Eva Illouz |
En la entrada inmediatamente anterior de este blog he reseñado un interesante libro con este título, escrito por la profesora Eva Illouz. Su pertenencia a una universidad israelí que se autodenomina Hebrea y los condicionantes de su nacionalidad voluntariamente adoptada dificultan que ponga en cuestión el origen colonialista de su país. Pero salvo en este punto su agudo análisis ofrece una valiosísima información sobre los complejos factores que hacen de este territorio de imprecisas fronteras un hervidero de tensiones y contradicciones, que son las que lo están llevando a consolidarse como Estado autoritario, con una democracia aparente en sus formas (por ahora) pero que prácticamente adopta ya una estructura fascista.
La autora es especialista en historia de la vida emocional, teoría crítica aplicada al arte y a la cultura popular, significado moral de la Modernidad e impacto del capitalismo sobre la esfera cultural. Como buena conocedora del país lo pone como ejemplo de una plaga (¿bíblica?) que se extiende peligrosamente por el mundo, el populismo.
En la contraportada del libro se expone la paradoja fundamental del populismo:
...la democracia sufre hoy los embates de regímenes populistas que debilitan las instituciones y agravan las dificultades de la sociedad. Pero ¿cómo es que aquellas figuras políticas que socavan las condiciones de la vida obtiene, y en muchos casos conservan por largo tiempo, el apoyo de quienes más perjudicados resultan?
Se explica esta paradoja por la carga emocional que es capaz de transmitir, fomentando en el imaginario popular explicaciones simplistas basadas en sentimientos, con una mezcla deliberada de elementos reales con burdas falsificaciones.
Miedo, asco, resentimiento y amor son las emociones que explican el soporte de gran parte de la población de Israel a políticas éticamente inaceptables, creadoras de conflictos externos, pero también dentro de su sociedad. La pretensión inicial de crear una democracia judía chocó con la realidad: difícil coexistencia con otras poblaciones, judeidad multiétnica y unidad religiosa más que discutible.
La seguridad es la primera preocupación de la población judía. Los judíos de Israel tienen motivos de alarma y su preocupación obedece a causas reales. En primer lugar están rodeados de países árabes, potencialmente hostiles. Además, dentro de sus fronteras la población es muy heterogénea y una parte de ella es vista por otra como un peligro para su identidad judía. Porque la población judía, que tampoco es homogénea, comparte la nacionalidad israelí con una cuarta parte no judía. Y si esto es así en su territorio "legal", la ocupación de nuevos territorios crea más problemas y acentúa el carácter militar y policial en este último capítulo del colonialismo.
De una población total de 7,15 millones son judíos 5,43 millones, árabes israelíes 1,43 y se clasifican como "otros" 0,29 millones. La ocupación de Cisjordania incorpora otros 3.01 millones de árabes palestinos más, y la invasión de Gaza añadiría otros 2,05 millones (seguramente menos, dadas las matanzas que perpetran en estos momentos. Sumando al territorio que ocupa el que pretende ocupar, Israel concentra una población palestina de 6,49 millones de habitantes, superando en más de medio millón a la población judía. Números cantan.
Traducir esta preocupación en "miedo", cuando la superioridad militar de Israel, incluida su pertenencia al club atómico, debería hacerlos "seguros", es un logro propagandístico de sus gobiernos y de la derecha judía. La paranoia se instala en la mente: cada vecino puede ser un peligro, gran parte de la población es sospechosa, la que parece ser una mujer embarazada puede ocultar explosivos...
En estas condiciones, el miedo real es el que sufren los palestinos. La menor sospecha puede costarles la vida si alguien de gatillo fácil cree ver una actitud agresiva. Ni la vivienda es un lugar seguro. Un urbanismo arbitrario puede impedir la nueva construcción u ordenar la demolición de las existentes. El castigo a un acto considerado terrorista alcanza a la familia entera. El "ojo por ojo" no basta, y se puede multiplicar por diez o por mucho más.
Al miedo imaginario, cultivado por los gobiernos parafascistas que apoya una parte mayoritaria de la población judía, se une en algunos lugares cercanos a las fronteras un peligro real, cierto que mucho menor que el que ellos crean, ante posibles ataques guerrilleros. Comenta Eva:
Algunas personas consiguen trascender el propio miedo y los mecanismos automáticos de pensar y sentir que el miedo produce. Curiosamente, parece que las personas son más capaces de afrontarlo cuando el miedo se deriva de un objeto real que cuando se apoya en una narrativa imaginaria... (...) quienes viven muy cerca de la frontera con Gaza, ofrecen un ejemplo notable de las formas en que el miedo a un objeto real puede modularse desde un punto de vista racional.
