Los trileros esconden hábilmente la bolita para que los ingenuos no vean donde está. La ocultación no es exclusiva de rateros y prestidigitadores: nadie que quiera vender un producto muestra sus defectos. La práctica del camuflaje no es invención humana, es muy anterior a nuestra existencia y se extiende por todo el reino animal.
Pero sí parece propio de nuestra especie que el mismo que sufre el engaño prefiera ser seducido a afrontar una realidad que le resulta incómoda. Ocultar situaciones problemáticas aplaza el desagradable momento de encararlas, y cuando la salida no está clara hay zonas de sombra compartidas tanto por el causante como por quien lo sufre. Procrastinare humanum est.
Estamos inmersos en una batería de crisis. Tienen todas una causa común, pero distintas manifestaciones. La crisis climática es la más evidente, pero la energética no le va a la zaga. Dejando a un lado a los negacionistas recalcitrantes, casi nadie discute ya que la primera es causada por las emisiones de CO2. Se impone limitarlas. Para eso hay que sustituir los combustibles fósiles por energías renovables, descarbonizando la economía, pero se quiera o no la economía se descarbonizará por falta de carbono.
Por estas razones climáticas y energéticas se buscan energías alternativas, renovables, sin que esté muy claro que puedan sustituir en cantidad y calidad a las fósiles. Por lo menos de momento. Aunque se pone la esperanza en avances tecnológicos futuros que resolverán el problema.
La Tecnología, así en abstracto, sin concretar muy bien cómo lo hará, pero con una fe tranquilizadora en que los males de hoy serán resueltos mañana, promete suplir a la misma escala (en realidad corregida y aumentada, porque el crecimiento continuo es un dogma económico) la ausencia de petróleo, gas, uranio...
Se diría que la problemática bolita se esconde bajo diferentes cubiletes, que son otros tantos problemas a resolver: calentamiento global, contaminación de tierras, mares y atmósfera, agotamiento de recursos hídricos, energéticos, alimenticios, superpoblación, pérdida de biodiversidad...
La cuestión se desplaza de un lugar a otro, y se oculta donde cuesta un poco más destaparla. La tapadera que mejor esconde el asunto es la economía.
Mientras las cuentas climáticas ya están bastante claras, las energéticas no son tan evidentes, pero además se considera, siguiendo las fantasías de muchos economistas, que todo se resolvería con suficiente inversión. El dinero lo soluciona todo.
La inversión es siempre una esperanza lanzada al futuro, un aplazamiento continuo de los conflictos, con la fe religiosa de que cuando un problema sea de verdad acuciante se le encontrará solución. Los mercados instantáneos la desplazan continuamente de un lugar a otro, con el único motor de la rentabilidad inmediata.
Tirando de la manta descubriremos que en lugar de los balances económicos que tantas veces camuflan las cuentas reales, son los balances energéticos los que están tapados por esos cubiletes de la economía convencional.
No sale a cuenta un negocio si los gastos superan a los ingresos. Si lo parece será que hay gastos ocultos que se cargan en la cuenta de otro. Así se mueve el dinero. Para vestir a un santo desnudamos a otro. Este truco contable funciona durante un tiempo, pero acaba llevando a la bancarrota.
Desplacemos el tema hacia donde subyace la causa, que será siempre la energía, la procedente de la naturaleza y el trabajo humano, que también es energía de la naturaleza, y tratemos de hacer balance energético riguroso, ese que no quieren ver ni los versados manipuladores ni los alegres manipulados.
Para ahorrar emisiones de CO2 y combatir el cambio climático se instalan molinos eólicos. No son eternos, ellos mismos habrán de ser renovados. Su fabricación requiere acero y hormigón, grandes sumideros de energía, Su instalación, transportes especiales, acondicionar vías de acceso, eliminar actividades incompatibles, y otros problemas. Otro tanto se puede decir de los huertos solares, y en todos estos casos y otros muchos hay detrás minería y metalurgia de materiales cada vez más escasos y difíciles de extraer.
La clave de la puesta a punto de cualquier dispositivo suministrador de energía es: ¿Se produce una cantidad mayor de energía que la que se emplea? ¿Es la Tasa de Retorno Energético superior a la unidad?
Buena parte de los equívocos en la medida de esta tasa se deben al cálculo en términos monetarios y no energéticos de los costes de puesta a punto del dispositivo. El volátil dinero es la madre de los equívocos, por otra parte muy convenientes según para quién.
Para entender mejor los balances energéticos y sus límites infranqueables, recomiendo encarecidamente la lectura del magnífico libro de V. M. Brodianski Móvil Perpetuo antes y ahora, que se puede descargar en el enlace que facilito y ayudará a conocer los límites que impone la termodinámica.
