En el cuento de Pedro Antonio de Alarcón La buenaventura, el gitano Heredia es apresado por una cuadrilla de bandoleros, cuyo capitán, Parrón, tiene la fea costumbre de matar a todas sus víctimas, porque así nadie podrá reconocerlo. Intenta salvar su vida leyendo la buenaventura al bandido a cambio de su libertad. No voy a resumir aquí la peripecia, sino solo una parte del diálogo entre ambos personajes:
-Parrón, tarde que temprano, ya me quites la vida, ya me la dejes..., ¡morirás ahorcado!
-Eso ya lo sabía yo... -respondió el bandido con entera tranquilidad-. Dime cuándo.
Me puse a cavilar.
Este hombre (pensé) me va a perdonar la vida; mañana llego a Granada y doy el cante; pasado mañana lo cogen... Después empezará la sumaria...
-¿Dices que cuándo? -le respondí en alta voz-. Pues ¡mira! va a ser el mes que entra.
Parrón se estremeció, y yo también, conociendo que el amor propio de adivino me podía salir por la tapa de los sesos.
-Pues mira tú, gitano... -contestó Parrón muy lentamente-. Vas a quedarte en mi poder... ¡Si en todo el mes que entra no me ahorcan, te ahorco yo a ti, tan cierto como ahorcaron a mi padre! Si muero para esa fecha, quedarás libre.
Un futuro sin plazo conocido no es inquietante, pero cuando le ponemos límites la cosa cambia, sobre todo si el plazo es tan corto que incide fuertemente en nuestra cotidianidad o nuestras expectativas.
Cuando además ese tiempo disponible puede ser determinante para encontrar o no remedio al desenlace, podemos hacer tres cosas:
- activar la búsqueda de soluciones, aun sin la certeza de hallarlas
- considerar que ya no las hay, resignados al desastre anunciado
- negar la existencia del problema
¿Cuál es el momento en que se pasa del "todavía sí" al "ya no"?
No hay certeza en la eficacia de las medidas que objetivamente habría que tomar, solo probabilidades de éxito, que además disminuyen con el tiempo. Las razones subjetivas para adoptarlas dependen de la personalidad de cada uno, pero más aún de un "sentido común", colectivo, creado culturalmente, y en mayor medida por quienes han sido los causantes y beneficiarios.
En la actual pandemia hemos visto y seguimos viendo las tres conductas: los que han buscado soluciones (confinamientos, distancia, vacunas...), los que se han resignado a alcanzar pasivamente la "inmunidad de rebaño" y, sin que ya pueda sorprendernos, los negacionistas.
Como sigue ocurriendo con el cambio climático, o con el más o menos ocultado, aunque cada vez más patente, cénit de los recursos: energía, materiales y... espacios. Espacios para todo: para vivir, para producir alimentos, para preservar ecosistemas.
Al éxito de la película No mires arriba, planteada anteriormente a la actual y no resuelta pandemia, ha contribuido esta plaga bíblica. Porque si el cambio climático que seguramente motivó el rodaje se desarrolla ante nuestros ojos, lo hace en cámara lenta; en cambio, el virus está ya aquí e incide fuertemente en nuestra vida cotidiana.
El título de la película envía dos recomendaciones complementarias: despreocúpate de lo que se nos viene encima (o niégalo directamente), y si buscas soluciones prácticas, no eches la culpa a los que están más arriba, compite a tu nivel o presiona hacia abajo.
El diario, ahora digital, Público edita mensualmente un número en papel para suscriptores. En el 16, correspondiente al pasado diciembre, Santiago Alba, escribe sobre "el derecho a no saber":
Durante dos siglos, mientras existía una esfera pública articulada y una resistencia colectiva poderosa, se asumía que el conocimiento era un factor de cambio. De saber a no saber dependía el curso de los acontecimientos, y ello hasta el punto de que un teórico podía movilizar a un pueblo y un periodista derrocar un Gobierno. Hoy sabemos, en cambio, que nada que sepamos puede detener la destrucción. La prueba es la última cumbre climática de Glasgow. El capitalismo, por así decirlo, ha superado también el 'autoconocimiento'; no necesita ocultar nada; puede declarar de forma transparente sus entrañas. Si eso es así, los alertadores han perdido la partida frente a los delatores; y la democracia frente a la tiranía. Esta es la peor noticia; y la que, por dignidad y supervivencia, deberíamos negarnos a aceptar.