Esto es así: ante un peligro real se ponen en marcha mecanismos de autoprotección, mientras en los menos expuestos a él se agiganta el fantasma del miedo imaginario y los arroja en los brazos de quien les ofrezca protección.
El asco nos defiende de sustancias o animales nocivos. A veces basta la vista, y mucho más frecuentemente el olfato, para alejarnos de ellos. Si nos fallan, el tacto es suficiente para evitar algo de textura viscosa o desagradable. Como último recurso disponemos del gusto, que nos hace arrojar lo que podría dañar nuestro organismo.
La experiencia personal, pero también la ajena aprendida culturalmente, modulan la repugnancia que sentimos hacia lo que consideramos dañino. Esta se resume en el concepto de suciedad, y lo opuesto a ella es la higiene, la limpieza, la "pureza". Y lo que es aplicable a los individuos ocurre también con los grupos humanos.
En condiciones de extrema pobreza es difícil permanecer limpio. Por eso es fácil caer en la aporofobia. Pero la higiene social abarca mucho más que eso, y los grupos humanos tienden a rechazar a quienes contaminan la pureza de su sociedad. Son muchas las costumbres dirigidas a esto. Descalzarse para entrar en casa, la ducha diaria o la repulsión hacia algunos alimentos no acostumbrados son rasgos culturales diferenciadores. A veces la cosa no pasa de ahí, y se resuelve con el consejo de "donde fueres haz lo que vieres".
Los tabúes, las prohibiciones, suelen tener origen práctico, racional y adaptativo, como explica el antropólogo Marvin Harris en su libro Vacas, cerdos, guerras y brujas. Las religiones establecen prohibiciones, a veces muy estrictas, para mantener la pureza y con ella la supervivencia del grupo.
Mucho más importantes que las creencias son las observancias. La religión ata sobre todo por las costumbres, porque lo que uno cree nadie lo sabe, pero lo que practica lo ven todos.
Esta es precisamente la razón de la persistencia del pueblo judío, siempre rodeado de gentiles. Más que la creencia lo une la práctica. El libro de Eva Illouz explica así el asco como miedo a la mezcla:
Todos los sistemas culturales establecen algún tipo de separación entre las cosas definidas como sucias (el cerdo en el judaísmo y el islam, por ejemplo) y las cosas definidas como limpias. La suciedad (...) no es solo ni principalmente suciedad real, es ante todo simbólica. (...) Las religiones no solo tratan de un sentido de lo sagrado y lo profano, sino también de la producción de un orden simbólico que convierte ciertas cosas en sucias e impuras y designa a otras como puras. (...) En la ley judía, la impureza tiene que ver con el derramamiento de ciertos fluidos corporales fuera del cuerpo. Si una mujer está menstruando se la considera "impura" (nidá), por lo que su marido no puede tocarla. Si un hombre tiene una emisión nocturna también se lo considera impuro. Tanto la mujer menstruante como el hombre con la emisión nocturna vuelven a estar limpios tras la inmersión en un baño ritual (mikve). Estos casos de polución tienen sentido para el creyente en el contexto de todo el sistema cultural y las leyes relativas a la pureza de la familia (teharat hamishpajá). Del mismo modo, solo las leyes dietéticas generales (kashrut) permiten comprender por qué está permitido el consumo de carne de vaca mientras que la carne de camello, el marisco o el cerdo están contaminados. Los judíos piadosos desprecian estos alimentos no solo porque están prohibidos, sino porque han interiorizado estas prohibiciones hasta tal punto que estos alimentos les producen repulsión. Tan profundo es este tipo de aprendizaje que a los judíos no religiosos que crecieron en hogares religiosos a menudo les siguen resultando repulsivos la carne de cerdo o los mariscos.
(...)
Podemos afirmar entonces que las religiones no solo tratan del culto a deidades o fundadores de creencias, sino también de imponer categorías de pureza e impureza. Estas categorías pueden parecer puramente teológicas a primera vista, pero en realidad también tiene funciones sociales muy importantes, ya que producen y mantienen una distancia infranqueable entre grupos sociales.
(...)