Una supuesta panacea contra la contaminación atmosférica es el coche eléctrico. En este caso el balance que se establece no es energético, sino contaminante. El coche eléctrico no emite gases de efecto invernadero, pero los produce su fabricación y mantenimiento. ¿Resulta menos contaminante que el de combustión? Nunca falta quien lo ponga en duda, aunque algunos detractores sean sospechosos de velar sobre todo por sus intereses inmediatos.
Dejo esta pregunta en el aire: a la postre, ¿contaminó más Cuba al verse obligada a mantener los viejísimos automóviles anteriores a la Revolución que si los hubiese sustituido por otros más modernos?
El coste de fabricar un coche eléctrico, con las consiguientes baterías, es más contaminante.
La estafa podría ser enorme. No es la primera vez que un ingeniero sale a la palestra a opinar sobre cómo evolucionará el coche eléctrico.
Que Toyota sea receloso con estos modelos y siga apostando más por otras alternativas debería hacer que muchas de las marcas se lo pensaran dos veces antes de electrificar todas sus plantas, pero lo cierto es que los fabricantes se han envuelto en un proceso difícil de frenar empujados por las administraciones y ahora empiezan a verse los primeros flecos sueltos de este “plan de electrificación”.
Las limitadas reservas de litio anuncian el fracaso del coche eléctrico |
Un ingeniero se ha hecho viral en las redes sociales por decir lo que piensa sobre cómo nos están forzando a aceptar el coche eléctrico como el futuro.
El resumen es que fabricar un coche de estas características genera muchas más emisiones que un vehículo de los años 80.
Para clarificar esto, el ingeniero pone como ejemplo cómo un Mercedes-Benz 300 de 1982, esos que se ven, como dice el entrevistado, en Marruecos, tras unas pruebas realizadas demostró que con 8 millones de kilómetros emitía menos CO2 a la atmósfera que lo que cuesta realizar un coche eléctrico nuevo.
Lo mismo pasó con un Renault Clio de 1992. Tras varias pruebas, el ingeniero relata que solo emitía tras varios kilómetros 102 gramos por kilómetro mientras que algunos modelos nuevos directamente dan 140 g/km. Con estos niveles, queda claro que poner la cruz a los coches de combustión no es precisamente la solución.
Para este ingeniero, el futuro es el mismo que marcó en su momento Toyota: el hidrógeno. Aún quedan algunos problemas técnicos que solucionar en este sentido porque no son precisamente eficientes estos modelos, pero no queda mucho para que lo sean, según su criterio.
Al mismo tiempo, este ingeniero detalla que el combustible sintético será otro posible futuro para los vehículos, pero desde luego el eléctrico no lo es, según su criterio.
"Esto va a ser un juego de señoritos" |
Lo cierto es que no es la primera vez que un ingeniero se lanza a opinar sobre el inestable futuro de los coches eléctricos. Los coches eléctricos…¿son el futuro? No es solo que Toyota haya dejado claro que no se lo cree del todo, sino que las propias evidencias indican que este tipo de vehículos acabará cayendo en el mercado por su propio peso (que no es poco).
Ha sido Pedro Prieto, un ingeniero técnico español, quien ha desmontado todos los problemas que presentan este tipo de vehículos. La autonomía “real”, el peso, las cargas rápidas, las electrolineras e incluso el coste de estos coches son algunas de las claves para entender por qué hay que desconfiar, según el criterio de Prieto, de estos automóviles.
Para mantener bien la batería |
Las grandes marcas, a excepción de Toyota, han emprendido una reconversión salvaje de sus factorías hacia el coche eléctrico, pero, ¿merece la pena realmente?
Pedro Prieto no lo tiene nada claro. Empecemos por la autonomía. No es ningún secreto que los coches eléctricos no son precisamente fiables a la hora de determinar cuántos kilómetros podremos hacer con la batería completamente cargada.
Imaginen un viaje Madrid-Valencia con un coche que presuma de hacer más de 400 kilómetros de autonomía. Son unos 300 kilómetros, por lo que no debería haber ningún problema. Hay margen.
Pues bien, Prieto asegura que en cuanto le añadas el peso de la familia, pongas el aire acondicionado y circules a una velocidad constante de en torno a los 120 kilómetros por hora, esa autonomía se reducirá a menos de la mitad (por no hablar de que no encontrarás una electrolinera de forma frecuente).
Algo que hemos demostrado más de una vez en CHASIS CERO, pero esto es lo más conocido. Prieto apunta a más cosas que auguran el fin del coche eléctrico.
Toyota mira con recelo el coche eléctrico |
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