosotros como un monstruo
mitológico. (39)
Existe un antagonismo de fondo entre capitalismo y democracia. El
desarrollo sin trabas del primero lleva al desmedro de la segunda, y
viceversa. La esencia del capitalismo es la acumulación de capital a
través de la mercantilización generalizada; la esencia de la democracia
consiste en autogobierno y autonomía colectiva (que cada uno y cada una
participe en la elaboración de las normas y en la toma de decisiones que
le afectan). A más democracia, menos capitalismo, a más capitalismo,
menos democracia. (p.45)
Antropología del capitalismo. No ciudadanos, sino consumidores; no
trabajadores, sino “emprendedores”; no estudiantes, sino clientes. Y no
seres humanos durante mucho tiempo más, porque, nietzschesanamente, para
el capitalismo el ser humano debe ser superado (p. 49)
El extractivismo / productivismo se apodera no solo de los bienes
naturales y de los servicios ecosistémicos; se apodera, antes de nada (en
el sentido de la prioridad, no necesariamente en el sentido
cronológico) de nuestras mentes, de nuestros deseos, de nuestros sueños.
(p. 52)
Desde lo alto de las pirámide social -las jerarquías de dominación-
se sostiene: los hechos serán los hechos, pero lo que cuenta son sus
interpretaciones. Los de abajo son los que tienen mayor interés por
defender el valor de la verdad: los de arriba pueden pasarse sin ella.
Les basta con manejar los resortes del poder. No hay que pensar si las
ideas son de derechas o de izquierdas. Hay que tratar de discernir si
son verdaderas o falsas. (O ni lo uno ni lo otro, a veces, sino todo lo
contrario). (p. 67)
La democracia no es un mecanismo formal (no son las elecciones para
seleccionar los miembros de una casta de gobernantes): es autogobierno, y
es una forma de vida. Filosofía crítica, racionalidad científica,
acogida del otro, proyecto de autonomía: todo eso va junto con la
democracia. (p. 71)
En el mundo real -cuya ontología básica consta de sistemas complejos
adaptativos múltiplemente interdependientes-, las curvas de crecimiento
exponencial no duran mucho; se aplanan formando una curva sigmoidea, se
vuelven oscilantes, o se derrumban… Sin embargo, la fantasía hoy
dominante en la cultura mayoritaria espera que la desbocada curva
exponencial de nuestro “progreso” dé un salto a otra dimensión -lo
llaman la “Singularidad”- que nos convierte en ángeles o dioses. Nuestro
destino teológico, según esta tecnolatría, es el transhumanismo. (p.
79)
El plan del capitalismo -en la medida en que pueda decirse que hay un
plan- sería algo así: después de devastar la biosfera terrestre, agotar
sus recursos naturales y tornar inhabitable lo que otrora fuera un
planeta acogedor, nos transformamos en dioses y emigraremos a las
estrellas. (p. 83)
En tiempos de bonanza capitalista, los problemas ecológico-sociales
no se abordan: estamos demasiado ocupados ganando dinero y disfrutando
del “bienestar". En tiempos de crisis capitalista, los problemas
ecológico-sociales no se abordan: ¡estamos demasiado ocupados “haciendo
frente” a la crisis! Y ahora esta depromida España de 2013-14 ¿el miedo
va a cambiar de bando como cantan los Chikos del Maíz? De momento no es
así… Haría falta para ello una reconstrucción de las solidaridades y las
consciencias de los de abajo que de momento solo está progresando
lentamente… (p. 85)
¿Podemos convertirnos en esclavistas -energéticos- modestos?
¿Configurara formas de vida buena modestas con solo dos o tres esclavos
energéticos por cabeza, y con justicia global? (Hoy tenemos de media
catorce esclavos y muy mal repartidos? (Un par de pistas: Cuba consume
solo una quinta parte de la energía primaria per cápita de Alemania y
tiene un Indice de Desarrollo Humano alto, por encima del 0,8. Pero
dentro de Alemania existen numerosas experiencias locales – por ejemplo
Feldhein, o Seiben Linden, o el barrio de Vauban en Friburgo- donde el
consumo de energético se asemeja a la media cubana: reducciones de tres
cuartas partes en el consumo de energía primaria con respecto al
promedio alemán. (p. 91)
En los malos tiempos solo salen adelante los más brutales y los más
cooperadores. Vienen tiempos malos: hay que hacer lo posible y lo
imposible para que nuestras sociedades se decanten hacia la segunda
opción, compartir y cooperar. (p. 93)
Autoconstrucción. Lo malo no es ser una mierda, sino resignarse a serlo. (p. 101)
“Es verdad que las gentes de hoy en día no creen en la posibilidad de
una sociedad autogobernada y esto hace que una tal sociedad sea, hoy,
imposible. No creen porque no quieren
creer, y no lo quieren creer porque no
lo creen. Pero si en alguna ocasión empiezan a quererlo, entonces lo
creerán y podrán". (Cita de Castoriadis: “Una sociedad a la deriva”, Archipiélago, 17, 1994) (p. 103)
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