La marcha de Ferrovial a los "más cálidos" Países Bajos prueba lo ingenuo que resulta pedirles "responsabilidad" a los gestores del capital, eso que a veces hace esa izquierda tenue, la que ahora mismo está rogando a las cadenas de distribución de alimentos que sean ellas las que "topen" los precios de los bienes de primera necesidad.
El carácter implacable de estos lobos, sean de Wall Street o de IBEX Rails, lo confirma el lema que resume la personalidad de Rafael del Pino: no hacer suyos los problemas de los demás. Aunque hagan de los demás los problemas suyos.
Siguiendo ese camino sin salida nos ponen en las manos, parcialmente invisibles, de personajes de este calibre; y de otros, todavía más grandes y discretos, de perfiles ocultos al público.
¿Recordáis el final de la novela Cinco semanas en globo? Para prolongar un poco más la agonía de un aerostato que perdía gas a todo gas los tripulantes se desembarazaban de todo lo que había en el globo, incluido el propio habitáculo; una metáfora que a Julio Verne no se le pudo alcanzar.
El economista soviético Liberman fue uno de los primeros que quisieron frenar el estancamiento y la ineficiencia que lastraban el crecimiento de su país mediante una muy controlada liberalización. A la ligera recuperación siguió un nuevo y más prolongado parón. Finalmente, Gorbachov, tal vez ignorando lo que luego vendría, destapó la caja de los truenos.
El último presidente de la URSS abrió de par en par la puerta por la que se coló el primer presidente de la nueva Rusia, y desde entonces todo ha venido rodado. El siniestro proceso que siguió lo resume un artículo de Simon Elmer que tomo prestado de Arrezafe.
El artículo, en inglés, aquí, acompañado de una nota:
Simon Elmer es autor de dos nuevos volúmenes de artículos sobre el estado de bioseguridad del Reino Unido, Virtue and Terror y The New Normal, disponibles en tapa dura, tapa blanda y libro electrónico. Este artículo es un extracto de la Introducción al Volumen 1.
Uno de los obstáculos para comprender la destrucción, aparentemente deliberada, de las pequeñas y medianas empresas –que en Reino Unido ha supuesto la
desaparición de medio millón desde 2020 y la eliminación de nuestra soberanía nacional con la justificación de salvarnos consecutivamente de: una crisis sanitaria, una crisis ambiental, una crisis energética o crisis del costo de vida–, es la cuestión de cómo alguien puede beneficiarse de ello. Si bien es difícil mirar hacia el futuro y predecir lo que sucederá, podemos intentar aprender del pasado reciente.
Si queremos saber a dónde conduce este empobrecimiento y privación de derechos de la población británica y quiénes se beneficiarán, podemos observar lo que le sucedió a Rusia en la década de 1990.
Cuando Mikhail Gorbachov se convirtió en Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética en marzo de 1985, puso inmediatamente en marcha su perestroika ('reestructuración') política y económica de la URSS. Cinco años después, en septiembre de 1990, bajo una reforma denominada glasnost ('apertura'), el parlamento soviético concedió a Gorbachov, recién elegido presidente de la URSS, poderes de emergencia para la privatización. Esto suponía autoridad para transformar empresas estatales en sociedades anónimas con acciones ofertadas en las bolsas de valores. Tras la renuncia de Gorbachov y la disolución formal de la URSS en diciembre de 1991, el primer presidente ruso, Boris Yeltsin, inició un programa de privatización que buscaba comprimir veinte años de neoliberalismo occidental en unos pocos años y en un país cuya población no tenía experiencia ni sabía cómo funciona el capitalismo financiero.
Dos años después, se habían privatizado más del 85
por ciento de las pequeñas empresas rusas y más de 82.000 empresas estatales rusas, alrededor de un tercio del total existente.
Una de las primeras iniciativas consistió en la Privatización de Bonos del Estado, que entre 1992 y 1994 distribuyó 144 millones de bonos –convertibles en acciones de más de 100.000 empresas estatales– entre el 98 por ciento de la población rusa, en teoría entregando a cada ciudadano una parte del capital social de la riqueza nacional. Sin embargo, el trabajador ruso se empobreció, padeciendo un creciente desempleo debido al veloz desmantelamiento de la economía soviética, y dada su escasa comprensión del capitalismo bursátil, estos vales fueron comprados, casi en su totalidad y por unos pocos rublos, por burócratas que tenían una idea más clara del estado de la economía rusa, por directores de empresas estatales, que comprendían mejor el valor de los recursos nacionales, y por la mafia,
A fines de junio de 1994, la propiedad del 70 por ciento de las grandes y medianas empresas de Rusia y alrededor del 90 por ciento de las pequeñas, habían pasado a manos privadas.
