Reducciones tan brutales en lo que siempre habíamos imaginado que sería el futuro nos hacen preferir una niebla que oculte el muro infranqueable hacia el que nos dirigimos a toda velocidad a un frenazo en toda regla. Todo lo más, suaves toques en el pedal, temiendo el patinazo más que el choque.
A eso se une el hecho de que los que conducen el autobús se sienten (falsamente) seguros de sus "airbags". Poco les importan las consecuencias para los que se hacinan en el portaequipajes y en la baca. Ya irán saliendo despedidos en cada curva. La mayoría, además, viajan más o menos tranquilos, y no faltan los entusiastas que cantan aquello de "qué buenos son los padres escolapios que nos llevan de excursión" (o las madres ursulinas, que tanto les da).
Encuentro
de las Américas frente al Cambio Climático
Jorge Riechmann
Bogotá,
22 de septiembre de 2015
1
Agosto
de 2015 fue el mes más cálido en el planeta Tierra desde que hay registros
(1880). [1] Y 2014 fue el primer año,
a lo largo de toda la era industrial, en que la disponibilidad de energía
primaria per cápita disminuyó con respecto al año anterior [2] (exceptuando shocks del
petróleo exógenos como el de 1973-74). Estas dos dinámicas –calentamiento
climático y escasez creciente de energía y materiales—están determinando ya, y
van a hacerlo de forma mucho más intensa, el destino de los seres humanos en el
siglo XXI –que hace tiempo yo vengo llamando el Siglo de la Gran Prueba.
Estamos
en una situación de emergencia planetaria, y los tiempos que vienen son muy
duros. Acá, en Colombia, padecen ustedes la peor sequía de las últimas décadas
–con el agua ya racionada en 130 municipios a mediados de septiembre de 2015, y
otros trescientos que podrían pronto llegar a la misma situación- al mismo
tiempo que sus científicos e investigadoras se inquietan por la combinación de
enfermedades (muy probablemente relacionada con el cambio climático) que está
amenazando a los frailejones, esa hermosa planta de los páramos altos de la que
depende, precisamente, buena parte del suministro de agua de muchos pueblos y
ciudades colombianas. [3] (Pues el páramo, como
bien exponía el alcalde mayor de Bogotá Gustavo Petro en su intervención
inaugural en el Encuentro de las Américas Frente al Cambio Climático, el 21 de
septiembre de 2015, es como una esponja que absorbe y guarda el agua –gracias a
sus frailejones, en combinación con el resto de los componentes de ese
ecosistema excepcional… “Si el frailejón muere nos quedamos sin agua”, dijo el
alcalde con gran rotundidad.)
2
Sabemos
que en París, en diciembre de 2015, tendrá lugar una reunión internacional de
trascendental importancia. Pero también sabemos que en esa COP 21 se llegará
–es lo máximo a que aspiran los actores en el ruedo internacional- a
compromisos voluntarios, no a acuerdos vinculantes. Compromisos voluntarios asumidos
por Estados cuya soberanía es limitada, con un puñado de excepciones (EEUU,
China, Rusia…). Hoy –casi da vergüenza tener que decirlo- el verdadero poder
soberano es el del capital transnacional… Lo que tendremos serán, entonces,
acuerdos voluntarios firmados por autoridades políticas con escaso poder real,
mientras que la maquinaria económica sigue entregada sin trabas a su
automatismo: la acumulación de capital.
Sin
un vuelco hoy casi inimaginable, la catástrofe climática está preprogramada.
3
No
hay posibilidad de hacer frente a la gran crisis climática sin acudir a un
sentido del límite del que la cultura hoy dominante carece por completo. Ahí
donde hoy se pregona que “más es mejor”, deberíamos ser capaces de formular
colectivamente un: “lo suficiente basta”. Me refiero a un sentido del límite
que encontramos expresado, desde esos márgenes donde hemos relegado a la
contracultura ecologista, por ejemplo en las palabras siguientes de Ivan
Illich, escritas hace más de cuatro decenios: “Hay que reconocer que la
incorporación de algo más de un cierto quantum de energía
por unidad de un producto industrial inevitablemente tiene efectos
destructores, tanto en el ambiente sociopolítico como en el ambiente biofísico.
