sábado, 20 de mayo de 2017

¿Miserias sociales o malestares íntimos?

Entre los días 17 y 21 de abril se celebró en Pontevedra la XXXIV Semana de Filosofía que cada año organiza el Aula Castelao. En esta ocasión el tema elegido fue "Filosofía e saúde". Seguimos esperando la publicación en vídeo de las ponencias. Puede influir en el retraso la escasez de medios de que dispone el Aula, especialmente después de la privatización de las cajas de ahorros, porque NovaCaixaGalicia facilitaba fondos de su obra cultural y el uso de su auditorio. La nueva institución, Abanca, no parece tan generosa.

Según la OMS una persona tiene salud cuando disfruta de bienestar en el más amplio sentido, incluyendo tanto el bienestar físico y mental como el bienestar social. No es poco decir. Atendienfo a este triángulo se abordaron en la semana tres problemas que amenazan en las tres vertientes la salud de las poblaciones: la progresiva privatización de la sanidad pública, el enorme negocio farmacéutico y la salud mental en la sociedad actual.

Los tres aspectos se relacionan íntimamente. El negocio de la salud es muy atractivo, porque la clientela está asegurada. Si la atención médica es un campo productor de beneficios, en íntima relación está el medicamento, con tratamientos en los que la relación entre el precio de venta y el coste de producción puede llegar a ser, por increíble que parezca, ¡una cifra de tres o cuatro ceros!

En el tema del trastorno mental, que no siempre es enfermedad, la tendencia a la psiquiatrización trata con fecuencia de ocultar causas sociales, reconvirtiendolas en fallos del individuo, a la vez que procura soluciones farmacológicas que acaban atenuando pero cronificando el mal. Y así se cierra el círculo que engloba los tres aspectos citados.

De este tema trató el psiquiatra Guillermo Rendueles en la conferencia que clausuró la Semana. No disponiendo del texto de la misma, la búsqueda me condujo a este artículo, ya antiguo, en que en el mismo sentido el conferenciante abordaba la relación de los trastornos psíquicos con las realidades sociales en que se presentan.



Conversación con el psiquiatra y escritor Guillermo Rendueles

Archipiélago nº 76, 2007
 (...)

La psiquiatrización del 30% de la población, y el deseo de mejorar las edades del hombre con psicofármacos, constituyen un mercado ideal para la industria que ve en cada niño hiperquinético, o en cada viejo amnésico, a un cliente potencial de unas medicinas como las neoanfetaminas o los antialzheimerianos que cuestan precios astronómicos y tienen dudosos efectos. Por otro lado la ansiedad generalizada hace que los ansiolíticos sean las píldoras mas vendidas en cualquier farmacia urbana española.

El manejo de estas necesidades reales y artificiales por el lobby farmacéutico ha cambiado drásticamente. Antes los laboratorios subvencionaban investigaciones y publicaciones en las revistas psiquiátricas, o privilegiaban líneas teóricas en las cátedras. Ahora pagan la edición y regalan todas las revistas psiquiátricas, y recurren a premios Nóbel de farmacología para redactar su propaganda. No hay ningún psiquiatra cuyo sueldo le permita acudir a un congreso importante sin la invitación de un laboratorio. En España la industria farmacéutica va a encargarse de financiar la formación de los médicos residentes, tras lograr un acuerdo con la Administración en virtud del cual ésta no baja el precio de los medicamentos. Aceptar esa contrapartida supone algo así como poner a la zorra a vigilar el gallinero.

Para hacerse una idea del tipo de negocio que está detrás de los psicofármacos, basta saber que el tratamiento con haloperidol cuesta menos de mil pesetas al mes, mientras que el tratamiento con risperdal, que ha barrido del mercado al haloperidol sin que existan pruebas científicas de que presenta una actividad antipsicótica mayor, cuesta veintiocho mil pesetas al mes y no es el tratamiento más caro. Si se multiplica esa cantidad por el número de “esquizofrénicos” que siguen ese tratamiento de forma continuada, a veces desde los 18 años hasta que se mueren, estamos ante una de las primeras fuentes de negocios a escala mundial.

Los laboratorios manejan además las falsas necesidades de los consumidores, como sucede en el resto del mercado, y sacan fármacos con indicaciones orientadas a esas pseudoenfermedades. Por ejemplo, el prozac va a ser substituido por un psicofármaco indicado para la depresión con dolores físicos, debido a la epidemia de fibromialgia. El nuevo fármaco, dos veces más caro que el prozac, está recomendando por los laboratorios con esas indicaciones, pese a que su perfil farmacológico lo acerca a un antidepresivo clásico. De hecho son los gerentes económicos de los grandes grupos farmacológicos quienes diseñan esas indicaciones, y la bioquímica maquilla los usos clínicos de un fármaco polivalente del que la propaganda privilegia la indicación que puede ser más vendida. Al risperdal, si la enfermedad en alza fuese el spleen, seguro que le encontrarían pronto un efecto antispleen.

