Antonio Olivé, en el blog Marx desde cero, ha publicado recientemente una conferencia de Alain Badiou con este título. El texto es largo y requiere para su comprensión siquiera aproximada un análisis pormenorizado, pero para mi propósito serán suficientes algunos párrafos, haciendo algún comentario que aclare mi intención al traerlo aquí.
Ese propósito principal es extraer del concepto, en el sentido más "odontológico" de la palabra, algunas adherencias que lo desvirtúan. Unas proceden de la propia experiencia histórica, con los avatares sufridos por sus valedores, sea por errores propios o por violencias impuestas; otras son simplemente fruto de la propaganda con la que "el dueño del adjetivo" secuestra y resignifica también los sustantivos.
Algunas consideraciones antes de entrar en materia:
- La idea es una abstracción del sujeto, cuando relaciona su verdad, que organiza desde su mundo y según su experiencia, con los hechos históricos tal y como se le representan. Entiendo que si bien el sujeto es un individuo, las ideas compartidas pueden crear un sujeto colectivo.
- Los hechos históricos son consecuencia de la existencia del Estado, de manera que la Historia es la historia del Estado. .
- El Estado es el sistema de restricciones que limitan la posibilidad de lo posible.
- El acontecimiento es la creación de posibilidades nuevas, que rompen los límites y hacen posible lo que antes no lo era.
- Por consiguiente, el acontecimiento se sustrae a la potencia del Estado. Si éste es la finitud de la posibilidad, el acontecimiento es infinitización.
La idea de comunismo inscribe la representación de la política revolucionaria, que haría posible lo imposible, en la representación de un sentido de la Historia en que el comunismo es un fin necesario.
Después de esta reinterpretación mía más o menos libre, vayamos a lo que dice el autor.
Comienza Badiou explicitando su objetivo:
Mi objetivo es, hoy, el de describir una operación intelectual a la cual daré el nombre de Idea del comunismo –y ello por razones que, eso espero, serán convincentes. Sin duda, el momento más delicado de esta construcción es el más general, aquél en el que se trata de decir lo que es una Idea, no solamente con respecto a las verdades políticas (y en ese caso, la Idea es la del comunismo), sino con respecto a una verdad cualquiera (y en ese caso, la Idea es una reanudación contemporánea de lo que Platón intentaba transmitirnos bajo los nombres de eidos, o de idea, o incluso más precisamente de Idea del Bien). Dejaré implícita una buena parte de esta generalidad (...), para ser tan claro como sea posible en lo que concierne a la Idea del comunismo.
Llamo “Idea” a una totalización abstracta de los tres elementos primitivos, un procedimiento de verdad, una pertenencia histórica y una subjetivación individual. Inmediatamente, se puede dar una definición formal de Idea: una Idea es la subjetivación de una relación entre la singularidad de un procedimiento de verdad y una representación de la Historia.
Un acontecimiento es la creación de nuevas posibilidades. Se sitúa no simplemente al nivel de los posibles objetivos, sino al de las posibilidades de los posibles. Lo que puede decirse así: con respecto a la situación o al mundo, un acontecimiento abre a la posibilidad de lo que, desde el estricto punto de vista de la composición de esa situación o de la legalidad de ese mundo, es propiamente imposible.
Llamo “Estado” o “estado de la situación”, al sistema de restricciones que, precisamente, limitan la posibilidad de los posibles. Se dirá, también, que el Estado es quien prescribe, en una situación dada, lo imposible propio de esa situación, a partir de la prescripción formal de lo que es posible. El Estado es siempre la finitud de la posibilidad, y el acontecimiento es la infinitización.
(...)
Así, resulta claramente que un acontecimiento es algo que llega en tanto que sustraído a la potencia del Estado.
Llamo “procedimiento de verdad”, o “verdad”, a una organización continuada, en una situación (en un mundo), de las consecuencias de un acontecimiento. Seguidamente, se señalará que un azar esencial, el de su origen acontecimiental, copertenece a toda verdad.
Llamo “hechos” a las consecuencias de la existencia del Estado.
De nuevo, el Estado como límitador de las posibilidades:
Tras estas precisiones entra en materia. La idea permite proyectar la verdad sentida por el sujeto como un hecho necesario:La Historia como tal, compuesta de hechos históricos, no se sustrae, de ningún modo, a la potencia del Estado. La Historia no es ni subjetiva ni gloriosa. Más bien, habría que decir que la Historia es la historia del Estado.
Ahora, podemos volver a nuestro propósito relacionado con la Idea comunista. Si una Idea es, para un individuo, la operación subjetiva por la cual una verdad real particular es imaginariamente proyectada en el movimiento simbólico de una Historia, podemos decir que una Idea presenta la verdad como si fuera un hecho. O aún más: que la Idea presenta ciertos hechos como símbolos de lo real de la verdad. Así es como la Idea del comunismo pudo permitir que se inscribiera la política revolucionaria y sus Partidos en la representación de un sentido de la Historia en la que el comunismo era el fin necesario.
(...)