(…) No es posible alcanzar un estado social basado en la noción de equidad y
simultáneamente aumentar la energía mecánica disponible, a no ser bajo la
condición de que el consumo de energía por cabeza se mantenga dentro de
límites.” [4]
4
Deberíamos intentar un ejercicio de realismo; situarnos de verdad donde estamos en 2015, dejando de lado en lo posible denegación, autoengaño y pensamiento desiderativo (wishful thinking). Hagámonos cargo: no estamos en 1972 (año de la primera “cumbre” mundial de NN.UU. sobre medio ambiente y desarrollo humano, en Estocolmo; y año de la publicación del importantísimo primer informe al Club de Roma, The Limits to Growth), estamos en 2015.
En
diciembre de 2013 se publicó un importantísimo artículo científico, del
climatólogo James Hansen y sus colaboradores: “Assessing dangerous climate
change”. [5] ¿Qué nos dice este
trabajo? Que incluso los daños asociados a un incremento de temperatura
promedio de 2 ºC (sobre los niveles preindustriales) son insoportables –y
recordemos que se trata del objetivo oficial de las instituciones políticas de
nuestro disfuncional mundo político, y que no se está haciendo nada por
acercarnos a ese objetivo insuficiente, antes al contrario: cada vez nos
alejamos más del mismo–.Y que si existe todavía alguna posibilidad de
“resolver” el problema climático, consistiría en disminuir las emisiones
globales –que ahora siguen creciendo, en la misma senda en que lo han hecho
durante los decenios últimos– a un rapidísimo ritmo del 6% anual,
sostenidamente, durante cuatro decenios ¡empezando en 2013!
De
hecho, los cálculos de otros prestigiosos climatólogos, como Kevin Anderson delTyndall
Centre for Climate Research, llevan a conclusiones aún más duras: los países
ricos (los del anexo I del Protocolo de Kyoto) deberíamos reducir nuestras
emisiones entre
un 8 y un 10% anual a partir de 2013. [6]
Adaptar
la economía mundial a los límites biofísicos del planeta (asunto ineludible si
la especie humana desea tener un futuro más allá de las crisis del siglo XXI,
el Siglo de la Gran Prueba) [7] exige una regulación
global de esa economía… a la que los poderes capitalistas de este mundo se
oponen ferozmente. Pues advierten, por ejemplo, que reducir las emisiones de
gases de “efecto invernadero” en las magnitudes y plazos necesarios, no ya para
estabilizar el clima del planeta, sino para frenar lo peor del calentamiento
(recordemos: reducir al menos un 6% anual durante cuatro decenios, a partir de
2013), no es compatible con mantener la rentabilidad que exigen los capitales
privados en el sistema de producción capitalista (y con el crecimiento de la
producción y el consumo necesarios para esa rentabilidad)… Climatólogos
como Kevin Anderson, director adjunto del Centro Tyndall para la Investigación
del Cambio Climático en Gran Bretaña, señalan que ya hemos perdido la
oportunidad para realizar cambios graduales: [8]
“Tal
vez, durante la Cumbre sobre la Tierra de 1992, o incluso en el cambio de
milenio, el nivel de los dos grados centígrados [con respecto a las
temperaturas preindustriales] podrían haberse logrado a través de
significativos cambios
evolutivos en el marco de la hegemonía política y económica
existentes. Pero el cambio climático es un asunto acumulativo.
Ahora, en 2013, desde nuestras naciones altamente emisoras (post-) industriales
nos enfrentamos a un panorama muy diferente. Nuestro constante y colectivo
despilfarro de carbono ha desperdiciado toda oportunidad de un ‘cambio
evolutivo’ realista para alcanzar nuestro anterior (y más amplio) objetivo de
los dos grados. Hoy, después de dos décadas de promesas y mentiras, lo que
queda del objetivo de los dos grados exige un cambio revolucionario de la hegemonía política y económica” [9] (la negrita es del propio
Anderson).
5
No
se trata sólo -¡sólo!- de un “nuevo modelo de desarrollo”, como reza el título
de esta sesión plenaria en la que nos encontramos, acá en el auditorio de la
Alcaldía Mayor de Bogotá. Se trata de salir del capitalismo.