La realidad en psiquiatría es que no hay ningún descubrimiento farmacológico importante en los últimos 20 años. Los nuevos fármacos, si los comparamos con los antiguos, no producen una mejora de la depresión o la esquizofrenia. No son comparables, por ejemplo, con cualquier antivirásico que permite a un enfermo llevar una buena vida padeciendo SIDA. Los psicofármacos postmodernos –tanto los antidepresivos como los antipsicóticos se limitan a mejorar un poco los efectos secundarios, y a fomentar esa mejora como un valor de cambio propagandístico que va dirigido a veces directamente a los usuarios. En ese sentido el psicofármaco es una mercancía ideal: mientras un antidiabético debe demostrar que mejora, lo que se traduce en un dato objetivo cuantificable en el análisis de sangre del paciente, los neurolépticos solo muestran su eficacia porque los médicos rellenan unos cuestionarios en los que el paciente dice algo tan subjetivo como que se encuentra algo mejor. La lógica de la industria de los psicofármacos no se contenta con manipular estas falsas necesidades, sino que progresa hacia una hybris tan extrema que habla ya del “país prozac” para designar a aquel grupo de personas que quieren vivir sus vidas mejoradas por tomar prozac como si se tratase de una prótesis o de un cosmético. Esas pretensiones constituyen un nuevo apartado de pseudoética similar al dopaje en las pruebas deportivas. ¿Es licito para un opositor a cátedras tomar un fármaco que, diseñado contra el alzheimer, mejora la memoria de los sanos? ¿Cuándo se debe cancelar un duelo tomando prozac?

Frente a esta mercantilización, el precio de las materias primas del psicofármaco es ínfimo y su tecnología sencilla como demuestran claramente los genéricos. Y si no fuese por los chantajes de desabastecer el mercado si se violan los derechos de patentes los gastos sanitarios disminuirían en progresión geométrica. De hecho, cuando yo estaba en la mili, la armada fabricaba antibióticos y antiinflamatorios. Una monja y un farmacéutico en un hospital gaditano, hacían aspirinas, y les imprimían un ancla para que se viese que eran de fabricación propia. De hecho mejoraban a la Bayer pues las aspirinas estaban hechas a mano. 

(...) 

En la genealogía del nosotros el trayecto clásico que combinaba el ethos entendido como el conjunto de tradiciones que se integraban en una filiación con la autorreflexión que construía el proyecto biográfico, ha explotado, y ese vacío ha dejado paso a la necesidad de orientar en solitario las identidades sucesivas a partir del deseo y de la búsqueda de la autenticidad. Sé fiel a tu deseo, defiéndelo de lo inauténtico (en este caso los inauténtico son las convenciones sociales) es un discurso que condena a mis prójimos a ser simples constructos de mis sentimientos: el otro se convierte en un fantasma actualizado únicamente por mi amor proyectivo hacía él. El nosotros postmoderno es solo la suma de mis objetos de deseo: un mundo que cancelo cuando les retiro mi afecto.

(...)

La búsqueda del amo y el miedo a la libertad son temas clásicos del análisis de la familia autoritaria, como pusieron de relieve los frankfurtianos. A mi juicio estos temas se actualizan en las asociaciones de enfermos mentales que empiezan a tener influencia y a ser tentadas por el dinero de la industria farmacéutica. Algunas asociaciones de familiares de enfermos exigen cada vez más una función de tutela autoritaria de los enfermos psicóticos. Exigen unidades de psiquiatría cerradas, tratamientos neurolépticos obligatorios por ley, y aspiran a transformarse en una especie de cuidadores delegados. Consideran al psiquiatra como una especie de director de conducta que tiene la obligación de proporcionarles las recetas para tratar a su hijo o a su marido en la vida cotidiana. Esta petición de control privilegia un neoconductismo interpersonal, y convierte la casa en una especie de institución total presidida por la disciplina y la tutela familiar respaldada por el psiquiatra. ¡Si no obedeces llamo al psiquiatra y te aumenta la medicación o te ingresa! Así se podría formular una amenaza corriente en nuestros días contra los enfermos mentales. Yo a veces tengo problemas cuando me piden esa guía conductista que transforma la vida familiar en un espacio técnico dirigido por estrategias aprendidas. Se ha pasado de la familia esquizofrenógena, de la que hablaba la antipsiquiatría, a calificar de patológica a la familia sobreimplicada en los cuidados del paciente.
(...)

