martes, 1 de octubre de 2024

Desplantes

Limpiemos bien los sentimientos identitarios. Conocer el pasado no es idealizarlo. A fin de cuentas cada uno es hijo de sus obras y yo no tengo que responder de lo que hiciera un antepasado mío, admirable o execrable; héroe, ladrón o asesino con el que comparto algunas millonésimas de información genética.

Últimamente, comentando la hibridación constante de las lenguas, pero también de las razas y las culturas, me vino a la memoria la muy patriótica disputa hispano-mexicana sobre la "responsabilidad histórica" de España en América.

La prensa más o menos canalla y esos medios audiovisuales que también padecemos ocultan, en sus explicaciones, el origen de esta polémica, en sí misma intrascendente si no fuera por el ruido que introduce.

La no invitación al rey Felipe VI se corresponde con su anterior desprecio a una propuesta de López Obrador de la que ni se dignó contestar con un simple acuse de recibo. Una propuesta razonable de revisión histórica conjunta y objetiva. El propio presidente mexicano había pedido en otro momento perdón por el maltrato de anteriores gobiernos mexicanos hacia sus pueblos originarios. En otros contextos, lo hicieron antes gobernantes de países colonizadores como Australia, Alemania, Francia, Turquía o Japón, e incluso el Papa lo ha hecho. Nunca es tarde para desterrar esa visión glorificadora de pasados imperiales y aceptar que en realidad fueron ante todo escenarios de crueldad y expolio hacia los colonizados.

Entre los fallos básicos de nuestra ética uno de los primeros es negar realidades que chocan con nuestros miopes intereses inmediatos, en especial si esta realidad desmonta visiones idílicas.

Pocos son los Estados que no se han construido sobre la opresión, y los que fueron imperios coloniales sobre la agresión y el despojo de otros. A pesar de ello siempre han pretendido, en aras de la cohesión interna, construir el espíritu nacional glorificando como hazañas las tropelías y como héroes a los asesinos. Cuando no hay otra base se inventan mitos fundacionales: Teucro en Pontevedra, Breogán en Galicia, Eneas en Roma...

Donde hay mucha Historia acumulada se recurre a hechos reales "quitándolles a podre".

El primer paso para la desmitificación es el conocimiento de los hechos pasados, teniendo muy en cuenta que aunque somos su resultado no somos ni mucho menos los causantes, y que no somos quién de avergonzarnos de ellos. La patria se debe construir sobre otras bases culturales y emocionales que sí son legítimas.

Volviendo a este empecinamiento de nuestros gobernantes para reconocimientos que han hecho otros sin mayor problema ¿Por qué esta cerrazón en el caso español?

Tiene mucho que ver con la fundamentación de nuestro "espíritu nacional" en la monarquía. El propio escudo de España, en todas sus variantes, considera la nación como una fusión de reinos (eso sí, todos cristianos), que culmina en aquellos Reyes Católicos por antonomasia. Hasta el siglo XIX existieron esos reinos que solo unificaba el Poder Real.

La cohesión así impuesta ha perdurado, fundamentando todas las restauraciones de la monarquía. La última, la de Franco. Sin la legitimidad que concede la varias veces remendada continuidad dinástica no se sostiene la actual jefatura del Estado. Sin esa mínima información genética Felipe VI no sería nuestro rey.

En consecuencia la Historia de España, construida sobre tantos latrocinios, expulsiones, genocidios y explotación (como toda la Historia que en el mundo entero fundó la acumulación capitalista), no puede, sin ocultarla y falsearla, servir de justificación a nuestra monarquía, a la que el golpista Franco y una transición de trágala dieron el marchamo de legitimidad.

Eso lo tiene muy en cuenta el gobierno, tanto como todos los anteriores. No olvidemos que el rey sigue siendo Capitán General de los tres ejércitos. Todos los poderes fácticos necesitan que la monarquía sea intocable, como piedra angular del Estado.

"El rey no es un político y no puede contestar al presidente de México", argumenta el Gobierno, cayendo en la trampa de la inutilidad de la figura regia. Inútil según para qué, porque es fundamental para la actual estructura del poder.


López Obrador y Sánchez Mario Guzmán, Kiko Huesca














¿Y ahora qué hacemos con el rey?