Ojalá se tratase de algo más sencillo, como –pongamos por caso- los nuevos Objetivos de Desarrollo del Milenio que está terminando de ajustar NN.UU. para el período 2015-2030 y se aprobarán esta semana, el 25 de septiembre. Pero no es así: la cuestión, como digo, es enfrentarnos a la contracción económica de emergencia que necesitamos (para evitar el calentamiento climático catastrófico –si es que aún es posible) saliendo del capitalismo.
Ojalá se tratase de algo más sencillo, como –pongamos por caso- los nuevos Objetivos de Desarrollo del Milenio que está terminando de ajustar NN.UU. para el período 2015-2030 y se aprobarán esta semana, el 25 de septiembre. Pero no es así: la cuestión, como digo, es enfrentarnos a la contracción económica de emergencia que necesitamos (para evitar el calentamiento climático catastrófico –si es que aún es posible) saliendo del capitalismo.
Hoy
ya no bastan los cambios incrementales, las medidas graduales relativamente
indoloras que hubieran sido posibles de haberse comenzado la acción necesaria
hace dos o tres decenios (como los impuestos al carbono que de todas formas
seguimos preconizando). Necesitamos cambios estructurales muy profundos, un
verdadero volantazo para impedir que el vehículo civilizatorio donde viajamos
se precipite al abismo que ya está muy cerca. Para que nos demos cuenta del cambio
revolucionario que es preciso: los países “desarrollados” tienen que comenzar a
reducir ya sus emisiones, al ritmo casi inconcebible del 10% anual, y completar
la descarbonización de sus economías en tres-cuatro decenios. Pero los grandes
países “emergentes” han de seguir por esa senda muy poco después… Y, tanto en
el Norte como en el Sur, hay que salir del extractivismo en tiempo récord, pues
las cuatro quintas partes de las reservas existentes de combustibles fósiles
deben quedar bajo tierra (si queremos tener alguna opción de respetar el límite
de seguridad de los dos grados centígrados de incremento sobre las temperaturas
preindustriales).
6
Debo
insistir en ese último asunto, sobre el cual han llamado la atención los
firmantes de un importante manifiesto publicado en el pasado mes de agosto:
“Dejemos los combustibles fósiles en el subsuelo para acabar con los crímenes
climáticos” era su título. Leíamos allí:
“Sabemos
que las multinacionales y los gobiernos no abandonarán fácilmente los
beneficios que perciben de la extracción de las reservas de carbón, de gas y de
petróleo o de la agricultura industrial globalizada tan glotona en energía
fósil. Para seguir actuando, pensando, amando, cuidando, creando, produciendo,
contemplando, luchando, hay que presionarles. Para desarrollarnos como
sociedad, individuos y ciudadanos debemos actuar todos para cambiarlo todo. Lo
demandan nuestra común humanidad y la Tierra.
(…)
Trabajamos para cambiarlo todo. Podemos abrir los caminos hacia un futuro
vivible. Nuestro poder de actuar resulta a menudo más importante de lo que
imaginamos. Por todo el mundo luchamos contra los verdaderos impulsores de la
crisis climática, defendemos los territorios, reducimos las emisiones,
organizamos la resiliencia, desarrollamos la autonomía alimentaria con la
agro-ecología campesina, etc.
Al
acercarse la Conferencia de la ONU sobre cambio climático en Paris-Le Bourget,
afirmamos nuestra determinación de que las energías fósiles permanezcan en el
subsuelo. Es la única salida. Concretamente, los gobiernos
deben poner fin a las subvenciones que se destinan al sector de combustibles
fósiles, y congelar su extracción renunciando a explotar el 80% de todas las
reservas de combustibles fósiles.
Sabemos
que esto implica un cambio histórico de envergadura. No vamos a esperar a que
actúen los estados. La esclavitud y el apartheid no desaparecieron porque los
estados decidieran abolirlos, sino por movilizaciones masivas que no dejaron
otra elección.” [10]
7
No
hablemos tanto de desarrollo o de Estado del Bienestar: hablemos de esclavos
energéticos, y las cosas quedarán más claras. [11]
A
escala mundial, y con datos de 2013-15, las emisiones personales endosomáticas
de carbono (en forma de dióxido de carbono) rondan los 90 kg. anuales;
recordemos que la mayor parte de la energía primaria que consumimos procede de
los combustibles fósiles. Pero las emisiones exosomáticas (la energía “externa”
al metabolismo de nuestro organismo) alcanzan los 1.260 kgs. por persona y año
(promedio que enmascara enormes diferencias entre Norte y Sur globales, entre
clases sociales, entre varones y mujeres…). Grosso modo, eso
quiere decir que cada uno y cada una de nosotros vivimos disfrutando de catorce
esclavos energéticos en promedio (muchos más en el Norte,
muchos menos en el Sur).
La
gran pregunta, la enorme pregunta, la descomunal pregunta: ¿podemos convertirnos
en esclavistas –energéticos— modestos? ¿Configurar formas de vida buena con
sólo dos o tres esclavos energéticos por cabeza, y con justicia global?
(Un
par de pistas: Cuba consume sólo una quinta parte de la energía primaria per capita de
Alemania, pero mantiene un Índice de Desarrollo Humano alto, por encima de 0’8.
Pero dentro de Alemania existen numerosas experiencias locales –por ejemplo
Feldheim, o Sieben Linden, o el barrio de Vauban en Friburgo— donde el consumo
energético se asemeja a la media cubana: reducciones de tres cuartas partes en
el consumo de energía primaria con respecto al promedio alemán.)
8
No se trata de “aportar cada cual su granito de arena” como suele decirse; se trataría de transformaciones revolucionarias en un tiempo récord. El alcalde Gustavo Petro, en un discurso pronunciado en el Museo de Bogotá el 21 de septiembre de 2015, decía medio en broma: “pedimos a París otra revolución, de las que nos tienen acostumbrados…” Pero esa necesidad de revolución no es una broma.
Pero si queremos plantearlo desde la perspectiva del individuo, reparemos en lo siguiente.
Pero si queremos plantearlo desde la perspectiva del individuo, reparemos en lo siguiente.
Es
sabido que Simone Weil, una de las grandes pensadoras del siglo XX, se dejó
morir –cuando su salud era frágil– al no querer alimentarse, en la Gran Bretaña
de 1943, mejor de lo que consentían a la gente hacerlo con las cartillas de
racionamiento de la Francia ocupada por los ejércitos hitlerianos. Una loca,
pensará más de uno. De hecho, el forense que la examinó emitió el dictamen
siguiente: “La fallecida se mató al negarse a sí misma suficiente alimento
cuando se hallaba con las facultades mentalmente trastornadas”. [12]
Si
hoy, en la situación de extralimitación planetaria (overshoot) en que nos
hallamos, consideramos esa locura de no querer para sí ventajas con respecto a
la situación de quienes se hallan peor; si hoy quisiéramos actualizar la locura
igualitaria (llamémosla solidaridad) de Simone Weil pensando en los límites biofísicos
de la Tierra, ¿qué hallaríamos? Jennie Moore y William E. Rees, a partir de la
metodología de la huella ecológica, se plantean esa clase de preguntas.
Aproximadamente la quinta parte de la población mundial vivimos en países de
renta alta (la mayor parte de Norteamérica, Europa, Japón y Australia, más las
elites consumistas de los países de renta baja). Superamos entre tres y seis
veces (o incluso más) la capacidad ecológica de nuestro propio territorio, a
costa de otros; nos apropiamos de las cuatro quintas partes de los recursos
mundiales y generamos la mayor parte de las emisiones de gases de “efecto
invernadero”. Grosso
modo, ese sector de renta alta vivimos como si dispusiéramos
de los recursos y la capacidad asimilativa de tres planetas Tierra. Si nos
ciñéramos, a lo Simone Weil, a vivir como en una sola Tierra -¡la cual es de
hecho la única morada de que disponemos!-, ¿qué resulta?
Según
los datos de estos investigadores, la ingesta de carne debería reducirse
aproximadamente a una quinta parte (de unos cien kg. anuales a unos veinte). El
espacio habitado, a una cuarta parte (de unos 34 metros cuadrados en promedio a
8). El consumo energético por hogar, a una cuarta parte (de 33’5 gigajulios
anuales a 8’4). Los desplazamientos en vehículo motorizado, a menos de la
décima parte (de 6.600 km./ año a 582). Los desplazamientos en avión, a la
vigésimocuarta parte (de 2.943 km./ año a 125). Los vehículos motorizados, a
sólo cuatro por mil habitantes. Sí: en un país como España, tendríamos que
pasar de veintitantos millones de vehículos a sólo 180.000… [13] Nada de automóviles
privados, sino sólo las ambulancias, autobuses y coches de bomberos
indispensables. No un “día sin carros”, como en la importante iniciativa que ha
impulsado el alcalde Gustavo Petro en la ciudad de Bogotá (hoy, 22 de
septiembre de 2015): todos los días sin carros. No podemos permitirnos la
movilidad motorizada individual.
