Al enredarse con otras cuestiones, que en condiciones de normalidad no ocasionarían mayores problemas, como las lingüÍsticas o religiosas, producen respuestas dispares, e incluso opuestas.
El señuelo en la Ucrania occidental fue el espejismo, para clases medias venidas a menos, de una próspera Europa occidental, vista como una esperanza. En medio de una disputa entre oligarcas corruptos (se ha dicho que era la pugna entre los millonarios y los multimillonarios), y por razones en parte sociales y en parte de memoria histórica, la insatisfacción se plasma en una sublevación que desplaza a unos oligarcas e instala a otros mediante un verdadero golpe de estado, y a la que se ha superpuesto la actuación de grupos fascistas como punta de lanza. La clase media empobrecida es parte importante, tanto en el movimiento como en la ideología que lo sustenta.
Los factores que en el oeste ocasionan esta segunda revolución naranja tensan la situación en el este. Aquí el malestar, dado el mayor peso de la clase obrera tradicional, aunque mezcle elementos étnico-lingüístcos o religiosos, es indudablemente otra cosa. Señalaré este párrafo para mostrar algunas diferencias:
Revuelta mucho más difícil de digerir, tanto por Occidente como por la Rusia actual. Por eso es probable que las transacciones entre potencias, con razonamientos esencialmente geoestratégicos, desemboquen en acuerdos que dejen abandonados a los insurrectos orientales de la primera hora."Ante nosotros está la clase obrera real ―tosca, atolondrada y falta de corrección política―. A cualquiera que le desagrade el estado ideológico y cultural actual de la clase debería ir y trabajar con las masas. Lo bueno es que nadie impide a la gente ir a esta multitud con banderas rojas y panfletos socialistas (a diferencia del Maidán, donde las banderas se hacían trizas y los agitadores de izquierda eran golpeados y arrojados fuera de la plaza)."
Cuando la realidad proletarice y precarice a esas clases medias esperanzadas pueden unificarse mucho más ambos movimientos. En la mayoría de los países los sectarismos de base cultural ocultan y neutralizan la lucha de clases que sin embargo es subyacente en ellos. Se atisban sin embargo señales de que empiezan esas masas a entender lo que las une por encima de lo que las separa.
Es hora ya de que los intelectuales de una izquierda desconcertada recojan de nuevo sus herramientas de análisis y las adapten a nuevas situaciones que son viejísimas.
Y mucho cuidado con el perro... |
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(...)
Las olas de lucha que han barrido las ciudades del este y el sur de
Ucrania, igual que las protestas de Bosnia, han alterado abruptamente la
sociología de la vida política. Al frente han estado las masas, con sus
demandas, intereses, esperanzas, ilusiones y prejuicios. Son
categoricamente diferentes de los héroes románticos de los libros
infantiles y su conciencia de clase estaba inicialmente a nivel
embrionario. Pero una vez empezaron a actuar estaban destinados a
aprender y comprender la ciencia de la lucha social.
Debe reconocerse que la experiencia del Maidán no se ha desperdiciado. Levantados contra las autoridades de Kiev, los habitantes del sudeste ucraniano hicieron uso de los mismos métodos con cuya ayuda los radicales del ala derecha forzaron el régimen anterior para someterlo a su voluntad. Las manifestaciones callejeras progresaron rápidamente a la toma de edificios administrativos. Pero los activistas en Donetsk y Lugansk, al rechazar limitarse a la toma de edificios de las administraciones provinciales, anunciaron la creación de sus propias repúblicas populares. Mientras la república popular en Lugansk a mediados de abril seguía siendo básicamente un eslógan del movimiento de masas, en Donetsk pronto empezó a tomar las características de un régimen alternativo. Ayudaba a ello la toma de comisarias de policía y otras instalaciones estatales. Algunas de las tomas las llevaron a cabo multitudes rebeldes, pero en muchos casos también estuvieron implicados grupos armados disciplinados -antiguos miembros de las fuerzas especiales de la policía Berkut y otros órganos de órden público que habían sido despedidos por el nuevo gobierno de Kiev o que habían desertado (algunas unidades abandonaron el servicio prácticamente con toda su fuerza, llevándose con ellos sus armas y municiones).
