Jorge Riechmann ha publicado un obituario en memoria de una notable pionera del ecofeminismo. Es poco conocida entre nosotros, pese a su gran aportación a la necesaria síntesis entre feminismo, ecología y emancipación de los trabajadores.
Incluye una presentación sobre esta autora y un vídeo que dejo aquí también.
El eje fundamental de esa síntesis puede formularse así: el secreto del crecimiento del capital es la explotación del trabajo, que en el proceso productivo toma la forma de plusvalía, "trabajo no pagado" luego de que el capital invertido ha sido ya recuperado y comienza a obtenerse el beneficio. Esta es la forma patente en las cuentas empresariales al ser fácil contabilizarlo.
¿Existen otras formas de plusvalía que no figuren en esas cuentas? A un poco que busquemos se verá que en ellas no aparece el trabajo de cuidados. Opaco a los balances, no figura como "trabajo no pagado" pese a ser la clave de bóveda sin la cual se derrumbaría todo, no ya en el capitalismo sino en cualquier sistema hipotético en que no lo hubiera.
Tampoco el trabajo de la naturaleza, acumulado en forma de recursos de todo tipo, minerales, energéticos, forestales, agropecuarios, figura en estos cálculos. Nadie lo paga y ni siquiera se tiene en cuenta, escondido como está detrás del trabajo de extracción o de cultivo, que sí figura en los balances, pero que lo tiene como base material imprescindible.
En todos estos casos si la capacidad de extracción supera a la de recuperación se produce el agotamiento. Agotamiento de los trabajadores, tanto asalariados como no, que pone límites a la jornada. Cualquier recurso necesita un tiempo de recuperación que no puede superarse. Los mineros no se pueden volver a extraer nunca más; otros son de lentísima recuperación, como los combustibles fósiles, o más rápida pero nunca vertiginosa. Los campos necesitan el barbecho, los bosques ser replantados y darles tiempo a crecer de nuevo. La agricultura de roza es un ejemplo de "depredación sostenible", pero solo es viable para poblaciones nómadas de muy baja densidad.
Estas razones nos llevan, como a Maria Mies, a considerar un todo inseparable el trabajo de la naturaleza, el reproductivo de la economía doméstica y la producción mercantilizada de bienes y servicios, uniendo en una lucha común al movimiento obrero, el feminismo y el ecologismo.
Ha muerto una de las pensadoras ecofeministas clave de los últimos decenios, la socióloga alemana Maria Mies (1931-2023). Traduzco aquí la breve nota necrológica que ha publicado Der Spiegel:
De hija de un granjero católico a profesora ecofeminista: Maria Mies creció en la volcánica región de Eifel, la séptima de doce hermanos. Fue la primera de su pueblo en ir a la escuela secundaria. Mies trabajó como maestra de primaria, más tarde también enseñó inglés, y en los años sesenta marchó a un Instituto Goethe en la India... y volvió politizada. Escribió una tesis doctoral sobre los conflictos de roles femeninos en la India, publicó libros feministas, sobre políticas de desarrollo y, cada vez más, libros ecológicos. Mies se veía a sí misma como una investigadora activista. En 1976, fundó una de las primeras casas-refugio autónomas para mujeres en la República Federal Alemana junto con estudiantes de la Universidad de Ciencias Aplicadas (Fachhochscule) de Colonia, donde enseñaba sociología. A diferencia de muchas otras feministas, Mies no aspiraba a la igualdad de la mujer dentro de la sociedad capitalista, sino a una nueva sociedad. Participó activamente en la organización ATTAC, crítica con la globalización capitalista, hasta su vejez. Su autobiografía se titula La aldea y el mundo. Maria Mies murió el 15 de mayo.
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