9
El
vuelo de Madrid a Santa Cruz de Tenerife cubre 1.971 km.; ida y vuelta, 3.942
km. Eso significa que, según los cálculos de Rees y Moore, a los madrileños y
madrileñas nos correspondería en términos de justicia planetaria uno de
estos viajes cada 31 años y medio; dos veces en la vida. O un
viaje transatlántico en avión una vez en la vida… si asumimos esa moralidad de
Simone Weil que casi todo el mundo juzgará heroica locura.
Pero
no hacerlo supone ser cómplices del ecocidio y genocidio que están en marcha.
Así
que yo no tendría que estar con ustedes esta mañana, después de haber volado de
Madrid a Bogotá: hubiera sido mejor una intervención telemática… Espero que, al
menos, las incómodas ideas que les he expuesto les causen a ustedes la misma
incomodidad que yo siento. El nudo de contradicciones es inextricable. Un botón
de muestra: la intervención inaugural del alcalde Gustavo Petro en el Encuentro
de las Américas Frente al Cambio Climático, el 21 de septiembre de 2015, a la
que acabo de referirme, fue muy buena. Con apenas algún matiz, la crítica que
realizó el alcalde a la desregulación de los mercados, la privatización del
agua o la dominación financiera sobre las dinámicas políticas la podría
suscribir cualquier persona ecosocialista o ecofeminista. “Sin romper la
idolatría del mercado no es posible construir las vías que nos lleven a salvar
la vida en el planeta”, decía Gustavo Petro (a su denuncia de la mercadolatría
yo añadiría la de la tecnolatría –un asunto enorme que ahora no puedo abordar).
Pero a esa intervención crítica, elocuente, rigurosa y bien trabada del Alcalde
Mayor de la ciudad de Santafé de Bogotá le siguió, sin solución de continuidad,
un vídeo promocional –elaborado por su propio ayuntamiento- que exaltaba una
“Bogotá turística, gastronómica y centro de negocios”… lo cual contradecía, de
modo bastante frontal, sus propios planteamientos. (Por no mencionar más que
uno de los asuntos, la industria del turismo internacional –uno de los sectores
económicos que está creciendo más deprisa- es del todo incompatible con una
economía sustentable.)
Así de prieto es el anudamiento brutal de nuestras contradicciones.
Así de prieto es el anudamiento brutal de nuestras contradicciones.
Casi
todo el mundo asume que para abordar la enorme cuestión del cambio climático
hay que hablar de hábitos de consumo y lifestyles… Casi nadie
asume que hacen falta transformaciones socioeconómicas revolucionarias
–comenzando por la socialización de la banca y las empresas energéticas. Es
pura fantasía pensar que puede haber un capitalismo verde.
[1] Según la Administración
Nacional para el Océano y la Atmósfera de EEUU, que hizo público este dato el 17
de septiembre de 2015.
[2] “En 2014, como destaca el
informe anual de BP, la producción [de energía] ha aumentado solo el 0,9%, un
hecho insólito fuera de períodos sin crisis económica grave. (…) Este aumento del
0,9% está por debajo del de la población mundial, lo que
se traduce en una menor disponibilidad energética per cápita, un probable
cambio de tendencia secular…” Juan Carlos Barba, “Hemos chocado con el iceberg
y aún no nos hemos enterado”, blog “El gráfico de la semana” en El
Confidencial, 19 de junio de 2015;
[3] “El frailejón, al tener vellosidades en sus
hojas, logra tomar como una esponja el líquido vital que viene con el viento y
desde el cielo. Este a su vez logra concentrarse en sus raíces y es de esta
captación que se alimentan los embalses. Dice [Jorge] Jácome [investigador de
la Universidad Pontificia Javeriana] que el 80 por ciento de los municipios del
país se provee de fuentes hídricas que nacen en los páramos, donde el frailejón
es la especie estrella en esta captura hídrica…” Laura Betancur Alarcón, “La
misteriosa enfermedad que ataca a los frailejones”, El Tiempo,19 de
septiembre de 2015.