En 1995, con el Gobierno enfrentando un déficit fiscal y a cambio de financiar su campaña de reelección, Yeltsin inició el esquema de Préstamos por Acciones, a través del cual los activos industriales estatales en petróleo, gas, carbón, hierro y acero fueron subastados a cambio de préstamos dados por empresas comerciales y bancos. Dado que estos préstamos nunca se devolvieron, en gran parte porque se utilizaron para pagar los intereses de la deuda pública existente, y porque las
subastas fueron manipuladas por aventajados políticos, los activos estatales se vendieron, en efecto, por
una fracción de su valor. Yukos Oil, por ejemplo, con un valor en torno a los 5 mil millones de dólares, se vendió por 310 millones; Sibneft, el tercer mayor productor de petróleo en Rusia y con un valor estimado en 3 mil millones de dólares, se vendió por 100 millones, y Norilsk Nickel, que producía una cuarta parte del níquel del mundo, se vendió por 170 millones de dólares, la mitad de una oferta de la competencia.
Este esquema propició una nueva clase de oligarcas (del antiguo griego oligarkhía, 'gobierno de unos pocos'), industriales y banqueros que ahora controlaban no sólo la economía rusa, sino también su gobierno. Conscientes, sin embargo, de que futuros gobiernos podrían revertir la venta masiva de la riqueza de la nación llevada a cabo por Yeltsin, los oligarcas, en lugar de invertir en estas industrias, inmediatamente se dedicaron a despojarlas de sus activos a fin de aumentar su capital. La enorme riqueza acumulada por estos oligarcas se trasladó e invirtió en el extranjero, principalmente en bancos suizos, pero también en el Reino Unido mediante el dispositivo de lavado de dinero más grande del mundo: la City
of London, a través del cual, más de 100 mil millones de libras de 'dinero sucio' circula cada año, la mayor parte proveniente de Rusia y Ucrania.
Esta fuga de capitales al extranjero impidió al Gobierno recaudar impuestos, lo que provocó el incumplimiento de los pagos de la deuda y, en última instancia, la crisis
financiera rusa de 1998. Cuando los inversionistas extranjeros comenzaron a retirarse del mercado, vendiendo moneda y activos rusos, el Banco Central de Rusia, recién fundado en julio de 1990, tuvo que disponer de sus reservas extranjeras para defender la moneda rusa, gastando aproximadamente 27 mil millones de dólares estadounidenses. Esto condujo al colapso económico más catastrófico de la historia que, en tiempos de paz, haya sufrido un país industrial. Para 1999, el producto interno bruto de Rusia se había reducido en más del 40 por ciento, y los precios minoristas, que aumentaron en un 2.520 por ciento en 1992, había acabado con los ahorros personales que el pueblo ruso había acumulado. La disminución del consumo de carne se reflejó en un enorme aumento en el crimen, la corrupción y una mortalidad que alcanzó el nivel más alto en la historia de un país industrial en tiempos de paz. El desempleo, desconocido hasta entonces, llegó al 13 por ciento. La inflación alcanzó un máximo del 85,7 por ciento. La deuda del gobierno alcanzó el 135 por ciento del PIB y, en consecuencia, Rusia se convirtió en el mayor deudor del Fondo Monetario Internacional, con préstamos por un total de 20 mil millones de dólares en la década de 1990. Sin embargo, la cuarta parte de dicha suma, unos 4.800 millones de dólares, no llegó a Rusia, fue robada en vísperas de la crisis financiera y desapareció en una cuenta anónima registrada en el paraíso
fiscal de Jersey (EEUU).
Si todo esto te suena familiar, es porque las reformas de Yeltsin se basaron en el
Consenso de Washington, diez principios de la neoliberalización
económica implementados por primera vez en el Chile de Augusto
Pinochet y por la Junta argentina en la década de 1970, e impuestos por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Tesoro de EEUU como condición para recibir préstamos. Dichos principios suponen, en definitiva, redirigir el gasto público hacia el sector privado, educación, sanidad, etc; eliminar las restricciones a la importación y la inversión extranjera; abolir las normas sobre seguridad, salud y contaminación del medio ambiente que obstaculicen el mercado; y, sobre todo, la privatización de las industrias estatales.
A raíz de estas reformas, en octubre de 1998, el Gobierno de Rusia –a pesar de ser esta el mayor exportador de gas natural y reservas de petróleo del mundo–, tuvo que solicitar ayuda humanitaria internacional. Para la URSS, fue largo el camino hasta llegar a ser una gran potencia, pero en apenas un instante, aprendió una lección sobre la rapidez con la que la riqueza y los activos de un país pueden ser despojados y su indefensa población expuesta a las depredadoras
finanzas capitalistas.
Aunque se ha 'recuperado' hasta el punto de que hoy –particularmente tras del aumento de los precios de la energía como
consecuencia de las sanciones– Rusia se encuentra entre las diez economías más grandes del mundo por PIB nominal, per
cápita cae al puesto 53. Hace una década, la brecha entre ricos y pobres en Rusia era la
más grande de cualquier país del mundo, con el 35 por ciento de la riqueza de un país de 144 millones de personas, en manos de sólo 110 multimillonarios, con gran parte de dicha riqueza depositada en paraísos fiscales extranjeros. En 2021, los 500 rusos más ricos, cada uno con una fortuna neta de más de 100 millones de libras esterlinas y representando solo el 0,001 % de la población total, aún controlaban el 40
% de la riqueza doméstica total del país— más que el 99,8 por ciento más pobre, 114,6 millones de personas. Esto es lo que le hace el capitalismo financiero a una nación y un pueblo sin los medios políticos e institucionales necesarios para protegerse.
Hoy, las democracias neoliberales de Occidente, los gobiernos nacionales sometidos a las nuevas formas de gobernanza global surgidas con la justificación de abordar las múltiples “crisis” fabricadas, están implementando programas administrativos de colapso económico equivalentes, ideados por las mismas instituciones internacionales que administran la macroeconomía global.
En lugar de Perestroika y Glasnost, Privatización de Bonos del Estado y Préstamos por Acciones, este programa de “reformas” económicas y políticas se denomina Agenda
2030, Objetivos de Desarrollo Sostenible, Renta Básica Universal y Moneda Digital del Banco Central. Y aunque dichas “reformas” se están implementando, no a causa del colapso de una economía como la de la Unión Soviética, sino en economías neoliberales que enfrentan a la
segunda Crisis Financiera Global en doce años, el objetivo de estos programas es el mismo: empobrecimiento de las poblaciones nacionales, quiebra de empresas independientes, expropiación de tierras y recursos nacionales, instauración de gobiernos títeres para dar una fachada “democrática” al gobierno tecnocrático, y toma del poder económico y político por una clase dirigente financiera.
La eliminación de nuestros derechos, la reducción de nuestro nivel de vida, la reducción de nuestro consumo de alimentos y energía, la inflación en espiral, las sanciones económicas y los programas que los imponen, están diseñados para transferir nuestros bienes nacionales y personales a las manos de esta élite mundial. Tal como sucedió en Rusia en la década de 1990, el Banco de Inglaterra ha aumentado su programa de flexibilización cuantitativa para rescatar a la economía del Reino Unido, gastando recientemente 19.300
millones de libras esterlinas en la compra de bonos del gobierno a fin de apuntalar la libra en quiebra, con el compromiso de gastar 65.000 millones de libras esterlinas si fuera necesario. Con el número más alto de empresas insolventes el 13 años, en 2022, con las pequeñas empresas llevadas a la bancarrota por dos años de cierre impuesto por el gobierno y los precios vertiginosos de la energía, han visto cómo su cuota de mercado ha sido comprada por los monopolios corporativos. El Banco de Inglaterra pronosticó que la inflación alcanzaría el 13 por ciento a principios de 2023, y algunas estimaciones predicen un máximo del 18
por ciento. Y los funcionarios y autoridades del Estado británico continúan siendo subcontratados por nuestro Gobierno a empresas internacionales que están siendo facultadas
por la nueva legislación para establecer los límites de nuestros derechos y libertades anteriormente inalienables. Finalmente, nuestro nuevo Primer Ministro globalista no ha sido elegido, ni por los votantes del Reino Unido, ni por su propio partido parlamentario, sino por los financieros y tecnócratas internacionales que, tal como hicieron en Rusia y hacen en Ucrania, ahora dictan no sólo nuestras políticas económicas, sino también nuestra política estatal.
Permítanme aclarar lo que quiero decir y lo que no quiero decir con esta comparación, en un esfuerzo por evitar algunas de las refutaciones más tontas de los paladines de la OTAN que agitan la union-jack [bandera británica].
No estoy diciendo que la Rusia postsoviética sea un espejo del Reino Unido en 2023.