Al hacer cosas definidas como impuras o contaminantes, una persona se sitúa como inferior al grupo puro, que a la vez se define así como socialmente superior: los sacerdotes judíos –la clase de los cohanim–tienen prohibido tocar un cadáver o incluso estar cerca de él, precisamente para conservar su estatus de pureza. La religión judía contiene todo un sistema social basado en la pureza. Por ejemplo, los sacerdotes están por encima de los levitas, que están por encima de los israelitas, que están por encima de los conversos, que a su vez están por encima de los no judíos. La lógica interna de esta jerarquía es la de la pureza familiar que se combina con la proximidad al templo y la casta sacerdotal. No solo las personas, sino también las formas de suciedad tienen una jerarquía interna: la impureza de un cadáver es mayor que la de un leproso, que es mayor que la de una mujer menstruante, que a su vez es mayor que la de un hombre que ha derramado su semen.
El sistema de diferenciación social es también un sistema de diferenciación de género. Si no se puede tocar a una mujer que está menstruando, esto a su vez impone y refuerza una diferencia radical entre hombres y mujeres y una jerarquía entre ellos (a diferencia de las mujeres, los hombres no son per se biológicamente impuros; solo ciertos actos pueden hacerlos impuros). La ley de la nidá está escrita evidentemente desde el punto de vista de los hombres (ya que a los hombres probablemente les diera asco la sangre menstrual, lo que tal vez siga siendo el caso) y refleja el punto de vista masculino a la hora de decidir qué es impuro.
El asco configura así las jerarquías sociales y las hace parecer naturales. También es un poderoso ingrediente para mantener dichas jerarquías. Esta es la razón por la que el matrimonio se vigiló de cerca. Tenía como objetivo reproducir la pureza de las líneas familiares (casarse con un bnei Israel –judío de nacimiento– es superior a casarse con un converso, que es mejor que casarse con un esclavo liberado). El matrimonio de los conahim (sacerdotes) era el más cerrado. No pueden casarse con mujeres divorciadas (presumiblemente porque esto ha comprometido la línea de sangre) y deben casarse dentro de la casta. Así pues, la dicotomía entre puros e impuros cumple un poderoso papel social: la identidad social se fundamenta en la capacidad de permanecer separado y de saber hacer respetar los límites. Esta estrategia, cabe señalar, ha sido fundamental para mantener al pueblo judío a lo largo de la historia a pesar de los interminables intentos de conversiones forzosas.
(...)
Si hubiera que elegir un momento decisivo en que el asco empezó a desempeñar un papel en la vida pública israelí, la creación del partido de derechas Kach sería un buen candidato. Kach era un partido religioso e extrema derecha fundado en 1971 por un judío estadounidense, el rabino Meir Kahane. (...) El partido de Kahane desplazó el foco de atención de la tierra a las personas: ya no se trataba de compromisos territoriales, sino de leyes que impidieran de facto la entrada de los árabes, y ni hablar de su asimilación a la sociedad israelí. Por ejemplo, Kahane propuso una ley "para impedir la asimilación entre judíos y no judíos y para preservar la santidad del pueblo de Israel", cuyo objetivo era separar por completo a judíos y no judíos en el espacio público, de acuerdo con la lógica de la contaminación y la pureza. (...) Kahane nació en Brooklyn en 1932 y vivió en los Estados Unidos hasta 1971. Era tan estadounidense como judío observante. No podía ser ajeno a la profunda segregación de los negros en los Estados Unidos, justificada por la ideología de la supremacía blanca arraigada en tantas instituciones estadounidenses (no olvidemos que los nazis consideraron demasiado estricta la "regla de una gota", que en los Estados Unidos definía como negra a toda persona con cualquier grado de ascendencia negra, y en su lugar limitaron su definición de judío a las personas con un abuelo judío). Así, la ideología de Kahane se caracterizaba por el deseo de llevar a la esfera pública las leyes judías de pureza y por una visión profundamente racializada de la supremacía étnica y racial que estuvo enquistada en los Estados Unidos hasta mucho después del fin de la segregación en los años sesenta (...)
(...)