La propaganda de la Kiev oficial respondió describiendo a los antiguos oficiales de sus propias fuerzas de órden público como fuerzas especiales spetsnaz rusas. Pero entre la población del sudeste ucraniano, con simpatías por Rusia, estas acusaciones no sirvieron para desacreditar la revuelta sino que más bien le hicieron propaganda. Cuanto más las autoridades en Kiev y sus partidarios hablaban de intervención directa rusa en la región e incluso de su "ocupación", más se unía la gente de las localidades implicadas en las protestas.
El principal desencadenante de la revuelta, sin embargo, no fue la simpatía pro-rusa de la población local, o incluso la declarada intención de los gobernantes de Kiev de revocar la ley que había dado al ruso el estatuto de "lengua regional". El descontento se había estado formando durante mucho tiempo en el sudeste, y la gota final que causó que se desbordase el vaso fue el grave empeoramiento de la crisis económica que siguió al cambio de gobierno en Kiev. Tras firmar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional las autoridades decretaron grandes subidas en el precio del gas y las medicinas y la explosión social se hizo inevitable. En el oeste del país y en la capital, la indignación creciente se frenó durante un tiempo mediante el uso de la retórica nacionalista y la propaganda antirusa. pero cuando se aplicó a los habitantes del este este método tuvo el efecto contrario. Al intentar apagar el fuego en el oeste, las autoridades lanzaron petróleo a las llamas en el este.
"Me resulta difícil creer el cambio en mis compatriotas", escribe el residente en la ciudad de Gorlovka Yegor Voronov en el site ucraniano Liva. "Hace solo seis meses eran gente normal y corriente que veía la televisión y se quejaba por el mal estado de las carreteras y de los servicios comunales. Ahora son luchadores. Tras varias horas junto al edificio de la administración provincial no me encontré ni a una sola persona que viniese de Rusia. La gente era de Mariupol, Gorlovka, Dzerzhinsk, Artemovsk, Krasnoarmeysk. De pie junto a mí había residentes normales de Donbass -la gente con la que viajamos cada día en el autobús, con la que coincidimos en las colas, con la que nos peleamos cuando dejan la puerta del descansillo abierta-. No eran la clase media de Kiev, separada de la gente por sus "circunstancias" especiales, sino trabajadores normales. Y no hay que negarlo, hay un montón de desempleados en estos sitios. Ahí estaba toda esa gente a la que en el último mes y medio se le había estado "implorando" en las oficinas privadas y las empresas estatales un recorte en sus miserables salarios. Así que esta es otra conclusión: cuanto más se recortan o estrujan los salarios de los residentes de Donbass hoy, más opositores se encontrará Kiev en el este".
La gente que ha estado protestando contra las autoridades en Donetsk, Lugansk y muchas otras ciudades ucranianas no tenía un conocimiento particular de la política o incluso un programa claro de acción. La confusión de sus eslóganes junto al uso simultáneo de símbolos religiosos y soviéticos o revolucionarios debe ofender sin duda a los estrictos connoisseurs de la ideología proletaria. El problema es que esos mismos ideólogos han estado tan inconmensurablemente alejados de las masas no solo como para ser incapaces y reticentes a insuflar la "conciencia correcta" en sus filas, sino incluso para ayudarles a dar sentido a las cuestiones políticas actuales. Mientras el movimiento ha encontrado a tientas su camino espontáneamente y con dificultad durante su recorrido político, elaborando una expresión general del sentimiento antioligárquico y de la protesta social, los miembros de la izquierda, excepto unos cuantos activistas en Donetsk y Kharkov se han dedicado a abstractas discusiones en los grandes espacios de internet.
Era completamente predecible que la intelligentsia liberal, tanto la ucraniana como la rusa, respondiese a las protestas de las masas con un estallido de odio y desprecio. Los trabajadores que tomaron las calles recibían muchísmos nombres despectivos. Eran ridiculizados como "lumpen", "basura", "hooligans", y esto es lo más curioso, como vatniki ["chaquetas acolchadas"]. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la figura caricaturesca del vatnik, copiada del personaje de los dibujos animados estadounidenses Bob Esponja, sugería precisamente un individuo absolutamente leal a las autoridades estatales y completamente dominado por la propaganda gubernamental. En este sentido, la gente en Ucrania que más se merece ser vista como vatniki son los intelectuales, quienes repiten acríticamente cualquier propaganda del nuevo gobierno, hasta la más absurda.