Antes el trabajo daba significado a la vida de varias formas. Articulaba las edades del hombre en el transcurrir del tiempo: aprendiz, trabajador, jubilado. Era un medio de ganar dinero, pero también había la perspectiva de llegar a algún tipo de maestría que era respetada en el barrio, al tiempo que el imaginario de clase creaba utopías lejanas (cuando llegue nuestro día) y resistencias cotidianas o espacios de poder obrero invisibles al patrón. Además existía una continuidad entre vida y trabajo. Los obreros vivían en los mismos barrios, las familias se conocían, y las redes solidarias protegían a los compañeros y excluían a los esquiroles y trepas que a veces no podían ni acudir al lavadero o a la taberna. De ahí que el taller y el comedor fabril fuesen una continuación de la casa, y un verdadero consultorio sentimental (bastante machista por cierto). Ahora el trabajo teóricamente es un espacio higienizado donde toda esa cultura de resistencia ha desaparecido. No hay categorías colectivas desde las que contarse el trabajo, y cuando surge sufrimiento por las relaciones de explotación, ese dolor se personaliza, y eso es muy destructivo porque en lugar de buscar al grupo o las tradiciones para soportarlo –tradiciones que en el antiguo sistema incluían la automutilación para dejar el trabajo una temporada– se interpreta la situación en clave de autorreferencias persecutorias. Se substituye la figura del explotador por la del perseguidor y la lógica de la paranoia substituye al análisis del conflicto de clases. Se está produciendo así una patologización masiva de la condición de trabajador y las bajas médicas por acoso son un reducto de tolerancias a la baja laboral contra la persecución del absentismo laboral que preside los nuevos convenios colectivos… 

(...)

La mayoría de los chavales creo que perdieron a la vez las nociones que articulaban el trabajo como vocación, como aporte de afectos solidarios, y como resistencia a la explotación. Han pasado a aceptar el empleo como puro ganapán, y entonces les da un poco lo mismo aceptar cualquier condición laboral porque ya van al tajo derrotados y dispuestos a recibir los azotes. Ninguna sevicia les indigna, y responden ante todo autocompadeciéndose como ocurre en la zarzuela en la que se canta Pobres chicas las que tienen que servir. Y cuando ya no aguantan más van al psiquiatra. Pero la novedad en la vivencia del sufrimiento laboral es la personalización de la explotación, porque la queja no es ya que el horario o el ritmo de trabajo sean infernales, y que tienen que asociarse con los otros para limitar la explotación, sino más bien que el jefe tiene un carácter insoportable y que lo trata a él peor que a los demás. La individuación resulta aquí de una miopía aterradora, y la definición del moobing reafirma ese proceso. El dolor del explotado pasa así a metamorfosearse en algo íntimo, y, por tanto, a convertirse en un sufrimiento no colectivizable. La necesidad real de crear un comité de defensa de la dignidad en el trabajo se sustituye por la farsa de un psiquiatra.

Desconsuelo, escultura de Josep Llimona

















Lo que sigue es una descripción de tres de los efectos que en las personas vulnerables pueden ocasionar los males sociales descritos: El narcisismo como respuesta reactiva, la fobia social como huída de los problemas y la depresión, que puede llegar hasta el suicidio, cuando la huída desmboca en la ruptura total del sujeto. La descripción extensa de cada uno puede encontrarse en el enlace.


Ana Isabel Zuazu
Psicóloga de la Clínica de Rehabilitación de
Salud Mental del Servicio Navarro de Salud

Fabricio de Potestad
Jefe de Servicio de Psiquiatría y director del Sector

 I-A de Salud Mental del Servicio Navarro de Salud
 

El narcisismo, la fobia social, la depresión y su consecuencia más grave, el suicidio, constituyen una variedad de problemas psicopatológicos muy comunes, que parecen estrechamente ligados, por lo menos en parte, al devenir socioeconómic de la civilización occidental. Sin pretender huir de los posibles factores neurobiológicos o genéticos involucrados en su génesis, nos hemos centrado especialmente en las formas de reacción clínico-adaptativas, derivadas de acontecimientos vitales desfavorables, no tanto en cuanto a su incidencia puntual, sino a su influencia socio-estructural. Esto es, describimos los tres trastornos adaptativos mencionados como formas existenciales del ser vinculadas a los problemas y características específicas del nuevo siglo.

(...)