Los judíos ultraortodoxos aplican las leyes de pureza e impureza solo a sus propias comunidades cerradas. Pero los nacionalistas religiosos de extrema derecha (muchos de los cuales son colonos) son distintos: son mucho más militantes en sus intentos de dividir a las comunidades adyacentes difundiendo por toda la sociedad un sentido contundente de separación (que, se podría decir, es producto de un asco inventado). La religión y el ejército son dos poderosos sistemas institucionales que imponen una estricta separación. De hecho, la diferencia principal entre los ultraortodoxos y los nacionalistas religiosos de extrema derecha es que estos últimos intentan activamente fabricar asco en la esfera pública hacia diversos grupos a través de sus rabinos. Los grupos supuestamente asquerosos son los laicos, la gente de izquierdas, los judíos reformistas, las feministas, los homosexuales y, por supuesto, en primer lugar, los árabes. Estas ideas son transmitidas por algunos miembros de las elites de los colonos, muchos de los cuales son rabinos que enseñan a los alumnos en las escuelas premilitares o rabinos en el ejército. Dichos rabinos representan la conjunción y convergencia perfectas del ethos religioso y la implicación activa de los militares en la separación física entre los dos grupos.(...)
Si los nazis catalogaban a los judíos como "subhumanos", ahora son estos judíos los que califican a los palestinos de "no humanos", refiriéndose a ellos como "animales". La deshumanización del enemigo es básica para despojarlo (y despojarse) de sentimientos. Esto, unido a la segregación entre grupos, evita problemas de conciencia. Mantenerse lejos del apestado es la mejor forma de no ponerse en su lugar. En palabras de un colono:
El pueblo de Israel tiene un papel que desempeñar: conquistar la tierra. Legarla. Expulsar a los gentiles que viven en ella [...]. No veo un lugar para los árabes en nuestro país.
Soy racista. Digo todas las mañanas en la oración: "Bendito tú eres, D-s, por no haberme hecho gentil". Soy racista. Llevaré a un judío que hace autostop y no a un árabe porque soy racista. Y también emplearé solo a judíos y no a árabes porque soy racista. Tampoco daré caridad a una mujer árabe que pida dinero porque soy racista. Esa mujer debería acudir a sus organizaciones, ir a Hamás, Tal vez allí le darán unas pocas monedas.
El resentimiento es una emoción compleja. Es una reacción airada tanto a la desigualdad como al liderazgo e incluso a la excelencia. Por ello puede expresar tanto una exigencia de justicia como la envidia más mezquina. Emoción pasiva, reclama igualdad sin actuar, mientras recrea y aviva el daño que nos hacen. Comenta Eva:
Es una pieza clave del vocabulario emocional de las democracias capitalistas, porque está provocado por la pérdida de poder, real o imaginaria; una pérdida de poder más inaceptable en cuanto coexiste con normas de igualdad. Así pues, las sociedades con un grado alto de igualdad normativa pero que también incluyen mecanismos de movilidad descendente (o de estancamiento social) serán propensas al ressentiment. Es probable que el ressentiment sea fuerte cuando la competencia y las comparaciones con los demás sean características dominantes de las relaciones sociales. Adopta la forma de una rumiación incesante sobre la falta o la pérdida de privilegios y contiene el deseo, implícito o explícito, de vengarse de lo que se considera la causa del estatus inferior y de la falta de privilegios.
Este es un punto importante: el resentido no busca la igualdad o la justicia, sino que ante todo reclama su derecho a formar parte de la casta de los privilegiados. Continúa la autora:
Siguiendo una premisa central de la sociología de las emociones, sugiero que, como emoción política, el ressentiment tiene un sentido y un efecto que depende de los grupos sociales que lo utilizan y de los objetivos que persiguen. Dichos grupos y objetivos varían, y son los grupos que promueven el resentimiento y los objetivos que persiguen los que constituyen el objeto sociológico propio de un análisis del ressentiment. Israel ofrece un ejemplo destacado de los usos políticos populistas del resentimiento.