Hay que destacar que en la competición de mentiras librada por los servicios de propaganda de Moscú y Kiev, fueron los ucranianos quienes ganaron con claridad el primer premio. No es que los rusos mintiesen menos, pero los de Kiev mentían más temerariamente y con más inventiva, sin mostrar la menor preocupación por la verdad y sin ni siquiera tener en cuenta si las imágenes de televisión que mostraban tenían alguna relación con el comentario. La última consistía solamente de apasionados relatos sobre vehículos armados repeliendo multitudes de tropas de las fuerzas especiales rusas que estaban intentando forzar a los hambrientos soldados a alimentarse con jamón y pepinillos caseros.
No sorprende en absoluto que la intelligentsia liberal haya visto a la gente normal de Donetsk, o de cualquier otro sitio, como enemigos y una amenaza para el "progreso" (tal como lo entiende la intelligentsia ). Es mucho más interesante ponderar las razones por las que un cierto sector de la izquierda en ambos lados de la frontera hablaba igual que los liberales. A medida que se desarrollaban los acontecimientos los liberales de izquierda ucranianos al menos refinaron sus puntos de vista y reconocieron que algunas de las demandas del Donbass estaban justificadas (lo que se puede calibrar a partir de los materiales de la conferencia en Kiev "La izquierda y el Maidán"). Pero los pensadores rusos y occidentales tomaron una posición completamente irreconciliable, solidarizándose completamente con el gobierno de Kiev y los líderes de la Unión Europea. Importantes cantidades de "euroizquierdistas" expresaron también esos puntos de vista, especialmente aquellos entre ellos que previamente habían insistido en la necesidad de situar el foco sobre temas como el multiculturalismo, la tolerancia y la corrección política.
Al observar todo esto, el especialista en ciencias políticas de Kiev Vladimir Ishchenko dijo con desaliento: "Es una extraña sensación cuando el ejército ya está con el pueblo y muchos izquierdistas (¡¡¡anarquistas!!!) todavía siguen con las autoridades."
Obviamente, esta situación no se puede explicar puramente sobre la base de la lógica ideológica. La gente y los grupos aquí implicados buscan trazar su pedigrí político hasta una mitologizada y petrificada revolución de 1917. Es significativo que en muchos casos empleen los mismo argumentos contra la revolución que se está produciendo actualmente en el sudeste de Ucrania que los que usaban contra los bolcheviques sus oponentes hace algo menos de cien años.
Hemos asistido a un cuarto de siglo de hegemonia reaccionaria, con el colapso político y moral del movimiento de izquierda (no solamente en el territorio de la antigua URSS, sino también en otros países). Durante muchos años, la actuación según lo políticamente correcto y la observancia de los derechos de las minorías se supone que ocuparon el lugar de la política de clase y de masas. Nada de esto, por supuesto, ha pasado sin que haya tenido algún efecto. En el nivel de la conciencia social hemos sido arrojados un siglo y medio atrás. Parte de la responsabilidad corresponde a la intelligentsia, quien hace mucho olvidó su misión popular y se ha dedicado a refinados juegos culturales e ideológicos en lugar de trabajar con las masas y para las masas.
Precisamente por esta razón el movimiento en Donetsk con todas sus contradicciones e incluso absurdos, como los iconos y las banderas tricolor junto a la bandera roja, ha proporcionado una imagen excelente del estado de desarrollo a partir del cual surgieron las acciones de los trabajadores del siglo XIX. Mientras tanto, la República de Donetsk, si lo examinamos con atención, recuerda más que nada las formaciones políticas espontáneas que los trabajadores creaban "antes del advenimiento del materialismo histórico".
Ante nosotros está la clase obrera real -tosca, atolondrada y falta de corrección política-. A cualquiera que le desagrade el estado ideológico y cultural actual de la clase debería ir y trabajar con las masas. Lo bueno es que nadie impide a la gente ir a esta multitud con banderas rojas y panfletos socialistas (a diferencia del Maidán, donde las banderas se hacían trizas y los agitadores de izquierda eran golpeados y arrojados fuera de la plaza).