Formas de derrumbe existencial

Tres formas de desmoronamiento existencial parecen haber cobrado una relevancia especial en este siglo que nos ha tocado vivir: la necesidad de ser más, el temor de ser y la renuncia a ser.
  • La necesidad de ser más, pretender incrementar a toda consta la identidad personal, ese núcleo diferenciado y original del que nadie participa, sabiendo que el Yo no es más que una leyenda épica, una lucha por hacerlo realidad, o al menos creíble, es una pasión inútil y peligrosa. (...)
  • El temor de ser. No cabe duda de que la vida es difícil y cada vez más exigente. Está, sin duda, llena de injusticias y sinsabores. Ante unas y otras, el ánimo, frecuentemente, se encanija y vacila. (...)
  • La renuncia a ser. El opulento mundo desarrollado vestido de volantes de billetes y adornado con abalorios de monedas, vive inmerso en una danza de flujos financieros y de capitales, en un baile de oro y piedras preciosas, en un frívolo ritual de dinero. Por mor de la riqueza se vive en un permanente conflicto, enfrentados unos contra otros. Todos contra todos. De esta forma, el estrés producido por la feroz competencia ha alcanzado una magnitud de tales proporciones que no es extraño que haga estallar a un número cada vez mayor de personas. Son los mártires del andamiaje capitalista, los que ignoran dónde está Wall Street.(...)

Conclusiones

Se pueden extraer tres conclusiones de lo expuesto anteriormente:
  • El mundo actual es cada vez más intrincado, competitivo y exigente. 
  • A esta dificultad creciente, sólo podrán adaptarse los mejor dotados y más preparados. 
  • Los más vulnerables sucumben víctimas de importantes desajustes adaptativos.
En efecto, la vorágine de cambios tan profundos y sobre todo vertiginosos, han determinado la conformación de un mundo cada vez más complejo, desafiante, competitivo e inflexible.

El mundo en que nos encontramos hoy en vez de estar cada vez más bajo nuestro control, parece fuera de él. El progreso de la ciencia y la tecnología parecían augurar una vida más segura y predecible para la humanidad, sin embargo, hemos podido constatar que tienen a menudo el efecto contrario. La inseguridad y la incertidumbre impregnan el futuro de la condición humana. El ser humano parece un pigmeo zarandeado por las fluctuaciones de la economía mundial, los riesgos ecológicos, los incesantes cambios tecnológicos, el exceso de información que debe procesar y por la pérdida de valores: lo que ayer parecía venerable y digno, de la noche a la mañana, parece pintoresco o incluso ridículo. La humanidad no ha tenido tiempo para adaptarse a las bruscas y potentes trasformaciones que se han producido a su alrededor. Este desajuste exige un titánico esfuerzo adaptativo, que sólo los mejor dotados van a poder realizar. Quizá estemos asistiendo al nacimiento del superhombre de Nietzsche. Mientras, los más desafortunados sucumben en la profundidad de su desgracia y avanzan por el nuevo milenio con la incertidumbre de quien avizora un abismo.
 
Independientemente de la vulnerabilidad individual derivada de anomalías genéticas, de experiencias traumáticas precoces o de daños neurobioquímicos, la explosión de contradicciones lentamente acumuladas y durante demasiado tiempo irresueltas, determinan un viaje al sufrimiento, que termina por desencadenar una situación de crisis existencial de mayor o menor envergadura y duración, en muchos casos tan persistente, que adopta la forma de reacciones del ser frente a un mundo hostil. No se trata pues de excrecencias casuales del psiquismo, y tampoco de fortuitos giros viciosos a lo largo de la línea de la propia biografía: son, por el contrario, parte integrante y significativa del acontecimiento humano en una vida concreta, de una época histórica determinada y de una estructura socioeconómica bien definida. El ser humano, esa cosa tan insignificante y transitoria, tan reiteradamente aplastada por catástrofes y guerras, tan cruelmente puesta a prueba por enfermedades y muertes de seres queridos, se enfrenta ahora a una sociedad virtual que le aleja del corazón de las cosas y le hunde en una indiferencia metafísica que le hace olvidar el latido de la vida. Es la crisis de una concepción del mundo y de la existencia. En nuestra experiencia, tres han sido las posiciones existenciales identificadas como respuesta a esta difícil encrucijada de la historia: la necesidad de ser más, el temor de ser y la renuncia a ser.
 
Únicamente los valores del espíritu nos pueden salvar de la catástrofe que amenaza la condición humana.

1 comentario:

  1. Parece que ya aparecen en Youtube los vídeos de la Semana de Filosofía. Hoy mismo he recibido este correo del Aula:
    Ola Bo día xa se están colgando en youtube na nosa canle: https://www.youtube.com/channel/UC_2d2xrcilNmrKWfCKICRqw

    Un saudo

    ResponderEliminar