[4] Ivan Illich, Energía y
equidad, Barral, Barcelona 1974, p. 13 y 19.
[5] Hansen J, Kharecha P, Sato M, Masson-Delmotte V,
Ackerman F, et al. (2013) “Assessing Dangerous Climate Change: Required
Reduction of Carbon Emissions to Protect Young People, Future Generations and
Nature”. PLoS ONE 8(12): e81648. doi: 10.1371/ journal.pone.0081648
Sobre el borrador de este artículo Ferrán P. Vilar había llamado
la atención hace dos años, en mayo de 2011:
El paper completo
está aquí:
El abstract dice lo
siguiente: “We assess climate impacts of global warming using ongoing
observations and paleoclimate data. We use Earth’s measured energy imbalance,
paleoclimate data, and simple representations of the global carbon cycle and
temperature to define emission reductions needed to stabilize climate and avoid
potentially disastrous impacts on today’s young people, future generations, and
nature. A cumulative industrial-era limit of ~500 GtC fossil fuel emissions and
100 GtC storage in the biosphere and soil would keep climate close to the
Holocene range to which humanity and other species are adapted. Cumulative
emissions of ~1000 GtC, sometimes associated with 2°C global warming, would
spur “slow” feedbacks and eventual warming of 3–4°C with disastrous consequences.
Rapid emissions reduction is required to restore Earth’s energy balance and
avoid ocean heat uptake that would practically guarantee irreversible effects.
Continuation of high fossil fuel emissions, given current knowledge of the
consequences, would be an act of extraordinary witting intergenerational
injustice. Responsible policymaking requires a rising price on carbon emissions
that would preclude emissions from most remaining coal and unconventional
fossil fuels and phase down emissions from conventional fossil fuels.”
[6] Kevin Anderson y Alice Bows, “Beyond ‘dangerous’
climate change: emission scenarios for a new world”, Philosophical Transactions of
the Royal Society vol. 369 num. 1934, 13 de enero de 2011;
puede consultarse en
El abstract de
este importante artículo reza así: “The Copenhagen Accord reiterates the
international community’s commitment to ‘hold the increase in global
temperature below 2 degrees Celsius’. Yet its preferred focus on global
emission peak dates and longer-term reduction targets, without recourse to
cumulative emission budgets, belies seriously the scale and scope of mitigation
necessary to meet such a commitment. Moreover, the pivotal importance of
emissions from non-Annex 1 nations in shaping available space for Annex 1
emission pathways received, and continues to receive, little attention.
Building on previous studies, this paper uses a cumulative emissions framing,
broken down to Annex 1 and non-Annex 1 nations, to understand the implications
of rapid emission growth in nations such as China and India, for mitigation
rates elsewhere. The analysis suggests that despite high-level statements to
the contrary, there is now little to no chance of maintaining the global mean
surface temperature at or below 2°C. Moreover, the
impacts associated with 2°C have been revised upwards,
sufficiently so that 2°C now more appropriately represents
the threshold between ‘dangerous’ and ‘extremely dangerous’ climate change.
Ultimately, the science of climate change allied with the emission scenarios
for Annex 1 and non-Annex 1 nations suggests a radically different framing of
the mitigation and adaptation challenge from that accompanying many other
analyses, particularly those directly informing policy.”
Kevin Anderson ha actualizado sus cálculos
en 2013: véase la entrada de su blog “Avoiding dangerous climate change demands
de-growth strategies from wealthier nations”, 25 de noviembre de 2013, que cabe
consultar en
[7] Jorge Riechmann, El siglo de
la Gran Prueba, Baile del Sol, Tegueste (Tenerife) 2013.