ANA PARDO DE VERA
25/09/2024

Parece mentira que en menos de 24 horas, la monarquía española haya pasado esta semana de la nada a ocupar los titulares de la prensa, de toda la prensa. ¿Para bien? Por supuesto que no: cada día que transcurre algunas nos convencemos más de que, lejos de darnos alguna alegría -salvo ocasionalmente en forma de memes-, la institución a la que corresponde la Jefatura del Estado no acaba de encontrar su sitio; y no lo hace desde que se le dio un asiento privilegiado en la Transición como símbolo de acuerdo y concordia entre todos los españoles, víctimas y verdugos, y aquello se demostró una estafa 40 años después. Que se demostrara tan tarde, no obstante, no significa que no se imaginara, supiera y tapara gracias a una armadura estatal muy bien construida en torno al jefe del Estado y rey (con permiso de la autopropaganda).

Los hechos: el martes supimos que el rey emérito tiene listas unas memorias de 500 páginas escritas en francés (dice que por él mismo), tituladas Reconciliación y con las que pretende contar a los españoles la historia propia que -asegura- le están robando, y no es broma: somos ustedes y yo quienes robamos a Juan Carlos de Borbón y no al revés, pese a los delitos consumados y (re)conocidos, aunque nunca juzgados. El emérito vive en un Estado offshore, carente de democracia y derechos humanos, donde los jeques custodian su fortuna, supongo que bajo pena de muerte si alguien osa desvelarla, aunque medios tan poco sospechosos de falta de rigor, como Forbes o The New York Times, ya la cifraran en torno a los 2.000 millones hace años, con gran cabreo de la Casa Real entonces. Allí, en Emiratos Árabes Unidos (EAU), Juan Carlos prepara también con mimo el traspaso de su herencia desconocida a sus hijas Elena y Cristina a través de una fundación registrada en Abu Dabi, capital de EAU. Todo ello, mientras se ríe de nosotros/as.

Al día siguiente de conocerse la salida de esta autobiografía en Francia, una revista holandesa publica unas fotos del emérito con Bárbara Rey, que fue amante de Juan Carlos durante años y su dinero nos costó a todos y todas en forma de chantajes o investigaciones de los servicios secretos españoles, entonces CESID. Con las imágenes, si alguien tenía cualquier duda sobre la relación Rey-Borbón, ésta queda completamente despejada; es imposible verlas, además, sin sentirse insultada, pese al tiempo que ha pasado y lo conocido de los hechos que allí se plasman. Este sujeto de las fotos, al que pagábamos un sueldo con nuestros impuestos y cobraba muchas comisiones, era el jefe del Estado no electo, aquél del que solo se decían cosas bonitas desde las instituciones y la prensa mientras nos tomaba el pelo con total impunidad.

Las fotos de Bárbara Rey con Juan Carlos de Borbón, sin embargo, solo vinieron a anticipar la amargura real (sic) de Felipe VI, al que imaginamos lleno de orgullo y satisfacción con las cosas de su padre, sea la autobiografía en francés, sean las explícitas fotos de los cuernos que coronan a Sofía, su madre y reina emérita. La que será presidenta de México en sustitución de Andrés Manuel López Obrador, Claudia Sheinbaum, ha negado la invitación al rey a su toma de posesión el 1 de octubre por ignorar la carta que el primero le envió al jefe del Estado español en marzo de 2019 instándole a pedir perdón por la conquista de América y los abusos cometidos entonces. La presidenta electa hizo pública la no-invitación en una carta, el Gobierno español le contestó que si no iba Felipe VI, no habría representación institucional alguna del Ejecutivo y el presidente Sánchez añadió desde Nueva York, donde acude a la Semana de Alto Nivel de la ONU, que el desplante al rey le parecía "inaceptable e inexplicable", además de producirle "tristeza".

México es un país soberano y España, también. Ambos tienen la razón institucional de sus respectivas decisiones y desde sus correspondientes perspectivas, en absoluto equiparables. El rey es el jefe del Estado a todos los efectos, nos guste o no -y a mí no me gusta nada-, arguye el Gobierno, y es quien representa a España en las tomas de posesión de sus homólogos, en este caso, la presidenta de los Estados Unidos Mexicanos, que no tienen rey (por suerte para ellos). Podemos decir que Felipe VI -hasta que Claudia Sheinbaum tome posesión el 1 de octubre- y Andrés Manuel López Obrador son homólogos y lo mínimo que podía haber hecho el rey después de cinco años, cuando el mexicano le escribió instándole a pedir perdón por la colonización española en su país, era darle una respuesta, en un gesto de cortesía y diplomacia entre dos países "hermanos", que se dice siempre desde España con mucho oropel y poca sustancia, por lo que se ve. "Es que el rey no es un político, no puede contestar", argumentarán los del Ejecutivo, cayendo en la trampa de la inutilidad de la figura regia y los problemas que, tarde o temprano, acaba trayendo la ausencia de democracia ... Pero no aprendemos, nos lo recuerden desde el México de Obrador, a quien Felipe VI no contesta, o la Venezuela de Chávez, a quien Juan Carlos I mandó callar.

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Juan Antonio Aguilera Díaz, antropólogo y activista del Movimiento Integral y Democrático, expone aquí con toda su crudeza las fechorías de la conquista que supuestamente debe enorgullecernos. No en vano nuestra fiesta nacional es el Doce de Octubre:

Sostenella y no enmendalla: España a contracorriente

VERDAD JUSTICIA REPARACIÓN
28 SEPTIEMBRE, 2024

El Rey Felipe VI durante la entrega de los Reales Despachos de empleo y nombramientos a los nuevos oficiales del Ejército de Tierra y de la Guardia Civil. Ramón Comet / Europa Press


 

La humanidad es inocente y no hay ni puede haber culpa alguna en el hecho de no haber sabido que debía conocer y superar los condicionamientos que se exponen en los anteriores párrafos, puesto que nuestros ancestros no sabían (ni podían saber), que eran entidades que estaban empezando a evolucionar como seres libres en la doble bipolaridad de la ENERGÍA UNIVERSAL, y que como tales, tenían necesariamente que ignorar la necesidad de llegar a un umbral suficiente de evolución para saber lo que hacían.

(Germán Martín Castro: Alternativa y Liberación, cap. 13)

Para un país como España, de tradición imperial y colonial, no debe resultar fácil pedir perdón por los genocidios y etnocidios que ha cometido en los últimos cinco siglos. No es la historia que nos han contado. Tampoco lo contrarrestan los medios de comunicación pública, salvo excepciones como las series Isabel (2012) y Carlos, Rey Emperador (2015) de Televisión Española. Con las licencias propias de la producción televisiva, describen la esclavización que sufrieron los indígenas que trajo Colón a España y las atrocidades bajo el mando de Hernán Cortés, así como la lucha -prácticamente solitaria- de Fray Bartolomé de las Casas.

Los indígenas americanos, en palabras de Lévi-Strauss, "se preguntaban si los españoles recién llegados eran dioses u hombres". Como pronto comprobarían, eran dioses, pues disponían de la vida y de la muerte. En estos cinco siglos largos, los europeos hemos cometido actos que hoy pueden calificarse sin ambages de genocidio sobre los pueblos originarios de América: Masacres genocidas; guerra biológica; difusión de enfermedades; esclavitud y trabajos forzados; desplazamiento de poblaciones; deliberada inanición y hambruna; educación forzada en escuelas para blancos. Estas atrocidades han variado según la época, las condiciones concretas y la potencia invasora, que establecieron distintas estrategias destinadas a la conquista y explotación de aquellas tierras. En la América hispana el desastre empezó pronto; en la primera isla que pisamos, la Española (actual República Dominicana y Haití), fueron exterminados decenas de miles de indios. Debemos aceptar la expresión "fueron exterminados" y no "murieron", como se endulza a veces, viendo el comportamiento de los conquistadores. "Masacraron a todos los que encontraron allí, incluidos niños pequeños, viejos, mujeres embarazadas" (Bartolomé de las Casas). Quienes sobrevivieron fueron esclavizados para trabajar en las minas, los campos o servicios sexuales. La población decayó de ocho millones a 20.000 en apenas tres décadas.

Como en primera instancia el recurso más valioso eran los metales preciosos, oro y plata, para enviarlos a la corte y financiar lujos, guerras y el imperio, la minería fue una actividad primordial. Las minas se convirtieron en una máquina de destruir vidas. En Cerro Rico (Potosí, Bolivia) murieron millones de indios, así como esclavos africanos, siendo considerada posiblemente el mayor cementerio del mundo tras estar activa doscientos años. No es de extrañar, porque las letales condiciones de trabajo hacían que la esperanza de vida fuera de tres a cuatro meses, igual que en el trabajo forzado de la manufactura de caucho sintético de Auschwitz en 1940. Según Fray Toribio de Motolinía, los cadáveres se acumulaban en las calles, el hedor producía peste, y las bandadas de pájaros que venían a comérselos "oscurecían el sol".