En este artículo y en el que reproduzco más abajo este autor se sitúa en ese punto crítico que va del "todavía se puede hacer algo" al "ya nada se puede hacer". La contradicción es evidente, y la asumimos todos los que seguimos hablando y escribiendo sobre esos futuros "inevitables", precisamente con la intención de evitarlos, o amortiguar por lo menos las peores consecuencias.
En el mismo sentido pesimista se expresa Gonzalo Cordero:
Grita, rebélate, mata, protege, quema bosques, comparte hashtags en redes, vete a África a poner vacunas, dispara bombas nucleares. Hagas lo que hagas, te vas a comer el pedo de Sting. Y él no va a parpadear.
Pero insistimos en nuestro mensaje: no perdemos la esperanza de influir en los demás. Y en medio de ese "pesimismo de la inteligencia" se cuela siempre cierto "optimismo de la voluntad".
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'No mires arriba': el placer del reconocionismo
Lo mejor y lo peor que puede decirse de la polémica y aclamada película de Adam McKay, No mires arriba, es que es brillante y entretenida. Es lo mejor porque, en efecto, pasas un buen rato gracias al ingenio de unos guionistas que vuelcan en ella todas las verdades que habitualmente se nos ocultan y todas las denuncias a las que en otros formatos nadie hace ningún caso: el populismo electoralista de los gobernantes, la colusión entre el poder político y el económico, las fantasías de los gurús tecnológicos, el negacionismo interesado de los plebeyos, la frivolidad cómplice de los medios de comunicación. Es lo mejor, pero también lo peor, porque el único efecto que introduce en el mundo es el de confirmar las fronteras impermeables entre la enunciación y la acción. La verdad, por así decirlo, nos divierte tanto como el magufismo, el adefesio y la estupidez.
He hablado de "las verdades que nos ocultan". No es una frase acertada, porque lo cierto es que ya nadie nos oculta nada. Al igual que "The Daily Rip", la famosa emisión televisiva de la película, con sus carismáticos e inescrupulosos presentadores, todos los días, desde hace años, nuestros medios de comunicación, entre la noticia de un divorcio y la de un fichaje futbolístico, nos cuentan la verdad acerca del mundo. Hace años que nada permanece en la oscuridad. Si hubo un período clásico del capitalismo en el que el "sistema" se reproducía sobre la ignorancia inducida de la gente, hoy se reproduce de manera transparente, sin recodos ni secretos, a partir del conocimiento aireado, exhibido y hasta orgulloso de sus bajezas y sus peligros. Es lo que, frente al negacionismo, yo llamaría "reconocionismo", un fenómeno del que No mires arriba es la culminación cinematográfica y, si se quiere, el cierre categorial. Hace setenta años no se hubiera podido hacer esta película o se hubiera perseguido a sus autores, como el FBI y la CIA persiguen al doctor Mindy y a la doctora Dibiasky. Hoy la película reconoce sin ambages lo que nos está ocurriendo y todos, aún más, nos reconocemos en lo que relata sin que se ondule siquiera la superficie del mundo exterior amenazado. Ya lo dijo hace veinte años el siempre sabio Berlusconi, tras la muerte de Nicola Calipari: "la verdad no cambia nada". Conformémonos con que sea "entretenida".
El reconocionismo, en definitiva, es la otra cara del negacionismo en un mundo en el que la ignorancia ha sido sustituida por una impotencia a veces cínica y a veces llorona. Ya no hace falta el engaño ni la manipulación; lo sabemos todo, pero no podemos hacer nada. Es como esos insectos provistos de aguijón que inyectan anestesia a las víctimas de las que se alimentarán sus larvas; mientras son devoradas, estas despensas vivas conservan la vista y la sensibilidad; asisten lúcidas, pero sin poder moverse, a su propia destrucción. Eso es lo que cuenta la película y eso es lo que hace la película. Nos cuenta por qué no podemos movernos, pero sin introducir en nuestras vidas movimiento alguno. Escenifica, mientras contemplamos sedentes la pantalla, el expediente irreversible de nuestra inmovilidad. En definitiva: en términos políticos y antropológicos --en términos, si se quiere, de placer-- entre la película No mires arriba y el programa "The Daily Rip" en ella satirizado no hay ninguna diferencia. Es solo su prolongación.