En fin, todo ello explica, y en cierta medida justifica, que se haya podido llegar hasta la exposición de las verdades de la política de emancipación en la forma de su contrario, o sea en la forma de un Estado. Dado que se trata de una relación ideológica (imaginaria) entre un procedimiento de verdad y hechos históricos, ¿por qué dudar en llevar esta relación hasta su término? ¿por qué no decir que se trata de una relación entre acontecimiento y Estado? El Estado y la revolución, tal es el título de uno de los más famosos textos de Lenin. Muy bien, pues en realidad es del Acontecimiento de lo que trata. Sin embargo Lenin, siguiendo a Marx en este punto, tiene muchísimo cuidado de decir que el Estado de después de la Revolución deberá ser el Estado de la desaparición del Estado, el Estado como organizador de la transición al no-Estado. Digamos, pues, lo siguiente: la Idea del comunismo puede proyectar lo real de una política, siempre sustraída a la potencia del Estado, en la figura histórica de “otro Estado”, siempre que la sustracción sea interna a esta operación subjetivante, en el sentido de que “el otro Estado” está también sustraído a la potencia del Estado, por tanto a su propia potencia, en tanto que es un Estado cuya esencia es desaparecer.
Es en este contexto en el que es preciso pensar y aprobar la importancia decisiva de los nombres propios en toda política revolucionaria. Y, en efecto, esta importancia es espectacular y paradójica. Por una parte, en efecto, la política de emancipación es esencialmente la de las masas anónimas, es la victoria de los sin nombre (...), aquellos que son tenidos por el Estado en la más monstruosa insignificancia. Por otra parte, toda política revolucionaria está marcada de principio a fin por nombres propios, que la identifican históricamente, que la representan, mucho más fuertemente que en el caso de las otras políticas. ¿Por qué esta consecución de nombres propios? ¿por qué este glorioso Panteón de los héroes revolucionarios? ¿Por qué Espartaco, Thomas Münzer, Robespierre, Toussaint-Louverture, Blanqui, Marx, Lenin, Rosa Luxemburgo, Mao, Che Guevara, y tantos otros? Porque todos estos nombres simbolizan históricamente, en la forma de un individuo, de una pura singularidad del cuerpo y del pensamiento, la red a la vez rara y preciosa de las secuencias fugitivas de la política como verdad. El formalismo sutil de los cuerpos-de-verdad es aquí legible en tanto que existencia empírica. El individuo cualquiera encuentra a individuos gloriosos y típicos como mediación de su propia individualidad, como prueba de que se puede ganar a la finitud. La acción anónima de millones de militantes, de insurgentes, de combatientes, por sí misma irrepresentable, es reunida y contada por uno en el símbolo fuerte y poderoso del nombre propio. Así, los nombres propios participan de la operación de la Idea, y aquellos que hemos citado son componentes de la Idea del comunismo en sus diferentes etapas. No dudaremos en decirlo: la condena de Kruschev, a propósito de Stalin, del “culto a la personalidad” no era oportuna, y anunciaba, bajo la cobertura de la democracia, la desaparición de la Idea del comunismo a la que asistimos en las décadas siguientes. La crítica política de Stalin y de su visión terrorista del Estado debería haber sido llevada a cabo de manera rigurosa, desde el punto de vista de la política revolucionaria misma, y Mao ya lo esbozó en varios de sus textos (...). Kruschev, al contrario, que defendía de hecho al grupo dirigente del Estado estalinista, no dio un sólo paso en esa dirección, y se contentó, al hablar del Terror ejercido bajo el nombre de Stalin, con una crítica abstracta del papel de los nombres propios en la subjetivación política. Fue, así, él mismo, quien hizo la cama en la que se acostarían unas décadas más tarde los “nuevos filósofos” del humanismo reactivo. De todo ello se desprende una preciosa enseñanza: si bien las retroacciones políticas pueden exigir que un nombre particular sea destituido de su función simbólica, no se puede, sin embargo, eliminar esta función misma. Pues la Idea -y, singularmente porque se refiere a lo infinito popular, la Idea comunista- tiene necesidad de la finitud de sus nombres propios.
En primer lugar, sobre la paradoja muy real e históricamente probada de como la eliminación del Estado burgués viene seguida por la creación, que se pretende transitoria, de otro Estado. Frente a la utopía que prescinde de este tránsito, parece que en un nuevo orden, seguramente mejorado (pero no olvidemos que "un azar esencial, el de su origen acontecimental, copertenece a toda verdad"), ese orden que sustituirá al antiguo, nuevos límites aparecerán. Pero la Idea los trasciende, y debe permanecer como ese horizonte que, así nos lo recuerda Eduardo Galeano, nos sirve para caminar.
En segundo lugar quiero detenerme en lo que dice sobre la importancia de los nombres propios que representan simbólicamente al sujeto colectivo. Porque la paradoja es solo aparente. Es en este sentido en el que la denuncia del culto a la personalidad yerra, porque como dice el conferenciante, hay que separar muy bien la crítica a las políticas autocráticas del papel simbólico del nombre propio que concentra en un individuo concreto la acción colectiva de muchos anónimos. De hecho, no hay un solo colectivo que no alabe a personajes destacados por su labor, aunque sabemos que son ante todo una chispa en el incendio, y que ningún héroe solitario ganó nunca una batalla. Hasta en los cuadros que representan a las Once Mil Vírgenes hay alguna en primer plano.