Los mizrajíes son judíos que emigraron a Israel desde África y Asia (Marruecos, Irak, Yemen y muchos otros países, sobre todo en as décadas de 1940 y 1950), Hoy está fuera de discusión que estos judíos sufrieron una importante discriminación por parte de lo que entonces era una clase dirigente socialista de izquierdas compuesta casi exclusivamente por asquenazíes (judíos de Europa Oriental y Occidente) que, como muchos europeos no judíos, tenían una visión profundamente orientalista de los árabes, y, por asociación, también de los mizrajíes. Los consideraban primitivos y contrarios al proyecto occidental que Israel pretendía implantar en Oriente Medio. La discriminación contra los mizrajíes adoptó muchas formas. Tras la fundación del Estado en 1948, el gobierno israelí creó campos de tránsito para alojar a la marea de inmigrantes. En muchos casos, los campos incluían tiendas de campaña y chozas destartaladas, sin electricidad ni agua corriente. Los inmigrantes asquenazíes solían salir de los campos con bastante rapidez para instalarse en lo que serían los centros urbanos y barrios propiamente dichos, mientras que en general los inmigrantes mizrajíes debían permanecer en los campos mucho más tiempo, a veces varios años, por lo que incluso organizaban una nueva identidad en torno al campo. En 1952, más del 80% de las personas que vivían en estos campos de tránsito. o maabarot, eran mizrajíes, lo que generó una brecha importante en las condiciones de integración y movilidad de los dos grupos étnicos. El sistema educativo de Israel también favorecía a los asquenazíes. Los mizrajíes estaban claramente en desventaja: En la década de 1970, solo el 27% de los chicos mizrajíes asistían a la escuela secundaria. y, lo que es más flagrante, los alumnos mizrajíes tenían más posibilidades de que se les orientara hacia escuelas de formación profesional y se les impidiera obtener un diploma de secundaria. Muchas de las ciudades dominadas por mizrajíes carecían de escuelas secundarias regulares, lo que, por supuesto, les impedía de facto acceder a las universidades, que después de los años setenta se convirtieron en todo el mundo en el camino más seguro hacia la movilidad social. La discriminación, el orientalismo y el desprecio sin reservas que los asquenazíes mostraron por los mizrajíes están fuera de toda duda, a pesar de que hayan sido rebatidos con vehemencia. Los asquenazíes discriminaban a los mizrajíes como los blancos discriminaban a los negros, o los cristianos a los judíos, con la diferencia de que pertenecían al mismo pueblo y se suponía que formaban parte de la misma entidad política colectiva. Por eso nos ofrece un caso especialmente provechoso par reflexionar sobre las formas en que las víctimas reaccionan ante las injusticias que les infligen miembros de un mismo grupo nacional. La reacción es tanto más interesante cuanto que se suponía que los mizrajíes eran iguales a los asquenazíes que les habían precedido y que tenían presumiblemente ideas socialistas. La pérdida de privilegios es un factor que contribuye al desarrollo del ressentiment y el giro a ideas populistas. En el caso de los mizrajíes, fue la evidente y continua discrepancia entre el estatus de los dos grupos étnicos lo que contribuyó al sentimiento de injusticia. Como judíos en un Estado judío, los mizrajíes deberían haber sido "ciudadanos de primera clase". En cambio, fueron discriminados en todos los ámbitos de la vida política, económica, religiosa y cultural.
Por tanto, no es de extrañar que el ressentiment se convirtiera en la palanca que usó el partido derechista Herut (que más tarde se convirtió en el Likud) contra su rival de izquierdas (Mapai), para desbancar a la izquierda de su poder sostenido en las instituciones políticas. El logro de Menájem Beguín, que dirigía el Herut, fue precisamente transformar la experiencia social real de los mizrajíes en un resentimiento duradero contra los asquenazíes como grupo étnico. Esto, a su vez, transformó profundamente la política israelí: creó un poderoso electorado para la derecha y le permitió ganar poder casi continuamente desde 1977.
(...)
El ressentiment proporciona un poderoso pegamento para crear fronteras cohesivas dentro del grupo y está en la base de una política de identidad. La afiliación política llega a parecerse a formas de lealtad propias de un clan. Más aún: el propio partido, en este caso el Likud, se convierte en parte de la identidad personal de muchos votantes mizrajíes. Traicionar al partido es traicionar a la propia tribu.
El sentimiento tribal consolida al grupo y pone la solidaridad interna por encima de cualquier otra consideración. Los Estados fomentan la emoción patriótica encaminada a la Formación del Espíritu Nacional, pero a otros niveles también se usa la irracionalidad como medio. El triunfo del propio equipo es prioridad absoluta para los ultras del fútbol, cuyas mentalidades primitivas se deslizan fácilmente hacia los populismos de corte fascista. Pocas veces se ha expresado esta irracionalidad defensora del grupo como en el Credo Legionario. En él, aunque la finalidad sea idealmente patriótica, es la solidez del grupo lo que realmente importa:
A la voz de ¡A mí La Legión!, sea donde sea, acudirán todos y, con razón o sin ella, defenderán al legionario que pida auxilio.
"Con razón o sin ella", la derecha israelí ha atraído hacia su ideario ultra a los judíos más descontentos, reunidos contra una élite más cultivada y supuestamente más progresista. El caso es un calco del populismo derechista en Estados Unidos, que dirige sus dardos contra las formas educadas de una élite a la que no pueden acceder los granjeros del Medio Oeste ni los blancos pobres del Sur.
