De paso, homenajeemos al sabio persa.
Pedro L. Angosto. Rebelión
Hace más de siete siglos Omar Kayan escribía un maravilloso poema con ese
título, poema que muchos conocimos a través de la voz desgarrada y única de
Camarón de la Isla. El astrónomo, matemático y poeta persa no se refería a una
parte u otra del planeta sino todo él en general, a todos nosotros. Después de
la salida del negro túnel que en muchos aspectos supuso la Edad Media para el
llamado “viejo continente”, la Europa cristiana –gracias, en buena medida, al
legado Andalusí- se dio cuenta de lo que otras civilizaciones mucho más antiguas
conocían y ella había ignorado soberbiamente: Detrás de las Azores no había
ningún precipicio con dragones y fuegos incandescentes, sino un continente al
que pusieron América y conocieron por el Nuevo Mundo.
A pesar del avance,
el eurocentrismo, continuó en el error pues para aztecas, quechuas, mayas e
incas aquella tierra de nueva tenía poco. Al llamado viejo mundo, a la vieja
Europa, le salió un hijo impulsivo y emprendedor, un hijo que con el tiempo se
hizo mayor sin haber crecido, un hijo que llegó a mandar sobre sus padres
orgulloso de “las oportunidades que daba a todos aquellos que querían tomarlas”.
Sin embargo, el error continuó, continúa. El Viejo Mundo y el Nuevo son
denominaciones equivocadas, engañosas, mal intencionadas: El Viejo Mundo es
Asia, es África, China, India, Irán, Irak,Túnez, Libia, Palestina, Egipto, esa
es la geografía de las primeras civilizaciones: Mientras el europeo de hace seis
mil años andaba a pedradas, egipcios, mesopotámicos, chinos e hindúes escribían
tratados de astronomía, construían ciudades fastuosas, tenían alcantarillado y
agua en sus casas.
Ese mundo antiguo es, también, el mundo del petróleo,
porque allí apareció la vida, mucha vida y allí desapareció convirtiéndose en el
precioso combustible fósil del que llevamos viviendo más de sesenta años. En los
desiertos de África y Asia, otrora pletóricos de flora y fauna, se esconden las
últimas bolsas del preciado aceite de piedra, que además de servir para mover
nuestras máquinas, ha contribuido al enriquecimiento de unas cuantas
multinacionales, de unos pocos jeques, para mantener un modelo de crecimiento
económico consumista, destructor y depredador.
Recuerdo las lecciones
magistrales de un magnífico profesor de Geografía en el Instituto, un profesor
de esos que no se olvidan. Allá por el año setenta y tantos nos decía que las
predicciones más optimistas de los especialistas ponían el año 2040 como tope a
la era del petróleo. No debía andar muy errado. Hoy sabemos que el petróleo de
Texas está llegando a su fin, conocemos las dificultades de extracción de las
bolsas que subyacen bajo los hielos de Alaska, la sobreexplotacion de los pozos
rusos y las dificultades que los países árabes tienen para aumentar su
producción. El Tío Sam, acompañado por sus lacayos, emprendió la tarea de
reorganizar el verdadero Viejo Mundo con el único fin de dominar las penúltimas
reservas petrolíferas que quedan en el planeta. Como comprobamos cada día la
operación no ha podido ser más catastrófica desde el punto de vista que se mire:
Miles de muertos inocentes, refortalecimiento del integrismo islámico,
sabotajes, destrucción y, como colofón, subida del petróleo por encima de los
cien dólares. Indudablemente todo un éxito de estrategia. Ahora, ajenos a
cualquier mínima autocrítica, a cualquier tipo de rectificación culpan a China
del asunto porque a ellos también les ha dado por consumir combustible fósil. No
se puede ser más cíinico. Pese a lo que los medios oficiales digan desde hace
meses, años, décadas, no ha habido primavera árabe, en ningún país, ni en Túnez,
ni en Egipto, ni en Libia, mucho menos en Marruecos, el jardinero siempre fiel.
Ni Europa, ni Estados Unidos ni la OTAN han intervenido jamás en país alguno en
defensa de la libertad sino todo todo lo contrario, para establecer gobiernos
sumisos que les permitan seguir llevándose las riquezas indígenas. Todas estas
matanzas han seguido las normas tradicionales del colonialismo, cambiarlo todo
para que nada cambie y poder seguir jugando al negocio sobre montones de
cadáveres. Increíblemente, cuando el integrismo islámico -igual que el católico-
está más en auge, las potencias occidentales decidieron atacar a los países que
desde Nasser se rebelaron contra la explotación Occidental y contra su religión.
Mohamed VI, sin embargo, puede seguir acaparando más del cincuenta por ciento de
la riqueza de su país, para eso es un estupendo amigo y un representante de
Dios. Empero, las cosas pueden ser de otra manera.
Es indudable que la
guerra de Irak tuvo una enorme repercusión sobre los precios del crudo, también
sobre la rabia de los habitantes del verdadero Viejo Mundo, pisoteados y
esquilmados durante décadas de colonialismo explotador e irrespetuoso. Aunque
tampoco debemos olvidar que desde hace años son muchos los científicos y
escritores que vienen advirtiendo de que no se puede seguir con un modelo
económico basado en el crecimiento por el crecimiento, o sea en la depredación;
también han sido muchos quienes han venido alertando sobre la necesidad de
buscar energías alternativas, de invertir en ellas. Son muchas las
investigaciones que en ese camino han quedado relegadas ante el impresionante
negocio del petróleo de los pobres. Ahora parece “que hay señales que avisan
–como decía una vieja canción de Pablo Guerrero- de que la siesta se acaba”,
señales que obligan a quienes nos dirigen a replantearse el modelo económico
actual y las fuentes energéticas que lo mueven, pues de no ser así, pronto
volveremos a tener que echar mano a las velas, de cera y de trapo. Todo ello
después de haber acabado con la vida y el futuro de millones de inocentes de
todo el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario