Como cada año, el pasado lunes de Pascua comenzaba (¡y ya tenemos aquí el Tiempo como ubicación, como lugar!), en Pontevedra (y aquí está el Espacio) la Semana Galega de Filosofía. Esta vez celebraba oportunamente su cuadragésima sesión anual (¡cuánto tiempo resistiendo!) bajo el lema Filosofía y Tiempo.
Así como el espacio es para nosotros una permanencia, un apoyo sólido, el tiempo se nos escapa continuamente, como un punto sin posibilidad de detención. ¿Cuánto "dura" un instante? ¿Cuánto "mide" un punto?
La filosofía nunca ha podido encarar el tiempo sin un apoyo físico, que siempre ha de partir, como señaló Kant, del apriorismo de su existencia, basado en la experiencia previa de la existencia de nosotros mismos como seres pensantes, algo que ya había observado Descartes, que ya no piensa ni existe, cuando aún podía pensar.
Esto abre dos vías paralelas, dos corrientes filosóficas que discurren buscando un encuentro que raramente se produce si no es como conmutación, como cambio de vía. La corriente materialista, que se apoya en la creencia de que existe una realidad objetiva independiente de nosotros mismos, y la idealista, que pone toda su atención en el hecho de que toda nuestra noción de la realidad es inseparable de conceptos e ideas que solo existen en nuestra psique; mientras esta existe.
El propio desarrollo de la Filosofía, desde Grecia, es paralelo al de la Física. Fijémonos en cuáles son las magnitudes (¡ojo a la palabra!) que utilizan las leyes físicas: espacio (S), tiempo (T), masa (M) y carga eléctrica (Q).
No aparecieron simultáneamente, sino a lo largo de un proceso histórico (temporal, por lo tanto) que ha ido condicionando todo el pensamiento tanto en las ciencias como en la filosofía. Corresponden estas etapas a cuatro momentos de abstracción que dan origen sucesivo a la Geometría, la Cinemática, la Dinámica y el Electromagnetismo.
Las dos primeras instituyen un campo ideal, vacío e ilimitado, en que existen y se mueven las otras dos, Son los cuerpos, su permanencia y sus cambios, los que llenan ese espacio y ese tiempo, y son ellos y nuestra experiencia sobre ellos quienes hacen posible la medición y objetivación de pedazos mensurables de espacio y tiempo.
Los propios conceptos de "punto" e "instante" son inseparables de la imagen mental basada en segmentos cada vez más cortos y duraciones cada vez menores, pero cuando se transforman en ideas pierden su materialidad, hasta que llegamos a dudar de su existencia "real".
Los únicos puntos observables son siempre puntos materiales, mensurables, así como lo son los únicos tiempos de que podemos hablar, medibles con duraciones reales, sean años, días, segundos o microsegundos. El tiempo, como el espacio, se convierte en irreal si lo separamos de las realidades que se mueven en ese espaciotiempo abstracto.
Se suma a esto la dificultad de imaginar lo que se desarrolla en espacios demasiado pequeños o demasiado grandes, o en tiempos demasiado largos o demasiado cortos, sin llevarlo a la escala propia de nuestra percepción, que es la de nuestros ciclos vitales y en última instancia de nuestra propiocepción. Es la existencia de esos tiempos que se repiten periódicamente (el ritmo cardíaco, la respiración, los ciclos circadianos, e incluso anuales...) la que nos da continuamente la esperanza de que esa repetición continúe indefinidamente, creando en nosotros la sensación de un futuro que aún no existe cuya única base es la experiencia fijada en la memoria de que hubo un pasado que tampoco existe ya.
25 imágenes por segundo logran la ilusión de continuidad real en la experiencia cinematográfica. Otros seres, con toda seguridad, perciben otros tiempos, dependiendo en última instancia de sus necesidades evolutivas o de su tamaño. El sistema nervioso de una mosca o de una ballena no pueden transmitir señales en tiempos equivalentes.
¿Habéis observado como andan las palomas? Cuando dan un paso su cabeza queda atrás, detenida en el espacio, y recupera su posición al paso siguiente. Con esto logran una sucesión de imágenes fijas, que seguramente constituyen su película construida sobre una imagen por segundo.