[8] Así, la gradualidad
y el control racional están en entredicho. Una consecuencia de ello
sería que no tiene sentido seguir hablando sobre desarrollo sostenible en el
segundo decenio del siglo XXI; el tiempo para ello ya pasó. Probablemente había
pasado ya en 1992, en el año de la “cumbre de Río”. ¿Por qué deberíamos verlo
así? Porque la
noción de desarrollo sostenible remite a un proceso gradual, y controlado
racionalmente, de transición a la sustentabilidad, que presupone
condiciones socioecológicas y político-culturales que no se dan ya hoy. Por una
parte, la extralimitación de las sociedades industriales con respecto la base
de recursos naturales y servicios ambientales de la biosfera ha avanzado
demasiado; por otra parte, la consolidación del neoliberalismo ha socavado las
posibilidades de cualquier transición ordenada (que exigiría procesos de
regulación global hoy fuera de nuestro alcance). En suma,necesitaríamos una biosfera más grande
y rica, y un capitalismo más pequeño y controlable, para que un programa de desarrollo
sostenible tuviera plausibilidad. Hacia 1972, cuando se publica el
primero de los informes al Club de Roma, era un programa viable; en el segundo
decenio del siglo XXI no lo es.
[9] Citado en Naomi Klein,
“Por qué necesitamos una eco-revolución”, sin permiso, 17 de
noviembre de 2013. Puede consultarse en
[10] El texto completo del
manifiesto puede consultarse en la web de sin permiso, donde se
publicó el 30 de agosto de 2015
Un comentario, que ilustra sobre las contradicciones que la crisis
climática genera en los gobiernos llamados “progresistas” de América Latina, lo
propone Eduardo Gudynas: “Moratoria petrolera y cambio climático: las
alternativas otra vez bajo ataque”, América Latina en movimiento, 9
de septiembre de 2015;
[11] En la Atenas clásica,
había unos 300.000 esclavos trabajando para 34.000 ciudadanos libres: casi diez
para cada uno. En la Roma imperial, 130 millones de esclavos les facilitaban la
vida a 20 millones de ciudadanos romanos. Pues bien: en los años noventa del
siglo XX, el
habitante promedio de la Tierra tenía a su disposición 20 “esclavos
energéticos” que no cesaban un instante de trabajar (es decir:
ese habitante promedio empleaba la energía equivalente a 20 seres humanos que
trabajasen 24 horas al día, 365 días al año). Y en 2011 eran 25 esclavos
energéticos en promedio (45 en España, 60 en Alemania, 120 en EEUU) (Antonio
Turiel: “El cenit del petróleo y la crisis económica”, ponencia en las Jornadas
de Ecología Política y Social, Sevilla (Casa de la Provincia), 12 y 13 de
diciembre de 2013).
Así, el control sobre los combustibles fósiles ha desempeñado un papel central
no sólo en la liberación respecto del trabajo físico penoso, sino también en la
ampliación de las diferencias de poder y riqueza que caracteriza a la historia
moderna. Pues ese promedio de veinte esclavos energéticos per capita no
puede ser más engañoso: el norteamericano medio, en los años noventa del siglo
XX, usaba entre cincuenta
y cien veces más energía que el bangladeshí medio; se servía
de 75 “esclavos energéticos”, mientras que el de Bangladesh tenía a su
disposición menos de uno (para estos cálculos sobre esclavos energéticos, véase
Luis Márquez Delgado, “Integración de la agricultura en el medio ambiente”, en
AA.VV.: Agricultura
y medio ambiente. Actas del III Foro sobre Desarrollo y Medio
Ambiente, Fundación Monteleón, León 2001, p. 256; y también John McNeill, Something
New Under the Sun, Penguin, Londres 2000, p. 15-16).
Tenemos de esta forma una enorme diferencia en el uso de energía
exosomática, de cien a uno –que podríamos poner en paralelo con diferencias
semejantes en el poder adquisitivo de unos y otros–. Nunca antes, en la
historia de nuestro planeta, existió un nivel de desigualdad semejante en lo
que a uso de la energía se refiere. A comienzos del siglo XXI ¡sólo la ciudad
de Nueva York consume tanta electricidad como toda el África subsahariana!
(excluida Sudáfrica)!
[12] Lo cita José Jiménez
Lozano en su introducción a Simone Weil, Reflexiones sobre las causas de la
libertad y la opresión social, Paidos, Barcelona 1995, p. 20.
[13] Jennie Moore y William E.
Rees: “Un solo planeta para seguir viviendo”, en Worldwatch Institute: La
situación del mundo 2013. ¿Es aún posible lograr la sostenibilidad?, Icaria,
Barcelona 2013, p. 81-83.
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