El futuro de la República de Donetsk sigue indeciso y esto supone una enorme oportunidad histórica de la que no había ni rastro en las manifestaciones del Maidán, cuyos líderes no siempre podían controlar a la multitud pero matenían un control rígido y efectivo de la agenda política. Por contraste, la República de Donetsk formula su agenda desde abajo, literalmente sobre la marcha, en respuesta al estado de ánimo público y al curso de los acontecimientos. Estrictamente hablando, esta república ni siquiera es un estado -más bien equivale a una coalición de comunidades diversas, la mayor parte de ellas autoorganizadas. En esencia, es la perfecta encarnación de la idea anarquista del orden revolucionario. Curiosamente, los anarquistas rechazan tener nada que ver con ello, prefiriendo repetir la retórica estatal y patriótica de los nuevos gobernantes de Kiev.
No es difícil entender que la razón por la que la auto-organización de la República de Donetsk funciona relativamente bien es porque los restos del viejo aparato administrativo siguen con sus actividades cotidianas como si nada fuera de lo común estuviese sucediendo, mientras todas las cuestiones del gobierno se reducen en última instancia a la organización de la defensa. ¿Pero es esto tan diferente de la Comuna de París (no la comuna idealizada y romántica, sino la que realmente existió)? Si la república popular en Donetsk sobrevive mucho más, inevitablemente cambiará y está lejos de ser cierto que lo haga para bien. Pero al guerrear su primera batalla, la república ya ha demostrado el enorme potencial de la auto-organización de las masas. Gente desarmada consiguieron detener unidades del ejército ucraniano y llevar a cabo agitación entre los soldados, reventando la "operación antiterrorista" que había iniciado Kiev. Esta resistencia pacífica no solo pasará a la historia sino que será una parte importante de la experiencia social colectiva de los trabajadores ucranianos y rusos.
Debe reconocerse que la experiencia del Maidán no se ha desperdiciado. Levantados contra las autoridades de Kiev, los habitantes del sudeste ucraniano hicieron uso de los mismos métodos con cuya ayuda los radicales del ala derecha forzaron el régimen anterior para someterlo a su voluntad. Las manifestaciones callejeras progresaron rápidamente a la toma de edificios administrativos. Pero los activistas en Donetsk y Lugansk, al rechazar limitarse a la toma de edificios de las administraciones provinciales, anunciaron la creación de sus propias repúblicas populares. Mientras la república popular en Lugansk a mediados de abril seguía siendo básicamente un eslógan del movimiento de masas, en Donetsk pronto empezó a tomar las características de un régimen alternativo. Ayudaba a ello la toma de comisarias de policía y otras instalaciones estatales. Algunas de las tomas las llevaron a cabo multitudes rebeldes, pero en muchos casos también estuvieron implicados grupos armados disciplinados -antiguos miembros de las fuerzas especiales de la policía Berkut y otros órganos de órden público que habían sido despedidos por el nuevo gobierno de Kiev o que habían desertado (algunas unidades abandonaron el servicio prácticamente con toda su fuerza, llevándose con ellos sus armas y municiones).
La propaganda de la Kiev oficial respondió describiendo a los antiguos oficiales de sus propias fuerzas de órden público como fuerzas especiales spetsnaz rusas. Pero entre la población del sudeste ucraniano, con simpatías por Rusia, estas acusaciones no sirvieron para desacreditar la revuelta sino que más bien le hicieron propaganda. Cuanto más las autoridades en Kiev y sus partidarios hablaban de intervención directa rusa en la región e incluso de su "ocupación", más se unía la gente de las localidades implicadas en las protestas.
El principal desencadenante de la revuelta, sin embargo, no fue la simpatía pro-rusa de la población local, o incluso la declarada intención de los gobernantes de Kiev de revocar la ley que había dado al ruso el estatuto de "lengua regional". El descontento se había estado formando durante mucho tiempo en el sudeste, y la gota final que causó que se desbordase el vaso fue el grave empeoramiento de la crisis económica que siguió al cambio de gobierno en Kiev. Tras firmar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional las autoridades decretaron grandes subidas en el precio del gas y las medicinas y la explosión social se hizo inevitable. En el oeste del país y en la capital, la indignación creciente se frenó durante un tiempo mediante el uso de la retórica nacionalista y la propaganda antirusa. pero cuando se aplicó a los habitantes del este este método tuvo el efecto contrario. Al intentar apagar el fuego en el oeste, las autoridades lanzaron petróleo a las llamas en el este.