Las diferencias entre las circunstancias históricas y las economías de los dos países son demasiado grandes. Lo que estoy argumentando es que la destrucción controlada de la economía rusa tras la disolución de la Unión Soviética, ofrece una imagen de hacia dónde nos dirigimos y por qué estamos siendo conducidos hacia tal fin. Los oligarcas rusos y ucranianos no sólo estaban motivados por la riqueza que podían sacar de sus países y llevarla a jurisdicciones fiscales extraterritoriales administradas por asesores financieros en la City de Londres; estaban, y están, interesados en el poder político que les otorgaba la riqueza. Y así como eligieron a Vladimir Putin para ser el sucesor del tambaleante Boris Yeltsin, nuestros oligarcas han elegido a Rishi Sunak como el sucesor del tambaleante Boris Johnson.
Sin embargo, mientras Putin logró restar gran parte del poder que tanto oligarcas rusos como ucranianos ejercían sobre la economía y la política de su país, aumentando
el PIB, reduciendo la inflación y la deuda nacional, aumentando las
reservas de divisas, los ingresos, las pensiones y el valor de el
rublo, no podemos esperar tales milagros de Sunak, tan inmerso en los bolsillos de sus equivalentes occidentales que apenas se le ve la parte superior de la cabeza mientras brinca arriba y abajo dentro de su cajón enjabonado.
El Reino Unido no ha sido un estado democrático desde, al menos, marzo de 2020, cuando el país fue colocado en un estado de facto. El Estado de Emergencia y las miles de regulaciones que nos despojaron de nuestros derechos y libertades, fueron hechos y aplicados por decreto ministerial sin la supervisión o aprobación de nuestros representantes electos en el Parlamento. Esas restricciones se levantaron en gran medida en marzo de 2022, pero todavía son impuestas por empresas públicas y privadas, incluidas las aerolíneas y el Servicio Nacional de Salud, como condición de acceso, servicio o empleo. La decisión unilateral de Sunak de imponer los programas y tecnologías de bioseguridad nacional y la Agenda 2030 al margen de cualquier proceso democrático, es la descarada prueba de que estamos gobernados por tecnocracias internacionales de gobernanza global dirigidas por ejecutivos corporativos, banqueros internacionales y tecnócratas designados por el gobierno. Aunque hoy les llamemos “filántropos”, “emprendedores” e “inversores globales”,
Las sanciones económicas y culturales impuestas a Rusia y la inmensa inversión financiera y militar en Ucrania por parte de este gobierno global desde marzo de 2022, son fundamentales para la guerra financiera que estos globalistas occidentales están librando contra los oligarcas de Rusia; pero, contrariamente a la retórica de nuestros políticos y actores, no lo hacen para defender los derechos humanos de los ucranianos y del gobierno títere instalado por el golpe de estado de 2014 diseñado por los EEUU, sino para emular, reemplazar y superar a esa oligarquía en riqueza, influencia política y sobre todo control sobre los inmensos recursos naturales de Rusia y, en lo inmediato, los de Ucrania.
El reciente anuncio del presidente Volodymyr Zelensky de que –tras los 100
mil millones de euros en ayuda militar, financiera y humanitaria que Occidente entregó a su Gobierno en 2022– las
gestoras de activos estadounidenses BlackRock, JP Morgan y Goldman
Sachs “coordinarán” sus inversiones en Ucrania y en sus vastos
recursos naturales, no solo en cereales, petróleo y gas, sino también en los minerales y en el litio, que es el componente principal de las baterías eléctricas, deberían demostrar a todos, a todos excepto a los más fervientes fanáticos que ondean la bandera azul y amarilla, cuál es el verdadero interés de Occidente en esta fabricada “crisis” geopolítica, militar y energética. Como anticipo para la neoliberalización de Ucrania, Zelensky ya ha prohibido
los partidos políticos de la oposición, los sindicatos de
trabajadores y las plataformas de medios independientes, ha aprobado leyes para privatizar empresas, bancos y activos estatales, ha prometido desregular y reducir los impuestos a corporaciones y empresas, ha
elaborado listas negras de periodistas críticos a las políticas de su gobierno y ha pedido a la OTAN que lance ataques
nucleares preventivos contra Rusia.
Si queremos una imagen orientativa de hacia dónde nos conduce este golpe globalista, impuesto con el falso pretexto de proteger nuestra salud de un nuevo virus mortal, defender a Europa de "Loco Vlad" Putin y salvar el planeta del calentamiento global propiciado por la humanidad: mirar más bien hacia la desigualdad económica, la corrupción financiera, el arbitrario acoso al pueblo ruso, fijaos en el gobierno títere de Ucrania y en su corrupto presidente, es el lugar donde hay que buscar la imagen de nuestro futuro.
Acertado y esclarecedor.
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