En marzo de 2019, el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, envió cartas a Felipe VI, rey de España, y al Papa Francisco, solicitando una revisión histórica para avanzar en una reconciliación entre naciones. "Sobre todo, que se reconozcan los agravios que se cometieron y sufrieron los pueblos originarios". El mandatario mexicano se encontró la negativa por respuesta. Incluso en forma de sátira por parte del expresidente español José Mª Aznar, a cuento del nombre de López Obrador ("Andrés por la parte azteca, Manuel por la maya...").

Por alguna razón que hay que estudiar con detalle, viendo qué factores culturales, sociales, etc. influyen, en otros países no cuesta tanto reconocer los errores. En 2008 el primer ministro de Australia emitió una disculpa formal por las generaciones perdidas de los niños aborígenes que fueron sacados de sus tribus a la fuerza e internados en colegios para blancos. En 2004, un representante del gobierno alemán asistió a una ceremonia en Okakarara, en Namibia, para honrar a los Herero aniquilados por la ocupación alemana, reconocer la culpa y pedir perdón. En 2022, en Canadá, el papa Francisco pidió perdón por los abusos sufridos por niños indios en internados católicos. Reconoció que "muchos miembros de la iglesia han cooperado en la destrucción cultural y la asimilación forzada". En 2019, el gobernador de California mantuvo una reunión con decenas de líderes indígenas y pidió perdón por la historia de "violencia, maltrato y negligencia" contra los pueblos indígenas. En 2021, el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se presentó ante la comunidad yaqui para "pedir perdón en nombre del Estado por los atropellos que han vivido a lo largo de siglos". También el presidente francés ha considerado que las torturas durante la ocupación de Argelia (1830-1962) fueron "un crimen contra la humanidad". El presidente turco Erdogán ha pedido disculpas por la muerte de armenios. Japón ha reconocido las matanzas en varios países e indemnizado a las esclavas sexuales.

España no parece estar madura para este tipo de reconocimientos. En 2019, la negativa "firme" del gobierno de Pedro Sánchez (PSOE) fue aplaudida por toda la derecha política. Cuando el papa Francisco sí reconoció en 2021, en carta a los obispos mexicanos, que la Iglesia Católica había cometido "errores muy dolorosos", la derecha española se revolvió. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se dijo sorprendida de que "un católico que habla español hable así", y añadió que España había llevado la "civilización y la libertad" a América. En estas declaraciones se condensa gran parte del mencionado sentido imperial español y su carga de "misión histórica" de la Conquista. En primer lugar, por la expansión del catolicismo, que fue uno de los elementos clave, tanto a nivel de objetivo como de ideología justificadora. Después, por supuesto, abunda en la consabida argumentación de la supremacía de la "civilización" (occidental, europea) sobre el "salvajismo" indígena. Ignorando que tampoco la civilización occidental es apta para la correcta evolución de la persona, como está demostrando Martín Castro. ¿Qué decir respecto a "la libertad"? Libertad para ser exterminados, esclavizados, expoliados, colonizados. Un eufemismo de "capitalismo", para enmascarar los destrozos que las empresas transnacionales (algunas españolas) siguen provocando en los territorios indígenas.

A pesar de tales incoherencias lógicas, amplias capas de la población admiten y apoyan ese discurso y se irritan cuando escuchan que se hicieron cosas horribles que hay que reconocer y enmendar. Y seguirán encastillándose porque al poso de la educación franquista se le está sumando un nuevo estrato que lo refuerza, formado por una visión nacionalista española combinada con un alto porcentaje de educación concertada confesional. España tardará mucho en pedir perdón por sus crímenes.

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Para (no) acabar, estas consideraciones:

Perdona nuestras ofensas, así como nosotros no perdonamos a nadie

Juan Carlos Monedero
29/09/2024


Foto de archivo del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez junto al mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador-EP











1 Es inconsecuente comparar la conquista de América con otros procesos de la historia como, por ejemplo, la romanización. Hará temblar de excitación a los que todo lo que saben de historia se lo susurró el capitán Alatriste, pero hay vida más allá del carajillo y el yelmo con el que se fotografió Abascal para perdonarse haberse librado como el buen pillo que es de hacer el servicio militar. Todo por España. Los efectos perversos de la romanización hoy no afectan a los pueblos romanizados y no dan ninguna ventaja a Italia (bueno, salvo turistas, que no es poco), mientras que los de la colonia española siguen vivos y benefician a los países coloniales. En la Ciudad de México, en el Zócalo, todos los días tienen noticia de que había otra cultura debajo de donde los conquistadores construyeron la hermosísima catedral de la capital. El racismo vivo en México vive de aquella sumisión de los indios y la mezcla, que tiene resultados grandiosos, la utilizamos para hacer jerarquías donde los blancos siempre estaban arriba. Tampoco es gratuito que mexicanos y venezolanos, la mayoría tan ricos como ladrones, estén comprando tantos inmuebles en el barrio de Salamanca. Tampoco que Iberdrola se beneficiara de las reformas energéticas neoliberales en México o que el PP participara del golpe de Estado contra Chávez.