"Reconocionismo" es, pues, esta permanente enunciación parapolítica de los peligros que se ciernen sobre el planeta. Todos reconocemos, por ejemplo, la catástrofe del cambio climático o la intimidad orgánica entre la pandemia y la explotación capitalista de la naturaleza. Las reconocemos y nos convertimos en sus heraldos supersticiosos. Se trata de un reconocimiento un poco vicioso, pues se formula en paralelo a los peligros así nombrados y cuyo nombre mismo, en la medida en que nos produce placer, parece ponernos a salvo. Los negacionistas se rebelan contra la verdad; son al menos rebeldes. Los reconocionistas proclamamos y aceptamos las dos verdades: la de la destrucción de la especie y la de nuestra impotencia para evitarla. Al proclamarla, porque la proclamamos, nos hacemos la ilusión de estar fuera de peligro. El reconocionismo, como el negacionismo, nos tranquiliza.
El reconocionismo, forma superior de la reproducción capitalista, tiene estos efectos recreativos. Si los pasajeros de tercera del Titanic hubiesen conocido ya la historia del Titanic -arquetipo catastrófico- se habrían sentido aterrorizados al oír música de danza en la cubierta superior: "bailan, luego nos hundimos". Pero también, junto al terror y contra él, podrían haber sentido el impulso de unirse en espíritu a la primera clase: "nos hundimos, luego bailemos". En otra época de crisis global, el poeta Bertolt Brecht escribió: "cuando la rama está a punto de quebrarse, todo el mundo se pone a inventar sierras". No todo el mundo. También podría decirse: cuando la rama está a punto de quebrarse, todos se ponen a inventar pasos de baile. O también: cuando la rama está a punto de quebrarse todos se ponen a contar en voz alta los crujidos. Cada uno escoge su ansiolítico.
No mires arriba lo resume todo y después se autodestruye limpiamente. Como producto es bueno; como lección impecable; como intervención nula. Salvo porque nos recuerda las razones por las que merecería la pena conservar la humanidad ya condenada: la dignidad, el amor y la risa. Ninguna de los tres desviará el meteorito, entre otras razones porque ya cayó. Somos casi 8000 millones de supervivientes y con la dignidad, el amor y la risa tendremos que hacer algo más que películas como No mires arriba. O artículos como éste.
"No se trata de hacer una enmienda a la totalidad de esas películas que triunfan en el mercado y que se presentan como críticas contra el capitalismo. Sin duda, son mejores que la media y aportan elementos valiosos de reflexión. Pero es importante que seamos capaces de observar las grietas en su discurso revolucionario que no lo es tanto, que nos fijemos en las trampas para hacernos creer que son más subversivas de lo que son, que no perdamos de vista los agujeros por los que cuelan patrones mentales reaccionarios o desmovilizadores sin que nos demos cuenta, y que no olvidemos que una película siempre termina siendo inocua para el sistema."
ResponderEliminarhttps://canarias-semanal.org/art/31961/condiciones-para-que-una-pelicula-critica-con-el-capitalismo-sea-exitosa-e-inocua
Gracias por el oportuno artículo de Pascual Serrano.
ResponderEliminarLa película nos coloca en un callejón sin salida. Nosotros tendremos que encargarnos de crearla.
Creo que su tono paródico es sobre todo un punto de apoyo para pensar. No es ni puede ser impermeable al sentido común generalizado, a un inconsciente colectivo que comparte básicamente, y precisamente por eso el espectador que también lo comparte puede estar más dispuesto a aceptarla. Darle el camino hecho no siempre hará que lo tome.
Ya es algo desvelar, siquiera sea parcialmente las terribles contradicciones y la opresión del sistema. El espectador tendrá que aprender a ver la nuda realidad quitando él mismo los velos. Lo que no todos harán, desde luego.
La enseñanza es un concepto pasivo, el aprendizaje en cambio requiere interés y actividad. El sujeto de ambos verbos no es el mismo.
Por otra parte, ¿sería posible producir películas así denunciando el entramado que la financia? ¿Acusar con nombres y apellidos a los personajes, empresas, gobiernos, al gran capital en suma? Y si lo fuera, ¿la haría más eficaz?