"Me resulta difícil creer el cambio en mis compatriotas", escribe el residente en la ciudad de Gorlovka Yegor Voronov en el site ucraniano Liva. "Hace solo seis meses eran gente normal y corriente que veía la televisión y se quejaba por el mal estado de las carreteras y de los servicios comunales. Ahora son luchadores. Tras varias horas junto al edificio de la administración provincial no me encontré ni a una sola persona que viniese de Rusia. La gente era de Mariupol, Gorlovka, Dzerzhinsk, Artemovsk, Krasnoarmeysk. De pie junto a mí había residentes normales de Donbass -la gente con la que viajamos cada día en el autobús, con la que coincidimos en las colas, con la que nos peleamos cuando dejan la puerta del descansillo abierta-. No eran la clase media de Kiev, separada de la gente por sus "circunstancias" especiales, sino trabajadores normales. Y no hay que negarlo, hay un montón de desempleados en estos sitios. Ahí estaba toda esa gente a la que en el último mes y medio se le había estado "implorando" en las oficinas privadas y las empresas estatales un recorte en sus miserables salarios. Así que esta es otra conclusión: cuanto más se recortan o estrujan los salarios de los residentes de Donbass hoy, más opositores se encontrará Kiev en el este".
La gente que ha estado protestando contra las autoridades en Donetsk, Lugansk y muchas otras ciudades ucranianas no tenía un conocimiento particular de la política o incluso un programa claro de acción. La confusión de sus eslóganes junto al uso simultáneo de símbolos religiosos y soviéticos o revolucionarios debe ofender sin duda a los estrictos connoisseurs de la ideología proletaria. El problema es que esos mismos ideólogos han estado tan inconmensurablemente alejados de las masas no solo como para ser incapaces y reticentes a insuflar la "conciencia correcta" en sus filas, sino incluso para ayudarles a dar sentido a las cuestiones políticas actuales. Mientras el movimiento ha encontrado a tientas su camino espontáneamente y con dificultad durante su recorrido político, elaborando una expresión general del sentimiento antioligárquico y de la protesta social, los miembros de la izquierda, excepto unos cuantos activistas en Donetsk y Kharkov se han dedicado a abstractas discusiones en los grandes espacios de internet.
Era completamente predecible que la intelligentsia liberal, tanto la ucraniana como la rusa, respondiese a las protestas de las masas con un estallido de odio y desprecio. Los trabajadores que tomaron las calles recibían muchísmos nombres despectivos. Eran ridiculizados como "lumpen", "basura", "hooligans", y esto es lo más curioso, como vatniki ["chaquetas acolchadas"]. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la figura caricaturesca del vatnik, copiada del personaje de los dibujos animados estadounidenses Bob Esponja, sugería precisamente un individuo absolutamente leal a las autoridades estatales y completamente dominado por la propaganda gubernamental. En este sentido, la gente en Ucrania que más se merece ser vista como vatniki son los intelectuales, quienes repiten acríticamente cualquier propaganda del nuevo gobierno, hasta la más absurda.
Hay que destacar que en la competición de mentiras librada por los servicios de propaganda de Moscú y Kiev, fueron los ucranianos quienes ganaron con claridad el primer premio. No es que los rusos mintiesen menos, pero los de Kiev mentían más temerariamente y con más inventiva, sin mostrar la menor preocupación por la verdad y sin ni siquiera tener en cuenta si las imágenes de televisión que mostraban tenían alguna relación con el comentario. La última consistía solamente de apasionados relatos sobre vehículos armados repeliendo multitudes de tropas de las fuerzas especiales rusas que estaban intentando forzar a los hambrientos soldados a alimentarse con jamón y pepinillos caseros.
No sorprende en absoluto que la intelligentsia liberal haya visto a la gente normal de Donetsk, o de cualquier otro sitio, como enemigos y una amenaza para el "progreso" (tal como lo entiende la intelligentsia ). Es mucho más interesante ponderar las razones por las que un cierto sector de la izquierda en ambos lados de la frontera hablaba igual que los liberales. A medida que se desarrollaban los acontecimientos los liberales de izquierda ucranianos al menos refinaron sus puntos de vista y reconocieron que algunas de las demandas del Donbass estaban justificadas (lo que se puede calibrar a partir de los materiales de la conferencia en Kiev "La izquierda y el Maidán"). Pero los pensadores rusos y occidentales tomaron una posición completamente irreconciliable, solidarizándose completamente con el gobierno de Kiev y los líderes de la Unión Europea. Importantes cantidades de "euroizquierdistas" expresaron también esos puntos de vista, especialmente aquellos entre ellos que previamente habían insistido en la necesidad de situar el foco sobre temas como el multiculturalismo, la tolerancia y la corrección política.