Únicamente el capital no tiene cara, y por eso se permite no dar un relieve excesivo a sus representantes. Así se disfraza de democrático, porque en efecto sus peones, o sus alfiles, se gastan y recambian con facilidad. Pero cuando lo juzga necesario, la democracia burguesa cede el paso a dictadores que efectivamente practican el culto a la personalidad.
Termina la conferencia con una reivindicación de la idea, luego de explicar su transitorio ocaso, al ser identificada con aproximaciones, que no realizaciones, concretas. El descrédito ocasionado por la voladura controlada de los países llamados socialistas asocia a estos regímenes, sobre cuya supuesta intrínseca maldad habría además mucho que discutir, con el comunismo, que no existe sino como aspiración, como proyección.
Si durante décadas se ha identificado al comunismo con empresas criminales, ello es debido tanto a hechos atroces que sin duda han existido (pero muchas veces provocados por enfrentamientos causados por sus enemigos) como a la incesante propaganda, con medios muy poderosos, de los poderosos que ven en esta idea un peligro que amenaza su poder, su Gran Poder.
El balance actual de la Idea del comunismo, como ya dije, es que la posición de la palabra no puede ser la de un adjetivo, como en “Partido comunista”, o “regímenes comunistas”. Tanto la forma-Partido, como la de Estado-socialista, ahora, son inadecuadas para asegurar el sostenimiento real de la Idea. Por lo demás, este problema ha encontrado una primera expresión negativa en dos acontecimientos cruciales de los años sesenta y setenta del último siglo: la Revolución cultural en China, y la nebulosa llamada “Mayo del 68” en Francia. Después de ellos, fueron experimentadas todavía algunas formas políticas más, formas políticas todas ellas que dependían de la política sin-partido (...). A escala de conjunto, sin embargo, la forma moderna (llamada “democrática”) del Estado burgués, cuyo soporte es el capitalismo mundializado, puede presentarse como sin rival en el campo ideológico. Durante tres décadas, la palabra “comunismo” ha sido completamente olvidada, o sea prácticamente identificada con empresas criminales. Es la razón por la que la situación subjetiva de la política ha llegado a ser confusa en todas partes. Sin Idea, la desorientación de las masas populares es ineluctable.
Sin embargo, múltiples signos, y en particular esta conferencia, indican que este período reactivo se acaba. La paradoja histórica es que, en cierto sentido, estamos más próximos a problemas examinados en la primera mitad del siglo XIX que a los que heredamos del siglo XX. Como en las cercanías de 1840, nos enfrentamos a un capitalismo cínico, seguro de ser la única vía posible de organización razonable de las sociedades. Por todas partes se insinúa que los pobres tienen la culpa de ser pobres, que los africanos están atrasados y que el porvenir pertenece o bien a los burgueses “civilizados” del mundo occidental, o bien a aquellos que, a semejanza de los japoneses, seguirán el mismo camino. Como en esa época, hoy, nos encontramos con zonas muy extensas de miseria extrema en el interior mismo de los países ricos. Nos encontramos, tanto entre países como entre clases sociales, desigualdades monstruosas y crecientes. El corte subjetivo y político entre los campesinos del tercer mundo, los parados y asalariados pobres de nuestras sociedades “desarrolladas” por un lado y las clases medias “occidentales” por otro es absoluto, y está marcado por una especie de odiosa indiferencia. Más que nunca el poder político, como lo demuestra la crisis actual con su única consigna de “salvar los bancos”, no es más que un apoderado del poder del capitalismo. Los revolucionarios están desunidos y débilmente organizados, amplios sectores de la juventud popular han sido ganados por una desesperación nihilista, la gran mayoría de los intelectuales son serviles. Oponiéndonos a todo eso, tan aislados como Marx y sus amigos en el momento del retrospectivamente famoso Manifiesto del partido comunista de 1848, somos más y más numerosos, sin embargo, a la hora de organizar procesos políticos de tipo nuevo en las masas obreras y populares, y a la hora de buscar todos los medios para sostener en lo real las formas renacientes de la Idea comunista. Como a principios del siglo XIX, la cuestión no es la de la victoria de la Idea, como será el caso (y demasiado imprudente y dogmáticamente) en el siglo XX. Lo que importa ante todo es su existencia y los términos de su formulación. En primer lugar, dar una fuerte existencia subjetiva a la hipótesis comunista, tal es la tarea de la que se absuelve a su manera nuestra asamblea de hoy. Y es, quiero decirlo, una tarea excitante. Combinando las construcciones de pensamiento, que son siempre globales y universales, y las experimentaciones de fragmentos de verdad, que son locales y singulares, pero universalmente transmisibles, podemos asegurar la nueva existencia de la hipótesis comunista, o más bien la de la Idea del comunismo, en las conciencias individuales. Podemos abrir el tercer período de existencia de esta Idea. Podemos y, por tanto, debemos.
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