viernes, 1 de mayo de 2020

El trabajo encadenado

Hoy, día del trabajo, hablemos de trabajo.

El título de esta entrada no se refiere al trabajo en cadena, aunque la cadena de producción sea la forma de trabajo más encadenada. Pero hay otras cadenas.

Fragmentos tomados hace tiempo de este enlace perdido de un blog desaparecido, El Otro, señalan la cadena más fuerte que ata a los trabajadores: el miedo.

El más primario es el miedo físico, al sufrimiento o la muerte. Hay otros miedos, muy efectivos, relacionados con la pérdida de cosas. Los personajes del cine de Hollywood que claudicaron y traicionaron ante la caza se brujas tenían "miedo a perder sus piscinas". Aquellas eran cadenas de oro.

Las de la mayoría del los trabajadores son de plata, cobre o quincalla, en función de sus "necesidades sentidas". Necesidades de clase, de subclase dentro de la "no sentida" clase obrera.





Hay que cumplir con el ‘capricho’ del patrón. El que paga manda y esto es lo que hay, frase reaccionaria en boca u oído de casi todos los que buscan trabajo, laburo, curro… o sea de todas esas personas que así 'pierden su vida intentando ganársela’ (Cosa que se considera lo 'normal dentro de lo real', asunto sobre el cual Manuel Sacristán aclaró: 'Una cosa es la realidad y otra la mierda, que es sólo una parte de la realidad, compuesta, precisamente, por los que aceptan la realidad moralmente, no sólo intelectualmente'). Hay que venderse sin más remedio (vendemos ‘libremente’ nuestra única mercancía, o sea nuestra fuerza de trabajo), no queda otra ‘a la vista’ (ni a la mano, cosas del sacrosanto ‘Libre Mercado’ y sus 'mandamientos'). A ello nos empuja la famosa Ley de la oferta y la demanda (no confundir al demandante de empleo, el explotado,  con el demandante –aunque lo disimule- de trabajo ajeno, o sea el explotador). Ya sé que esto mismo se puede decir de forma políticamente correcta (se recomienda la utilización del ‘idioma dominante’, vulgo lenguaje del opresor), o sea no con un trazo tan grueso y explícito (se descalifica como lenguaje crítico, irrespetuoso, insurgente…), pero aún así estaremos de acuerdo en que… mona se queda (sentencia de la sabiduría tradicional: sabiduría a la que poco importa que la realidad de los hechos  demuestre todo lo contrario). Y al final ese y no otro es el busilis del negocio (recuerden que hacer negocio es hacer algo por dinero), es decir, que la cosa se quede como está (o sea el más que probable objetivo estratégico de la reacción).

A los asalariados (incluido tú, profesional gilipollas, que te crees clase media), se nos dice por tierra, mar y aire que no se puede hacer nada, que no hay alternativa, que no hay salida… ¡que esto es lo que hay!.. y punto pelota. Si bien lo miras y viniendo de quien viene es de pura lógica, por el contrario sería un pelín demasié que fueran precisamente ellos los que nos animaran a movernos de la casilla que nos han asignado, a que nos organicemos y que intentemos luchar para cambiar las cosas (¿no habíamos quedado en que ningún precio puede llegar más allá de las fronteras de la dignidad?), y que nos recordaran que total para la ‘esclavitud adornada con las cadenas del coche, del móvil, de la hipoteca…’ que es lo único que poseemos y podríamos perder… pero no, preferimos obedecer y no hacer nada, y practicar lo que nos recetan: la sumisión. Algunos lo achacan al miedo, un miedo desmovilizador más o menos ‘organizado e inducido’ (el miedo es, también, una ‘construcción social’) por la organización enemiga (en círculos intelectuales incluso se ha llegado a revestir el miedo, digo el propio miedo, con cierto ‘glamour del fracaso’), que mantiene a raya a los cobardes y, de camino, los salarios bajitos (‘curro luego existo’), bajitos que es un primor:

“El miedo, ¿entiendes? El miedo a perder tu laburo, tu sinecura de trabajador cobarde aferrado a tu salario de mierda. El miedo, ese lugar en el que comienza la pasividad popular. El miedo: el calmante de los ardores sindicales… todo concurre a generar miedo.” 
Luis Casado

1 comentario:

  1. Una lástima que "El Otro" desapareciera. Recuerdo este atinado artículo de Luis Casado y me alegra poder volver a leerlo.
    A ver si acaban este y todos los confinamientos más o menos explícitos.
    ¡Viva el 1 de Mayo, los 365 días del año!

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