2 España está perdiendo una hermosa oferta hecha por López Obrador: escribir juntos los dos países la historia compartida. Qué propuesta tan bonita. Ojalá en todo el mundo víctimas y victimarios, conquistadores y conquistados, invasores e invadidos, pudieran escribir juntos lo que pasó y darse la mano compartiendo un mismo sentido del pasado. Así, que Alemania e Israel pudieran escribir juntos el Holocausto y que se incorporara Polonia para explicar el gueto de Varsovia y su colaboración en la masacre; luego, que Alemania siguiera la colaboración con Namibia o Tanzania y su particular holocausto, que Francia escribiera con Argelia o con Haití su pasado común, que Bélgica se sentará con el Congo a hablar de la esclavitud y el robo. Es una pérdida terrible que España, con tantos lerdos que quieren vivir en el pasado la gloria que hoy les falta, hayan empujado a la derecha y también el Partido Socialista (que mal encajan a veces los nombres de los partidos), a perder esta oportunidad. Aún más cuando López Obrador ha insistido siempre en la propia responsabilidad de México en el maltrato a los pueblos originarios, igual que no ha dejado de recordarle a los presidentes estadounidenses que les robaron un tercio de su territorio. Hablamos de hermanar a los pueblos. ¿No es una forma hermosa de hacerlo escribir juntos nuestro pasado y escribir las luces y las sombras en la misma lengua?

3 Hace falta un Gobierno republicano para que se recupere esta oferta. Cuando España tenga una presidencia republicana nos corresponderá desempolvar esta ofrenda y hacerla valer, porque hoy lo que pesa es la soberbia monárquica de los Borbones. Siguen creyendo que a ellos les ha elegido la historia y les queda el regusto de haber perdido las colonias con el infausto Fernando VII, antecesor del VI de los Felipes que nos reina. Igual que la sumisión del PSOE y del PP a la institución monárquica, unos porque son parte del mismo bloque histórico y otros por cobardía. Si no se invita a un rey, no va nadie del Gobierno de España. Como si la monarquía pudiera presentar otras actas que las de haberle cortado la cabeza, quemado, torturado, fusilado o exiliado siempre a la mejor España.

4 Pedir perdón cuando se inflige un daño es saludable para la víctima y para el verdugo. Repara, conforta, sienta las bases para la cooperación, restaura la confianza. Solo hay que ganar. La España de hoy pidió perdón por la expulsión de los judíos sefardíes en 1492. Porque la continuidad histórica del Estado lo hacía sensato y la moral lo obligaba. ¿Por qué no hacerlo por la conquista? Hacerlo en serio, no de pasada, con la boca pequeña. Y compartir con México el pasado. Un libro de historia escrita no a dos manos sino a dos pueblos. Seguramente porque aquella expulsión la hizo otra dinastía, los Austrias. Quizá también han opinado las grandes empresas, que prefieren una relación colonial que una entre iguales. No han entendido todavía que harían más negocio siendo menos egoístas. Y seguramente hay algo de subconsciente de que una dinastía montó el imperio y otra lo perdió. Y los huevones, como se dice en la región, que perdieron el imperio no quieren disculparse para no parecer aún más huevones de lo que fueron. Lo dicho: soberbia.

5 El problema es que un Gobierno del PSOE con Sumar se comporta de la misma manera que uno del PP con Vox. Y eso es desalentador porque demuestra que las élites españolas repartidas entre ambos grupos comparten todavía una mirada colonial que es la explica los errores constantes de los gobiernos con América Latina. La España que obedeció a EEUU para reconocer a falsos presidentes, la que no tiene una idea propia de país, la que solo es feliz en el pasado, se condena cada vez más a estar sola. Y hace que la España republicana sea la única solución a ese drama anticipado. Esa República que fue tan bien acogida en México y que sabe que les debemos las gracias y el perdón. Ese México que también añora la república porque aprendió de los yugos y no se olvida.

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