Pese a todos los conflictos internos de este "Estado judío", algo común, de raíces religiosas basadas en las costumbres compartidas tanto o más que en las creencias; un apego, un amor a lo propio un tanto irracional que reaviva la derecha y que se traduce en odio compartido hacia el otro, el extraño, el diferente, muchas veces construido como arquetipo.
Incluso la izquierda israelí mayoritaria, hasta cuando pretende ser laica, no puede separarse de su raíz religiosa, sin la que fallan sus propios fundamentos:
Uno de los muchos efectos de la religión en la sociedad es conducir las creencias a través de símbolos y objetos sagrados. Una vez que la tierra se convierte en sagrada, la exigencia de lealtad a la nación se hace total. Este nacionalismo puede convertirse fácilmente en una forma de "identidad depredadora" [...] basada en reivindicaciones acerca y en nombre de una mayoría amenazada. Dicha identidad es reivindicada por grupos que se ven a sí mismos como mayorías cuya identidad está atada a la de la nación. En casos así, el nacionalismo se vuelve el marco organizativo general de un grupo par hacer valer sus privilegios sobre otro grupo. Ese nacionalismo es una forma de ideología viciada, que rearticula las desigualdades de clase en torno a cuestiones de lealtad a la nación.
Esta es la razón de que un "socialismo nacionalista" como el que pretendidamente se quiso implantar en Israel (al igual que el que se autodenominó "nacional-socialismo", si admitimos su más que dudosa sinceridad) está abocado a la inoperancia y el fracaso. Porque, incapaz de cumplir sus promesas, obligado a priorizar la estructura existente para evitar su hundimiento, conduce a una airada frustración que es el mejor caldo de cultivo de los más toscos populismos.
Al final del libro Eva observa que:
Sobre la base del caso israelí, hay una dimensión del populismo que me parece de lo más distintiva, a saber: el hecho de que los líderes de extrema derecha hayan logrado romper la relación tradicional de la izquierda con la clase trabajadora y la hayan retratado como representante de las élites.
(Aclaremos que la izquierda socialdemócrata tiene su parte de culpa, al haber demostrado sobradamente un miedo reverencial hacia el sistema económico capitalista, desde los fabianos y los primeros revisionistas renunciaron a la radicalidad original).
Es importante una distinción final entre los significados de solidaridad y fraternidad:
Una observación común es que cuanto más unida esté la comunidad, mayor será la solidaridad. La solidaridad se basa aquí en la capacidad de identificarse con los demás y verlos como "familia", en lugar de reconocerlos por principios universales. (...) La fraternidad no debe confundirse con la solidaridad. A primera vista, tanto la solidaridad como la fraternidad implican obligaciones y apoyo mutuo entre las personas. Ambas "comparten un compromiso de ayuda mutua y responsabilidad social". Pero hay una diferencia importante: la solidaridad se basa en el mutuo acuerdo y "siempre se expresa a través de visiones particulares de los fines humanos y las preocupaciones morales". Por el contrario, la fraternidad no se basa en el acuerdo ni en un apego sentimental al otro, sino en una concepción moral y legal de la justicia dentro de la comunidad política. Además, ambas deberían mantenerse separadas, porque por más que la solidaridad esté presente en una sociedad, esa misma sociedad puede ser muy deficiente en fraternidad. Israel tiene un nivel alto de solidaridad y un nivel bajo de fraternidad. Los altos niveles de solidaridad son evidentes dentro de los diferentes grupos sociales, como los sentimientos de solidaridad entre los israelíes judíos hacia los soldados desaparecidos y su familias. Por otro lado, los bajos niveles de fraternidad quedan indicados por el hecho de que el 42% de los ciudadanos israelíes judíos apoyan la idea de que los ciudadanos judíos deberían tener más derechos que los ciudadanos no judíos, lo que demuestra un bajo nivel de compromiso con la idea de justicia dentro de la sociedad.
Y mirando hacia nuestro país y hacia la mayoría de las "democracias occidentales", ¿cuánta gente considera normal privar de derechos básicos a los refugiados, a los inmigrantes, a los extranjeros, especialmente si son pobres? ¿O expulsarlos, con la misma naturalidad con que lo expresan los fundamentalistas judíos de Israel?
Solo me resta recomendar algunas lecturas relacionadas con el tema, como el espeluznante ideario que reveló Ariel Sharon en una entrevista privada, digno de la mayor crueldad nazi, o una fábula de Samaniego aplicable a quienes sólo ven las injusticias cuando miran hacia arriba.
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