Al observar todo esto, el especialista en ciencias políticas de Kiev Vladimir Ishchenko dijo con desaliento: "Es una extraña sensación cuando el ejército ya está con el pueblo y muchos izquierdistas (¡¡¡anarquistas!!!) todavía siguen con las autoridades."
Obviamente, esta situación no se puede explicar puramente sobre la base de la lógica ideológica. La gente y los grupos aquí implicados buscan trazar su pedigrí político hasta una mitologizada y petrificada revolución de 1917. Es significativo que en muchos casos empleen los mismo argumentos contra la revolución que se está produciendo actualmente en el sudeste de Ucrania que los que usaban contra los bolcheviques sus oponentes hace algo menos de cien años.
Hemos asistido a un cuarto de siglo de hegemonia reaccionaria, con el colapso político y moral del movimiento de izquierda (no solamente en el territorio de la antigua URSS, sino también en otros países). Durante muchos años, la actuación según lo políticamente correcto y la observancia de los derechos de las minorías se supone que ocuparon el lugar de la política de clase y de masas. Nada de esto, por supuesto, ha pasado sin que haya tenido algún efecto. En el nivel de la conciencia social hemos sido arrojados un siglo y medio atrás. Parte de la responsabilidad corresponde a la intelligentsia, quien hace mucho olvidó su misión popular y se ha dedicado a refinados juegos culturales e ideológicos en lugar de trabajar con las masas y para las masas.
Precisamente por esta razón el movimiento en Donetsk con todas sus contradicciones e incluso absurdos, como los iconos y las banderas tricolor junto a la bandera roja, ha proporcionado una imagen excelente del estado de desarrollo a partir del cual surgieron las acciones de los trabajadores del siglo XIX. Mientras tanto, la República de Donetsk, si lo examinamos con atención, recuerda más que nada las formaciones políticas espontáneas que los trabajadores creaban "antes del advenimiento del materialismo histórico".
Ante nosotros está la clase obrera real -tosca, atolondrada y falta de corrección política-. A cualquiera que le desagrade el estado ideológico y cultural actual de la clase debería ir y trabajar con las masas. Lo bueno es que nadie impide a la gente ir a esta multitud con banderas rojas y panfletos socialistas (a diferencia del Maidán, donde las banderas se hacían trizas y los agitadores de izquierda eran golpeados y arrojados fuera de la plaza).
El futuro de la República de Donetsk sigue indeciso y esto supone una enorme oportunidad histórica de la que no había ni rastro en las manifestaciones del Maidán, cuyos líderes no siempre podían controlar a la multitud pero matenían un control rígido y efectivo de la agenda política. Por contraste, la República de Donetsk formula su agenda desde abajo, literalmente sobre la marcha, en respuesta al estado de ánimo público y al curso de los acontecimientos. Estrictamente hablando, esta república ni siquiera es un estado -más bien equivale a una coalición de comunidades diversas, la mayor parte de ellas autoorganizadas. En esencia, es la perfecta encarnación de la idea anarquista del orden revolucionario. Curiosamente, los anarquistas rechazan tener nada que ver con ello, prefiriendo repetir la retórica estatal y patriótica de los nuevos gobernantes de Kiev.
No es difícil entender que la razón por la que la auto-organización de la República de Donetsk funciona relativamente bien es porque los restos del viejo aparato administrativo siguen con sus actividades cotidianas como si nada fuera de lo común estuviese sucediendo, mientras todas las cuestiones del gobierno se reducen en última instancia a la organización de la defensa. ¿Pero es esto tan diferente de la Comuna de París (no la comuna idealizada y romántica, sino la que realmente existió)? Si la república popular en Donetsk sobrevive mucho más, inevitablemente cambiará y está lejos de ser cierto que lo haga para bien. Pero al guerrear su primera batalla, la república ya ha demostrado el enorme potencial de la auto-organización de las masas. Gente desarmada consiguieron detener unidades del ejército ucraniano y llevar a cabo agitación entre los soldados, reventando la "operación antiterrorista" que había iniciado Kiev. Esta resistencia pacífica no solo pasará a la historia sino que será una parte importante de la experiencia social colectiva de los trabajadores ucranianos y rusos.
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