Cuando las religiones han abandonado hace tiempo los sacrificios humanos, la religión del capital sigue exigiéndolos.
Religión que por desgracia tiene entre sus fieles a muchas personas ya condenadas inapelablemente por su Dios.
Juan Torres López
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El Premio de Economía del Banco de Suecia (equiparado al Nobel) Paul Krugman se preguntaba hace unos días en uno de sus artículos en The New York Times sobre las razones que podrían explicar que la derecha estadounidense propugne medidas que claramente van a provocar la muerte de miles de compatriotas y daba tres posibles respuestas.
La primera es que Trump está obsesionado con el mercado de valores y tiene la firme creencia de que la lucha contra la covid-19 le afecta negativamente, de modo que está dispuesto, dice Krugman, a dejar morir a miles de estadounidenses por el Dow Jones, el índice bursátil de las 100 más grandes empresas y equivalente a nuestro Ibex-35.
La segunda posible explicación podría ser que los republicanos crean que las personas armadas que han invadido la sede de los parlamentos en diferentes Estados o las que piden en las calles libertad y el fin del encierro son «la verdadera América», a pesar de que las encuestas sugieren que sólo una parte reducida de la población defiende las medidas tan peligrosas de reactivación que va a poner en marcha la Administración de Donald Trump.
La tercera razón que, según Krugman, puede explicar el sacrificio de vidas humanas que se va a producir en Estados Unidos tiene que ver con el fundamentalismo ideológico de la derecha. Dice Krugman que los republicanos no tienen otra agenda que la de los recortes de impuestos y la desregulación y que, fuera de eso, no saben hacer otra cosa: «no saben cómo responder a las crisis que no se ajustan a su agenda habitual».
Las tres respuestas me parece que son complementarias y perfectamente extrapolables a los demás países donde la derecha se aferra a los dogmas neoliberales en plena pandemia, entre ellos, por supuesto, el nuestro.
Lo que está ocurriendo con la derecha en casi todo el mundo es una verdadera paradoja. Se arroga la defensa del derecho a la vida como algo propio y lleva años batallando contra las mujeres que deciden abortar, acusándolas de destruir la vida de seres indefensos. Sin embargo, ahora nos dicen que los abuelos y cientos de miles de personas más jóvenes que igualmente están amenazados por el virus son población prescindible que se pueden sacrificar, pues vale la pena que mueran si así se salva la economía.
Es otro de los efectos del coronavirus: desnuda a las ideologías y deja ver lo que realmente hay detrás de ellas.
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