Aunque intuyamos que se trata de entidades objetivas, no es posible otra forma de percibir el tiempo y el espacio que la facilitada por nuestra propia forma de existir. La comunicación también depende de esa escala espaciotemporal. Cuando imaginamos encuentros con seres extraterrestres habremos de reconocer la imposibilidad de comunicarnos con ellos si sus ritmos vitales son cientos o miles de veces más rápidos o más lentos que los nuestros.
Nos tranquiliza percibir los astros, y sobre todo el Sol, aparentemente inmóviles en el espacio. Solo en el orto y en el ocaso lo vemos moverse. Pero si los días duraran una hora, ¿podríamos soportar ese cambio incesante?
Como el tiempo es indiscernible sin cambio, sin movimiento, los hitos temporales son inseparables de los espaciales. ¿Podéis imaginar un día de la semana, o del mes, sin la imagen inmediata de un calendario? ¿Una hora del día sin la de un reloj? Es imposible sin fijar en la mente una imagen espacial.
Son estos hitos los que hacen tan especiales las doce de la noche o las fechas señaladas, y sobre todo las campanadas de fin de año. Pero son instantes exactamente iguales a otros cualesquiera.
Tenemos entonces dos ideas de tiempo y espacio, la abstracta de un discurrir uniforme en un espacio uniforme y la concreta de volúmenes de espacio libres y ocupados o duraciones temporales observables. Y en medio de estas dos formas de espacio y tiempo se alzan los hitos que marcan límites, principios y finales, que por puntuales dejan de ser materiales y devienen en puras ideas de realidad, una realidad que nos es inaccesible.
Curiosamente llamamos "reales" a los únicos números cuya "realidad" es inalcanzable. Esto debe ser una llamada a conformarse con los límites del conocimiento, pero siendo imposible separarnos de nuestra experiencia cotidiana recurrimos a ella para comparar lo incomparable, como cuando "vemos" lo diminuto en un microscopio como si fuera algo de tamaño visible, o los satélites de Júpiter que nos acerca el telescopio.
Nos empeñamos en hablar de los primeros segundos de nuestro universo; ¿qué submúltiplo de qué día serían esos segundos? Si contamos los miles de años de esperanza de vida de nuestro sol antes de convertirse en una gigante roja estamos imaginando vueltas de la Tierra a su alrededor tal y como las observamos actualmente.
La propia idea de comienzo o fin del universo es una proyección de nuestra limitada experiencia temporal. Matemáticamente, el infinito o el infinitésimo son únicamente procesos mentales basados en sucesiones numéricas con límites inalcanzables. Entonces tomamos uno de esos límites, lo llamamos "pi" y nos quedamos tan tranquilos.
Nos tranquiliza la idea de volver sobre el pasado cada vez que queremos. La escritura, que convierte el tiempo verbal en espacio visitable y reversible, fija el tiempo fugaz en un espacio al que podemos volver en segundos, terceros o más tiempos. Hablé de esto hace años, en la conferencia El espacio dentro del tiempo. Sin duda el relato literario incluye en su tiempo de lectura cualquier espacio, pero también es capaz de meter ese tiempo dentro de su espacio escrito.
La única base para conocer el tiempo es la experiencia de la continuidad. Las realidades no cambian sin movimientos, y a movimientos y tiempos muy pequeños corresponden cambios imperceptibles. Nuestro cerebro no registra las continuamente cambiantes imágenes retinianas, sino que construye sus propias imágenes mentales. Pensad en una película en que el ojo de la cámara se comporte como un ojo humano. ¿Veríamos algo coherente?
Basta de preguntas retóricas sin respuesta. Dejo aquí una interesante sesión de la Semana, la que ofreció el profesor Xesús Vázquez Méndez. El idioma gallego puede suponer para muchos una dificultad, y la imagen fija y un sonido no muy claro pueden desanimar a quienes no tengan la paciencia de esforzarse en seguirla. Tampoco aparecen en el video las imágenes y diagramas que se proyectaron en la sala. ¡Una pena!
Aún así, la ofrezco a espíritus esforzados.
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